Netanyahu se gana a la ultraderecha al desencadenar una operación terrestre
El primer ministro israelí consolida su coalición de Gobierno con la ofensiva
Carmen Rengel
Jerusalén, El País
En un país como Israel, donde las crisis de alianzas siempre impiden que se agoten las legislaturas, Gaza se ha erigido en la nueva piedra de toque de la gobernabilidad, un pretexto oportuno para que cada partido se desmarque de su temporal aliado de Gabinete y trate de imponer su visión. La pelea es dura en el ala derecha, con los ministros Avigdor Lieberman, titular de Exteriores, y Naftali Bennett, al frente de Industria, con la mente puesta en la cuota de poder que pueden lograr en futuros comicios si el primer ministro, Benjamín Netanyahu, cae en desgracia por la operación.
Ambos ministros votaban hace tres días contra el alto el fuego propuesto por Egipto, avalado por el resto del Ejecutivo. Criticaban la “tibieza” de Netanyahu y apostaban por una incursión terrestre. “Solo acabaremos con Hamás entrando en Gaza”, afirmaba el titular de Exteriores. La orden de actuar sobre el terreno ha acabado devolviendo a Netanyahu parte del apoyo de estos críticos.
“No teníamos otra opción”, defendió ayer Bennett —segundo socio de coalición—, rodeado de sus militantes en un acto de apoyo al Ejército. Un asesor de Lieberman confirmaba la satisfacción de su jefe: “Es un primer paso. Lo que esperamos es que la operación avance y no se quede en el perímetro, porque las infraestructuras de Hamás están por todos lados”.
El clima de unidad en torno a la ofensiva es palpable entre la clase política. Los principales partidos progresistas han respaldado la Operación Margen Protector. Sin embargo, la entrada por tierra ha introducido matices en su discurso. “Apoderarse de Gaza es una ilusión”, advierte el diputado laborista Omer Bar Lev. “La única manera de ganar es aumentar los esfuerzos diplomáticos”, recomienda Zehava Gal On, de Meretz. Su discurso es de desencanto por el incremento de la violencia, pero no se han escuchado voces firmes que pidan a Netanyahu que abandone este cerco redoblado. Casi lo más arriesgado ha sido el reconocimiento del presidente saliente, Simón Peres, del “dilema moral” que genera una incursión que puede acarrear más bajas civiles.
Las manifestaciones de grupos de la izquierda en Tel Aviv y Jerusalén han aglutinado a pocos (unos 5.000 máximo). Algunos más, de la minoría árabe, han salido a la calle en el norte. Pero los cañones de guerra acaban uniendo a la gente contra un enemigo común. Ése es el mensaje que se transmite en la radio o la televisión, con llamamientos a mantener prietas las filas ante Hamás. Un patriotismo exaltado que se traslada, por ejemplo, a la cobertura de las dos muertes —un civil y un militar— causadas hasta ahora por los cohetes de las milicias. Aún no hay encuestas que valoren el grado de apoyo popular, pero es claramente elevado.
Ronen Neuwirth, analista de la Asociación Rabínica Beit Hillel, explica que las “tensiones internas” de la sociedad se superan con el “objetivo único” de vencer. Pese a ello, alerta de un contagio de corrientes más radicales que empiezan a tener cierto eco entre los ciudadanos. Ejemplos como el del fanático Michael Ben Ari, exparlamentario que convoca manifestaciones diarias en todo el país para pedir la “conquista total” de Gaza, o incluso diputados actuales sin mucho predicamento en sus grupos que reclaman en sede parlamentaria que se detenga el suministro de agua o electricidad en la Franja para hacer sucumbir a la población.
Hasta cinco millones de israelíes han llegado a estar bajo el paraguas de los cohetes, pero no cunde el pánico. Se han activado grupos locales de seguridad y la vida sigue. Algunos, entre la inconsciencia y la venganza, hasta observan los bombardeos desde las colinas de Sderot. La estampa general es la de un país con coraza ante estas crisis, que desea que pase lo antes posible, pero que prefiere la ofensiva a la espera.
Carmen Rengel
Jerusalén, El País
En un país como Israel, donde las crisis de alianzas siempre impiden que se agoten las legislaturas, Gaza se ha erigido en la nueva piedra de toque de la gobernabilidad, un pretexto oportuno para que cada partido se desmarque de su temporal aliado de Gabinete y trate de imponer su visión. La pelea es dura en el ala derecha, con los ministros Avigdor Lieberman, titular de Exteriores, y Naftali Bennett, al frente de Industria, con la mente puesta en la cuota de poder que pueden lograr en futuros comicios si el primer ministro, Benjamín Netanyahu, cae en desgracia por la operación.
Ambos ministros votaban hace tres días contra el alto el fuego propuesto por Egipto, avalado por el resto del Ejecutivo. Criticaban la “tibieza” de Netanyahu y apostaban por una incursión terrestre. “Solo acabaremos con Hamás entrando en Gaza”, afirmaba el titular de Exteriores. La orden de actuar sobre el terreno ha acabado devolviendo a Netanyahu parte del apoyo de estos críticos.
“No teníamos otra opción”, defendió ayer Bennett —segundo socio de coalición—, rodeado de sus militantes en un acto de apoyo al Ejército. Un asesor de Lieberman confirmaba la satisfacción de su jefe: “Es un primer paso. Lo que esperamos es que la operación avance y no se quede en el perímetro, porque las infraestructuras de Hamás están por todos lados”.
El clima de unidad en torno a la ofensiva es palpable entre la clase política. Los principales partidos progresistas han respaldado la Operación Margen Protector. Sin embargo, la entrada por tierra ha introducido matices en su discurso. “Apoderarse de Gaza es una ilusión”, advierte el diputado laborista Omer Bar Lev. “La única manera de ganar es aumentar los esfuerzos diplomáticos”, recomienda Zehava Gal On, de Meretz. Su discurso es de desencanto por el incremento de la violencia, pero no se han escuchado voces firmes que pidan a Netanyahu que abandone este cerco redoblado. Casi lo más arriesgado ha sido el reconocimiento del presidente saliente, Simón Peres, del “dilema moral” que genera una incursión que puede acarrear más bajas civiles.
Las manifestaciones de grupos de la izquierda en Tel Aviv y Jerusalén han aglutinado a pocos (unos 5.000 máximo). Algunos más, de la minoría árabe, han salido a la calle en el norte. Pero los cañones de guerra acaban uniendo a la gente contra un enemigo común. Ése es el mensaje que se transmite en la radio o la televisión, con llamamientos a mantener prietas las filas ante Hamás. Un patriotismo exaltado que se traslada, por ejemplo, a la cobertura de las dos muertes —un civil y un militar— causadas hasta ahora por los cohetes de las milicias. Aún no hay encuestas que valoren el grado de apoyo popular, pero es claramente elevado.
Ronen Neuwirth, analista de la Asociación Rabínica Beit Hillel, explica que las “tensiones internas” de la sociedad se superan con el “objetivo único” de vencer. Pese a ello, alerta de un contagio de corrientes más radicales que empiezan a tener cierto eco entre los ciudadanos. Ejemplos como el del fanático Michael Ben Ari, exparlamentario que convoca manifestaciones diarias en todo el país para pedir la “conquista total” de Gaza, o incluso diputados actuales sin mucho predicamento en sus grupos que reclaman en sede parlamentaria que se detenga el suministro de agua o electricidad en la Franja para hacer sucumbir a la población.
Hasta cinco millones de israelíes han llegado a estar bajo el paraguas de los cohetes, pero no cunde el pánico. Se han activado grupos locales de seguridad y la vida sigue. Algunos, entre la inconsciencia y la venganza, hasta observan los bombardeos desde las colinas de Sderot. La estampa general es la de un país con coraza ante estas crisis, que desea que pase lo antes posible, pero que prefiere la ofensiva a la espera.