Prohibido adorar al presidente
El gobernante de Costa Rica, Luis Guillermo Solís, prohíbe inscribir su nombre en las placas de obras públicas
Álvaro Murillo
San José (Costa Rica), El País
Ya los turistas no verán el retrato del Presidente al llegar al aeropuerto Juan Santamaría ni los ciudadanos lo verán posando la banda tricolor, junto al Pabellón Nacional, en las comisarías policiales. Las embajadas por el mundo tampoco exhibirán el rostro del mandatario costarricense. La nueva infraestructura estatal se inaugurarán sin que una placa diga “Luis Guillermo Solís Rivera”. Bastará mostrar la fecha en que se inauguró, porque “la obra pública es pública, no de un Gobierno”.
Así lo ha decretado el mediático presidente, Luis Guillermo Solís (Partido Acción Ciudadana, centro izquierda), en uno de sus últimas muestras de aprecio a lo simbólico ante una población que espera tanto los cambios en las formas como en los resultados concretos en obras. “La efigie del presidente no será motivo de culto en mi administración”, ha justificado el mandatario, una medida que para algunos opositores no es más que populismo disfrazado de humildad.
Este, sin embargo, es solo el último de los gestos de Solís, quien cumple dos meses de haber roto la hegemonía de los dos partidos tradicionales del siglo XX con un aplastante 78% de los votos en una segunda ronda electoral. En sus primeros días saludó casa por casa a los vecinos de la sede presidencial e hizo izar la bandera de la diversidad sexual junto al Pabellón Nacional. Va a diario a su oficina en su auto familiar, modelo 98, y pide en los actos no ponerse de pie cuando entra o sale.
Es un político que se parece a la gente de la calle y que es consciente de que conviene parecer así. Fue dos veces a las celebraciones masivas durante el buen desempeño de la selección de fútbol en el Mundial de Brasil y su equipo se ocupó de publicar en redes sociales fotografías del mandatario viendo los partidos con la camiseta puesta. En uno de ellos rechazó dar asueto (“hay que trabajar como han trabajado los seleccionados”), pero para este martes firmó un permiso de media jornada para recibir a los deportistas. Él en primera fila.
“Me parece que no solo tiene actitudes populistas, sino que parece que continúa en campaña. Así entiendo yo ese decreto de prohibir las placas con su nombre y su fotografía en oficinas públicas. Eso se ha hecho siempre por algo protocolario, no necesariamente para ensalzar la figura del presidente”, opina Juan Luis Jiménez Succar, jefe de los diputados del Partido Liberación Nacional (PLN), principal fuerza opositora. Representa un sector de la población, aún no medido por encuestas, que deplora los gestos políticos y exige en cambio decisiones que respondan a la demanda popular de frenar el costo de la vida, aumentar el empleo y mejor la infraestructura pública.
Estas expectativas no riñen con la importancia de las formas en la política, dice el sociólogo Manuel Rojas, investigador de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso). “El decreto de sus pender las plazas con su nombre y los retratos suyos es un hecho positivo si vemos que en el pasado se ha criticado a presidentes que personalizan demasiado el poder político”, concluyó, citando como ejemplo a Óscar Arias (1986-1990 y 2006-2010), conocido tanto por sus reconocimientos internacionales como por su vanidad. “Si fuera populista más bien estaría promoviendo el culto a su figura, aunque es cierto que es bastante mediático”.
El decreto de Solís tampoco es una novedad total. Algo similar aplicó entre 1978 y 1982 el presidente Rodrigo Carazo Odio, recordado por un sector como un mandatario encantador en las formas pero errático en el manejo de la política y la economía. Al pueblo de Costa Rica es poco cercano a venerar a los poderosos. Lo hizo ver el escritor nicaragüense Sergio Ramírez en septiembre del 2013 cuando llamó la atención la normalidad con que se asume que la estatua del José Figueres Ferrer (líder de la Revolución de 1948, benefactor y tres veces presidente) esté guardada en una bodega municipal. “Don Pepe Figueres sabía bien que no es necesario estar subido a un pedestal para quedarse para siempre, porque la memoria viene a ser la mejor plaza para vivir en ella”, escribió Ramírez tras un recorrido por la capital costarricense.
Álvaro Murillo
San José (Costa Rica), El País
Ya los turistas no verán el retrato del Presidente al llegar al aeropuerto Juan Santamaría ni los ciudadanos lo verán posando la banda tricolor, junto al Pabellón Nacional, en las comisarías policiales. Las embajadas por el mundo tampoco exhibirán el rostro del mandatario costarricense. La nueva infraestructura estatal se inaugurarán sin que una placa diga “Luis Guillermo Solís Rivera”. Bastará mostrar la fecha en que se inauguró, porque “la obra pública es pública, no de un Gobierno”.
Así lo ha decretado el mediático presidente, Luis Guillermo Solís (Partido Acción Ciudadana, centro izquierda), en uno de sus últimas muestras de aprecio a lo simbólico ante una población que espera tanto los cambios en las formas como en los resultados concretos en obras. “La efigie del presidente no será motivo de culto en mi administración”, ha justificado el mandatario, una medida que para algunos opositores no es más que populismo disfrazado de humildad.
Este, sin embargo, es solo el último de los gestos de Solís, quien cumple dos meses de haber roto la hegemonía de los dos partidos tradicionales del siglo XX con un aplastante 78% de los votos en una segunda ronda electoral. En sus primeros días saludó casa por casa a los vecinos de la sede presidencial e hizo izar la bandera de la diversidad sexual junto al Pabellón Nacional. Va a diario a su oficina en su auto familiar, modelo 98, y pide en los actos no ponerse de pie cuando entra o sale.
Es un político que se parece a la gente de la calle y que es consciente de que conviene parecer así. Fue dos veces a las celebraciones masivas durante el buen desempeño de la selección de fútbol en el Mundial de Brasil y su equipo se ocupó de publicar en redes sociales fotografías del mandatario viendo los partidos con la camiseta puesta. En uno de ellos rechazó dar asueto (“hay que trabajar como han trabajado los seleccionados”), pero para este martes firmó un permiso de media jornada para recibir a los deportistas. Él en primera fila.
“Me parece que no solo tiene actitudes populistas, sino que parece que continúa en campaña. Así entiendo yo ese decreto de prohibir las placas con su nombre y su fotografía en oficinas públicas. Eso se ha hecho siempre por algo protocolario, no necesariamente para ensalzar la figura del presidente”, opina Juan Luis Jiménez Succar, jefe de los diputados del Partido Liberación Nacional (PLN), principal fuerza opositora. Representa un sector de la población, aún no medido por encuestas, que deplora los gestos políticos y exige en cambio decisiones que respondan a la demanda popular de frenar el costo de la vida, aumentar el empleo y mejor la infraestructura pública.
Estas expectativas no riñen con la importancia de las formas en la política, dice el sociólogo Manuel Rojas, investigador de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso). “El decreto de sus pender las plazas con su nombre y los retratos suyos es un hecho positivo si vemos que en el pasado se ha criticado a presidentes que personalizan demasiado el poder político”, concluyó, citando como ejemplo a Óscar Arias (1986-1990 y 2006-2010), conocido tanto por sus reconocimientos internacionales como por su vanidad. “Si fuera populista más bien estaría promoviendo el culto a su figura, aunque es cierto que es bastante mediático”.
El decreto de Solís tampoco es una novedad total. Algo similar aplicó entre 1978 y 1982 el presidente Rodrigo Carazo Odio, recordado por un sector como un mandatario encantador en las formas pero errático en el manejo de la política y la economía. Al pueblo de Costa Rica es poco cercano a venerar a los poderosos. Lo hizo ver el escritor nicaragüense Sergio Ramírez en septiembre del 2013 cuando llamó la atención la normalidad con que se asume que la estatua del José Figueres Ferrer (líder de la Revolución de 1948, benefactor y tres veces presidente) esté guardada en una bodega municipal. “Don Pepe Figueres sabía bien que no es necesario estar subido a un pedestal para quedarse para siempre, porque la memoria viene a ser la mejor plaza para vivir en ella”, escribió Ramírez tras un recorrido por la capital costarricense.