Al Atlético de Madrid le falta pólvora

Vallecas, As
En la Supercopa se vio que, pese a los cambios en la plantilla, muchas de las virtudes del Atlético permanecen inmutables: concentración, intensidad, defensa impecable... En Vallecas se confirmó que tampoco ha variado el principal de sus defectos: no Arda, no party. Sin el turco, la creatividad rojiblanca es similar a la de un guionista de cine X. Y como tampoco estaba Raúl García, especialista en desatascar estos partidos con alguno de esos goles que le brotan de la frente como al mago conejos de la chistera, el campeón comenzó su defensa con chasco.


Con chasco y mensajito. El de Simeone, desde la cabina de prensa donde vio el partido, al club cuando quitó a Mandzukic, Griezmann y Raúl Jiménez para acabar el partido con Cebolla y el canterano Héctor como atacantes: esto es lo que hay, me deben un fichaje (o dos). A poder ser, uno capaz de ganarle una carrera al Mono Burgos.

Enfrente, un Rayo al que le pasa lo contrario: si está Trashorras, hay fiesta. Alrededor del gallego, ese tipo que juega andando, piensa corriendo y ejecuta silbando, a Paco le han confeccionado, a base de imaginación (aquí Simeone tendría problemas para defender su argumento de Robin Hood), una plantilla con muy buena pinta. Sigue Bueno, que inventa, y Baena, que destruye, y han llegado cedidos dos extremos de nivel: Kakuta y, sobre todo, Aquino. El mexicano convirtió el debut liguero de Ansaldi en una pesadilla.

Hasta el descanso, sin especial brillo, el Atleti controló la situación aprovechando que, eso tampoco cambia, el Rayo sigue regalando balones en campo propio como si a sus futbolistas les gustase jugar con la salud de Paco. Simeone salió al ataque con Mandzukic, Raúl Jiménez y Griezmann, pero fueron más nombres que hechos. El francés tuvo momentos de lucidez entre líneas, yéndose al centro y asociándose con Koke al primer toque. Buenas señales, pero leves. El mexicano apuntó detalles, aguantando de espaldas y desahogando, pero se difuminó rápido. En cuanto al croata, escondió la virtud principal que se le supone: la definición.

En dos minutos, 25’ y 27’, Mandzukic desperdició dos ocasiones claras. Primero no acertó a rematar a puerta, casi a bocajarro, un centro perfecto de Ansaldi desde la izquierda. Después, culminó un gran pase de Jiménez con un remate blandito, blandito. La última oportunidad del Atleti llegó poco antes del descanso, cuando un gran centro de Koke acabó con Tito colgado del brazo de Jiménez. Clos Gómez no pitó el aparente penalti y el campeón de la Supercopa se quedó sin gasolina.

La segunda parte fue del Rayo de principio a fin. Gabi y Koke dieron síntomas de humanidad por primera vez en meses y el mediocampo se convirtió en propiedad de Trashorras y Bueno. El balón se lo quedó Aquino, que disfrutó del cambio de Jonathan Pereira por Manucho, transformando el blanco de sus centros de un botellín en una litrona. El mexicano puso el balón que generó la ocasión más clara de los locales: un cabezazo de Manucho al que respondió Moyá como acostumbra desde que llegó, con eficiencia, sin despeinarse y explicándolo luego como Churchill. Mi madre ya tiene nuevo atlético favorito.

El final del partido fue una sucesión de carreras sin destino y las dudas crónicas sobre el Atleti aprovecharon la primera grieta para resucitar. El partido dio motivos, pero conviene recordar que es el mismo equipo que 72 horas antes estaba levantando un título. El campeón tiene carencias, pero también tiempo para solucionarlas. Faltan piezas, sobra confianza. Se la ha ganado.

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