Maduro intenta cerrar filas en el chavismo
El presidente venezolano busca reforzar su posición en el partido, que celebra su tercer congreso en medio de una grave crisis económica y tras síntomas de crítica interna
Ewald Scharfenberg
Caracas, El País
Pero para el presidente venezolano las cosas ya marchan mejor: poco antes de inaugurarse el evento de manera oficial, en la tarde del sábado —madrugada del domingo en España— fue elegido presidente del PSUV “por aclamación” de los 985 delegados presentes. De esa manera, Maduro se convierte en sucesor del comandante Hugo Chávez —de quien, en la práctica, heredó la primera magistratura nacional— también en la jefatura del partido. Nadie desde Chávez había acumulado tanto poder; al menos, poder nominal.
Porque Maduro, en realidad, enfrenta una grave crisis de gobernabilidad desde que asumió la presidencia de la República, en abril de 2013. Gobierna día a día, acuciado por la quiebra de las finanzas públicas, los raptos de rebelión de una oposición —para fortuna del Gobierno— apenas coordinada, las presiones del exterior y, como colofón, las pugnas internas de las diversas facciones del oficialismo, que ya no cuentan con la fuerza de gravedad del liderazgo de Hugo Chávez como factor de cohesión.
Ante tantos frentes, Maduro optó por ordenar la casa primero. En enero, convocó el congreso del partido. La oportunidad lucía propicia, pues intentaba sacar provecho de una alianza de circunstancias con Diosdado Cabello —el número dos del chavismo, presidente de la Asamblea Nacional, primer vicepresidente del partido y rostro visible de una facción castrense-desarrollista del oficialismo— y Rafael Ramírez, jefe de la industria petrolera estatal, llamado a última hora a salvar de la ruina a la economía nacional. La entente se siente en posición de controlar el aparato partidista y de ganar, con ello, peso político para imprimir un giro pragmático a la revolución que garantice su continuidad inmediata.
“Me sorprendieron al elegirme presidente en la primera sesión, de verdad”, confesó Maduro al cierre de la jornada inaugural del congreso, en el Teatro Teresa Carreño de Caracas. Si en sus palabras había sarcasmo, no lo hizo evidente. Pero ha debido lucir como tal para las agrupaciones internas que, sobre todo desde la izquierda integrista del movimiento, cuestionan el rumbo actual de la revolución y han tenido dificultad para conquistar espacios en el congreso. El evento ha estado precedido por la purga de representantes de la “izquierda trasnochada”, como la califica el Gobierno. Junto a los casi 450 delegados “natos” del partido —ministros, gobernadores, alcaldes, concejales y otros cargos de elección popular—, las bases tuvieron la oportunidad de designar por votación directa a otros 535 delegados en unas elecciones celebradas hace una semana, en la que apenas participó uno de cada 10 militantes, y en las que los candidatos figuraban en unas listas confeccionadas por los caciques locales.
“Ni izquierdismo agonizante ni reformismo entreguista”, fue la consigna que Maduro atizó en su discurso a los delegados, “el izquierdismo le hace el mandado a la contrarrevolución”. El acto se inició con cinco horas de retraso con respecto a la agenda oficial. Se atribuyó la tardanza a las negociaciones que en ocho mesas de trabajo se adelantaban para nombrar a Maduro presidente y, de paso, proclamar a Hugo Chávez como “presidente eterno y fundador” del partido, como finalmente también se hizo.
El congreso amenaza con discurrir por una vía de unanimidad soviética. Aún así, Maduro —convertido en jefe del Estado y del partido— se permitió convocar al “debate libre y constructivo”, pero “con disciplina y máxima lealtad a la revolución”. Consignó un conjunto de propuestas para el partido, entre las que se incluye la de oficializar el carácter “cívico-militar” de la revolución bolivariana como una premisa ideológica. Destacaron en su discurso de dos horas los llamados a revisar los estatutos del movimiento y renovar por votaciones directas a las autoridades partidistas antes de enero de 2015.
Todo indica que la nueva directiva del partido anticipa un congreso sin sobresaltos y de carácter más ceremonial que polémico, como pronosticaba la fecha escogida para realizar el evento. Hoy el oficialismo celebra el 60 aniversario del natalicio de Hugo Chávez. Para la ocasión, el Gobierno de Maduro ha hecho coincidir una Cumbre de Mercosur, que tendrá lugar mañana y en la que ya han confirmado su participación al menos cuatro presidentes de la región.
Alguno de los mandatarios invitados, como el uruguayo José Mujica, asistirán a las sesiones del congreso partidista, se ha anunciado. El PSUV se jacta de que representaciones de 30 países acuden al evento, incluyendo a dirigentes de los partidos comunistas de Rusia y China, del partido Rusia Unida de Vladímir Putin y del palestino Al Fatah. Estos últimos obtuvieron uno de los más sonoros aplausos de la plenaria, transmitida en directo por las cadenas de televisión del Estado.
Como el evento es de gala, en la inauguración se estrenó una versión sinfónica del himno del PSUV. Compuesto por el hermano del vicepresidente de Venezuela y yerno de Chávez, Jorge Arreaza, su letra incorpora una estrofa en la que se menciona al fallecido comandante, junto a Simón Bolívar, Francisco de Miranda y Ezequiel Zamora, como integrante del Olimpo de los padres de la patria.
Con esta puesta en escena, apenas queda saber qué tanto conseguirán abrirse paso en la agenda temas controvertidos y de acuciante actualidad para el partido, como los inminentes ajustes económicos, las expulsiones —al parecer, irrevocables— de ex ministros del gabinete de Hugo Chávez, o los cada vez más frecuentes señalamientos de corrupción entre miembros del Gobierno.
Si esa posibilidad sigue latente, de ello tal vez fueron reflejo las salvas de aplausos que recibió el discurso de Adán Chávez en la apertura de la plenaria. Chávez, hermano del desaparecido líder —del que fue mentor ideológico en sus inicios—, además de exembajador en La Habana y actual Gobernador del Estado de Barinas, criticó el burocratismo y el dogmatismo, y abogó por el desarrollo de un partido-movimiento que respete la autonomía de las organizaciones de base.
Ewald Scharfenberg
Caracas, El País
Pero para el presidente venezolano las cosas ya marchan mejor: poco antes de inaugurarse el evento de manera oficial, en la tarde del sábado —madrugada del domingo en España— fue elegido presidente del PSUV “por aclamación” de los 985 delegados presentes. De esa manera, Maduro se convierte en sucesor del comandante Hugo Chávez —de quien, en la práctica, heredó la primera magistratura nacional— también en la jefatura del partido. Nadie desde Chávez había acumulado tanto poder; al menos, poder nominal.
Porque Maduro, en realidad, enfrenta una grave crisis de gobernabilidad desde que asumió la presidencia de la República, en abril de 2013. Gobierna día a día, acuciado por la quiebra de las finanzas públicas, los raptos de rebelión de una oposición —para fortuna del Gobierno— apenas coordinada, las presiones del exterior y, como colofón, las pugnas internas de las diversas facciones del oficialismo, que ya no cuentan con la fuerza de gravedad del liderazgo de Hugo Chávez como factor de cohesión.
Ante tantos frentes, Maduro optó por ordenar la casa primero. En enero, convocó el congreso del partido. La oportunidad lucía propicia, pues intentaba sacar provecho de una alianza de circunstancias con Diosdado Cabello —el número dos del chavismo, presidente de la Asamblea Nacional, primer vicepresidente del partido y rostro visible de una facción castrense-desarrollista del oficialismo— y Rafael Ramírez, jefe de la industria petrolera estatal, llamado a última hora a salvar de la ruina a la economía nacional. La entente se siente en posición de controlar el aparato partidista y de ganar, con ello, peso político para imprimir un giro pragmático a la revolución que garantice su continuidad inmediata.
“Me sorprendieron al elegirme presidente en la primera sesión, de verdad”, confesó Maduro al cierre de la jornada inaugural del congreso, en el Teatro Teresa Carreño de Caracas. Si en sus palabras había sarcasmo, no lo hizo evidente. Pero ha debido lucir como tal para las agrupaciones internas que, sobre todo desde la izquierda integrista del movimiento, cuestionan el rumbo actual de la revolución y han tenido dificultad para conquistar espacios en el congreso. El evento ha estado precedido por la purga de representantes de la “izquierda trasnochada”, como la califica el Gobierno. Junto a los casi 450 delegados “natos” del partido —ministros, gobernadores, alcaldes, concejales y otros cargos de elección popular—, las bases tuvieron la oportunidad de designar por votación directa a otros 535 delegados en unas elecciones celebradas hace una semana, en la que apenas participó uno de cada 10 militantes, y en las que los candidatos figuraban en unas listas confeccionadas por los caciques locales.
“Ni izquierdismo agonizante ni reformismo entreguista”, fue la consigna que Maduro atizó en su discurso a los delegados, “el izquierdismo le hace el mandado a la contrarrevolución”. El acto se inició con cinco horas de retraso con respecto a la agenda oficial. Se atribuyó la tardanza a las negociaciones que en ocho mesas de trabajo se adelantaban para nombrar a Maduro presidente y, de paso, proclamar a Hugo Chávez como “presidente eterno y fundador” del partido, como finalmente también se hizo.
El congreso amenaza con discurrir por una vía de unanimidad soviética. Aún así, Maduro —convertido en jefe del Estado y del partido— se permitió convocar al “debate libre y constructivo”, pero “con disciplina y máxima lealtad a la revolución”. Consignó un conjunto de propuestas para el partido, entre las que se incluye la de oficializar el carácter “cívico-militar” de la revolución bolivariana como una premisa ideológica. Destacaron en su discurso de dos horas los llamados a revisar los estatutos del movimiento y renovar por votaciones directas a las autoridades partidistas antes de enero de 2015.
Todo indica que la nueva directiva del partido anticipa un congreso sin sobresaltos y de carácter más ceremonial que polémico, como pronosticaba la fecha escogida para realizar el evento. Hoy el oficialismo celebra el 60 aniversario del natalicio de Hugo Chávez. Para la ocasión, el Gobierno de Maduro ha hecho coincidir una Cumbre de Mercosur, que tendrá lugar mañana y en la que ya han confirmado su participación al menos cuatro presidentes de la región.
Alguno de los mandatarios invitados, como el uruguayo José Mujica, asistirán a las sesiones del congreso partidista, se ha anunciado. El PSUV se jacta de que representaciones de 30 países acuden al evento, incluyendo a dirigentes de los partidos comunistas de Rusia y China, del partido Rusia Unida de Vladímir Putin y del palestino Al Fatah. Estos últimos obtuvieron uno de los más sonoros aplausos de la plenaria, transmitida en directo por las cadenas de televisión del Estado.
Como el evento es de gala, en la inauguración se estrenó una versión sinfónica del himno del PSUV. Compuesto por el hermano del vicepresidente de Venezuela y yerno de Chávez, Jorge Arreaza, su letra incorpora una estrofa en la que se menciona al fallecido comandante, junto a Simón Bolívar, Francisco de Miranda y Ezequiel Zamora, como integrante del Olimpo de los padres de la patria.
Con esta puesta en escena, apenas queda saber qué tanto conseguirán abrirse paso en la agenda temas controvertidos y de acuciante actualidad para el partido, como los inminentes ajustes económicos, las expulsiones —al parecer, irrevocables— de ex ministros del gabinete de Hugo Chávez, o los cada vez más frecuentes señalamientos de corrupción entre miembros del Gobierno.
Si esa posibilidad sigue latente, de ello tal vez fueron reflejo las salvas de aplausos que recibió el discurso de Adán Chávez en la apertura de la plenaria. Chávez, hermano del desaparecido líder —del que fue mentor ideológico en sus inicios—, además de exembajador en La Habana y actual Gobernador del Estado de Barinas, criticó el burocratismo y el dogmatismo, y abogó por el desarrollo de un partido-movimiento que respete la autonomía de las organizaciones de base.