Tres finales en una
Europa frente a América, Alemania ante Argentina y Messi contra Messi, unos retos mayúsculos
José Sámano
Rio de Janeiro, El País
Pocas veces una final esconde tres finales al mismo tiempo. Es el caso de la que se disputa hoy (21.00, T5 y GolT) en Maracaná: Europa, a por su primera conquista en América; Alemania frente a Argentina con cuentas pendientes; y Messi contra Messi. En lo colectivo, un duelo clásico, la final más repetida de la historia, con dos países que acumulan cinco títulos y 12 finales. En este capítulo, nadie como Alemania, que está ante su octavo asalto al trono, un registro único en el que ha desbancado a la Canarinha. A Argentina le corresponde el papel de guardián de América, donde el fútbol europeo jamás ha cantado bingo. Al revés, solo Brasil, el auténtico, no la secuela de Scolari, y de la gesta han transcurrido 56 años.
Los germanos no inscribían su nombre en el cartel del último partido mundialista desde 2002, cuando en Brasil había Ronaldos y en Alemania aún estaban en valor los Kahnes. De Alemania, que no levanta un gran trofeo desde la Eurocopa de 1996, ahora se ocupa Neuer, el primer portero alemán en siglos que no es arrogante, señal de la mudanza del fútbol alemán. A Argentina le ha costado más volver a la cumbre, y no tenía un reto semejante desde el apagón de Maradona hace 24 años. Ahora, como entonces, la Albiceleste tiene una estrella sublime, sí, pero bajo sospecha. El Messi visto está en rebajas, no evoca al Diego del 86 ni al Leo de hace un par de cursos. La Pulga ha dado síntomas de estar más cerca del Pelusa que se aproximó a Italia 90, pero cuando hay genios por el medio nadie puede prever qué bulle en su chistera. Maradona fue entronizado en su segundo Mundial, tres meses antes de cumplir los 26 años; Messi aspira al trono en su tercera cita, 20 días después de llegar a los 27.
De algún modo, la gran final de Brasil estará marcada por Messi, al que solo se puede medir en comparación al Messi que puso el listón por las nubes. No ha parecido en absoluto que el azulgrana se reservara nada durante la temporada para afrontar el Mundial en plenitud. La línea albiceleste de Leo ha sido similar a su último tránsito por el Barça, un Messi con chispazos, poco expansivo, perezoso a veces y terrenal en muchas ocasiones. Si le queda depósito, físico y mental, hoy el mundo saldrá de dudas. Es su partido, el que reflejará como ninguno su dimensión actual, el que le puede catapultar definitivamente al olimpo. Con este título en su vitrina, su hoja de servicios no admitiría comparación posible: campeón del mundo, campeón de Europa y campeón olímpico. Un currículo exclusivo. Otros habrán ganado más Copas europeas (Di Stéfano), más Mundiales (Pelé) o habrán dejado mejores huellas en el gran campeonato del fútbol (Cruyff y Maradona), pero ninguno de los dioses logró cerrar el círculo como puede hacerlo Messi.
A la espera de ver qué versión ofrece el capitán argentino, el choque medirá a dos selecciones de perfiles opuestos. Dos equipos compactos, pero con mayores recursos de los alemanes, muy equilibrados en todas sus líneas, de Neuer a Klose. Alemania tiene mejor repertorio, mejores futbolistas y una factoría mucho más amplia. Argentina, con recursos más limitados, sobre todo tras la lesión de Di María y con Agüero gripado, pero ha hecho de la necesidad virtud y ha cerrado filas en torno a Mascherano, guionista táctico y emocional de todo el grupo, por más que él proclame: “No soy Rambo”. Para Schweinsteiger es otra cosa: “Mascherano es el líder de una manada de lobos”. Con solo tres goles recibidos, el equipo de Sabella ha demostrado que no es nada permeable y se presupone que dejará toda la iniciativa a su adversario. Los germanos aceptarán el envite, porque no es un equipo al que le guste especular. Alemania no desdeña la pelota y no regatea un paso al frente.
La Mannschaft de estos tiempos nada tiene que ver con la que jugó las finales del 86 y el 90. La Argentina que ganó una y perdió la otra, sí tiene paralelismos con la actual. Los alemanes pegaron un brinco, cambiaron el manual y hoy tanto su Bundesliga como la selección viven tiempos de apogeo. En cambio, las estructuras del fútbol argentino han ido a peor, son un enjambre de telarañas, pero su equipo nacional ha vuelto a la cima como entonces: a golpe de genio, Maradona/Messi, y con un blindaje a su alrededor. Alemania tira de talentos como el de Lahm, Kroos, Müller y Özil, futbolistas que consiguen que el balón sea dócil, gente que difícilmente hubiera enhebrado en la Alemania de finales de los 80, donde el físico era su carta de naturaleza. Argentina, por su parte, es un calco, una estrella y un pelotón de secundarios, de los Browns a los Biglias. Esta Argentina, como aquella, es una cofradía y ha resuelto la madre del cordero: cómo convivir con un genio.
Cada cual con su librillo, alemanes y argentinos han llegado al último asalto por vías diferentes. El equipo de Löw tras una exhibición ante Brasil para la eternidad; el de Sabella después de un partido birrioso frente a Holanda que nadie rebobinará. Será interesante comprobar cómo ha metabolizado Alemania su estruendosa semifinal, hay hitos que confunden y su rival de hoy, más rústico si se quiere, ha demostrado que sabe competir de forma titánica. Por suerte para Argentina, es imposible que su contrario se guarde algo más de todo lo que expuso ante los anfitriones. Sin embargo, no conviene olvidar que la Albiceleste siempre tiene un as en la manga: que Messi pueda con Messi. Hoy, el universo sabrá quién es el campeón del mundo y si América por fin es colonizada o mantiene intacta su frontera, pero también resolverá el gran misterio contemporáneo: ¿Messi aún puede jugar al solitario?
Rio de Janeiro, El País
Pocas veces una final esconde tres finales al mismo tiempo. Es el caso de la que se disputa hoy (21.00, T5 y GolT) en Maracaná: Europa, a por su primera conquista en América; Alemania frente a Argentina con cuentas pendientes; y Messi contra Messi. En lo colectivo, un duelo clásico, la final más repetida de la historia, con dos países que acumulan cinco títulos y 12 finales. En este capítulo, nadie como Alemania, que está ante su octavo asalto al trono, un registro único en el que ha desbancado a la Canarinha. A Argentina le corresponde el papel de guardián de América, donde el fútbol europeo jamás ha cantado bingo. Al revés, solo Brasil, el auténtico, no la secuela de Scolari, y de la gesta han transcurrido 56 años.
Los germanos no inscribían su nombre en el cartel del último partido mundialista desde 2002, cuando en Brasil había Ronaldos y en Alemania aún estaban en valor los Kahnes. De Alemania, que no levanta un gran trofeo desde la Eurocopa de 1996, ahora se ocupa Neuer, el primer portero alemán en siglos que no es arrogante, señal de la mudanza del fútbol alemán. A Argentina le ha costado más volver a la cumbre, y no tenía un reto semejante desde el apagón de Maradona hace 24 años. Ahora, como entonces, la Albiceleste tiene una estrella sublime, sí, pero bajo sospecha. El Messi visto está en rebajas, no evoca al Diego del 86 ni al Leo de hace un par de cursos. La Pulga ha dado síntomas de estar más cerca del Pelusa que se aproximó a Italia 90, pero cuando hay genios por el medio nadie puede prever qué bulle en su chistera. Maradona fue entronizado en su segundo Mundial, tres meses antes de cumplir los 26 años; Messi aspira al trono en su tercera cita, 20 días después de llegar a los 27.
De algún modo, la gran final de Brasil estará marcada por Messi, al que solo se puede medir en comparación al Messi que puso el listón por las nubes. No ha parecido en absoluto que el azulgrana se reservara nada durante la temporada para afrontar el Mundial en plenitud. La línea albiceleste de Leo ha sido similar a su último tránsito por el Barça, un Messi con chispazos, poco expansivo, perezoso a veces y terrenal en muchas ocasiones. Si le queda depósito, físico y mental, hoy el mundo saldrá de dudas. Es su partido, el que reflejará como ninguno su dimensión actual, el que le puede catapultar definitivamente al olimpo. Con este título en su vitrina, su hoja de servicios no admitiría comparación posible: campeón del mundo, campeón de Europa y campeón olímpico. Un currículo exclusivo. Otros habrán ganado más Copas europeas (Di Stéfano), más Mundiales (Pelé) o habrán dejado mejores huellas en el gran campeonato del fútbol (Cruyff y Maradona), pero ninguno de los dioses logró cerrar el círculo como puede hacerlo Messi.
A la espera de ver qué versión ofrece el capitán argentino, el choque medirá a dos selecciones de perfiles opuestos. Dos equipos compactos, pero con mayores recursos de los alemanes, muy equilibrados en todas sus líneas, de Neuer a Klose. Alemania tiene mejor repertorio, mejores futbolistas y una factoría mucho más amplia. Argentina, con recursos más limitados, sobre todo tras la lesión de Di María y con Agüero gripado, pero ha hecho de la necesidad virtud y ha cerrado filas en torno a Mascherano, guionista táctico y emocional de todo el grupo, por más que él proclame: “No soy Rambo”. Para Schweinsteiger es otra cosa: “Mascherano es el líder de una manada de lobos”. Con solo tres goles recibidos, el equipo de Sabella ha demostrado que no es nada permeable y se presupone que dejará toda la iniciativa a su adversario. Los germanos aceptarán el envite, porque no es un equipo al que le guste especular. Alemania no desdeña la pelota y no regatea un paso al frente.
La Mannschaft de estos tiempos nada tiene que ver con la que jugó las finales del 86 y el 90. La Argentina que ganó una y perdió la otra, sí tiene paralelismos con la actual. Los alemanes pegaron un brinco, cambiaron el manual y hoy tanto su Bundesliga como la selección viven tiempos de apogeo. En cambio, las estructuras del fútbol argentino han ido a peor, son un enjambre de telarañas, pero su equipo nacional ha vuelto a la cima como entonces: a golpe de genio, Maradona/Messi, y con un blindaje a su alrededor. Alemania tira de talentos como el de Lahm, Kroos, Müller y Özil, futbolistas que consiguen que el balón sea dócil, gente que difícilmente hubiera enhebrado en la Alemania de finales de los 80, donde el físico era su carta de naturaleza. Argentina, por su parte, es un calco, una estrella y un pelotón de secundarios, de los Browns a los Biglias. Esta Argentina, como aquella, es una cofradía y ha resuelto la madre del cordero: cómo convivir con un genio.
Cada cual con su librillo, alemanes y argentinos han llegado al último asalto por vías diferentes. El equipo de Löw tras una exhibición ante Brasil para la eternidad; el de Sabella después de un partido birrioso frente a Holanda que nadie rebobinará. Será interesante comprobar cómo ha metabolizado Alemania su estruendosa semifinal, hay hitos que confunden y su rival de hoy, más rústico si se quiere, ha demostrado que sabe competir de forma titánica. Por suerte para Argentina, es imposible que su contrario se guarde algo más de todo lo que expuso ante los anfitriones. Sin embargo, no conviene olvidar que la Albiceleste siempre tiene un as en la manga: que Messi pueda con Messi. Hoy, el universo sabrá quién es el campeón del mundo y si América por fin es colonizada o mantiene intacta su frontera, pero también resolverá el gran misterio contemporáneo: ¿Messi aún puede jugar al solitario?