El milagro argentino


Santi Figueroa, Sanprensa
Argentina superó a Holanda por penales y jugará la final ante Alemania. Es el partido más esperado de los últimos 24 años para ambos equipos. Holanda continúa sin poder dar el salto final para consagrarse. Así jugó y cómo llegó el conjunto sudamericano a una instancia decisiva luego de un inicio tan cuestionado.


De menor a mayor, así fue creciendo, muy lentamente, el seleccionado argentino para alcanzar su quinta final de campeonato del mundo. Luego del 0 a 0 ante Holanda y la definición de los penales, el conjunto de Alejandro Sabella deberá enfrentar a Alemania, la gran potencia europea. Ante los “naranjas”, el pleito fue bastante parejo, con dominio repartido del balón y escasas situaciones de gol. De hecho, el juego se planteó en la franja media y en muy pocos tramos la pelota transitó por las áreas, algo muy distinto a lo que venía sucediendo en la Copa, con partidos dinámicos de ida y vuelta permanente.

El reflejo del alargue, pareció demostrar que Argentina estuvo más cerca de ganarlo, aunque la acción de Mascherano sobre Robben fue determinante. A pesar del cansancio, durante los 30 minutos extra se generaron más jugadas de peligro que en el tiempo reglamentario. Allí Palacio tuvo el triunfo en su remate de cabeza pero fue demasiado débil, del mismo modo que la volea intentada por Maxi Rodríguez. Sin embargo, previamente, el compromiso careció de lucimientos.
Holanda llegaba como favorito porque había demostrado un fútbol de alto bueno en la primera fase y contó con jugadores en altísimo nivel, como Robben y Van Persie, y en menor medida De Jong, Vlaar y Dlind. De lo contrario a lo sucedido con Argentina, los Países Bajos fueron un equipo excelente en la primera fase, pero menos avasallante en la etapa eliminatoria. De hecho, no anotaron goles ante Costa Rica y en este partido.

En tanto, la selección albiceleste tuvo desempeños mediocres en la fase inicial, habiendo ganado ajustadamente ante equipos de menor valía y con una formación ofensiva. No obstante, el Mundial le avisaba a la Argentina que debía conformar un medio campo fuerte para avanzar hasta instancias decisivas. El equipo se armó con jugadores en bajo nivel (Messi en Barcelona) o con lesiones por curar (Gago, Higuaín, Agüero), quienes debían recuperarse porque carecían de minutos previos en la alta competencia. Con las dudas del esquema, con jugadores que no actuaban en sus puestos y varias improvisaciones, Argentina sufrió siempre y dependió casi exclusivamente de las dos o tres jugadas que Lio Messi ofrecía por partido.

Si, era poco y el esquema no ayudaba. Ubicar a cuatro delanteros (Messi, Higuaín, Di María y Agüero) para que se asfixien con las defensas contrarias fue una medida populista e inapropiada para el fútbol de hoy en día. Además, Gago, Zabaleta y Rojo se sumaban a la línea de gestación para dejar desprotegida a la defensa que Mascherano, Garay, Fernández y Romero debían rearmar desesperadamente ante cada contragolpe. Bosnia, Irán y Nigeria pudieron haber conquistado un empate ante Argentina y hubiese sido justo en un par de estos duelos.

Una vez en octavos, Lavezzi reemplazó al Kun y le dio un poco más de respiro y colaboración al mediocampo argentino. Ante Bélgica pasó algo similar, pero gracias a los aportes de Biglia –fundamental para no fundir a Mascherano- y Demichelis, el seleccionado sudamericano jugó su mejor partido de la Copa. Obstaculizó a los “diablos”, algo que hasta ahora no había sucedido ante cualquiera de los rivales y dio un golpe portal a los pocos minutos del inicio. Así, con solvencia, energía y solidaridad, Argentina forjó lo que luego desarrolló contra Holanda.

Solo bajo estos conceptos puede comprenderse y estudiarse el por qué. Los cambios, estratégicos y de nombres, más lo que surgió desde los futbolistas por el espíritu de lucha, pudieron generar semejante mutación. Un claro ejemplo es la actuación de Enzo Pérez, quien jamás había aportado alguna actuación destacable en el combinado rioplatense. El ex Godoy Cruz jugó de titular y encajó perfecto en el esquema de Sabella, siendo relevante por su presencia en el área de enfrente y el despliegue para la recuperación del balón. De igual forma, Demichelis se sumó a la zaga para no tener trabajo, es decir, basa su juego en el oficio, en acortar distancias y en dar seguridad con su presencia y quites.

En lo conceptual, el equipo ahora juega más corto, no tan estirado como antes. Además, aprovecha mejor los tiempos del partido, en base al estudio que hace del rival y no sale tan desesperado a cazar a su presa. No obstante, Messi aportó cada vez menos, siendo su posición permanente muy cercana al “Pipita”. A medida que los partidos se complican por el nivel de Bélgica y de Holanda, también se afirman las marcas hacia el astro argentino. Sin Di María fue complicado generar diagonales y buscar sociedades. Del mismo modo, la defensa obstruyó felizmente a Robben, Van Persie y Sneijder. Y aquí la teoría de la manta corta. Lo bueno fue el EQUILIBRIO que surgió a partir de los encuentros iniciales y, evidentemente, por las quejas de Mascherano, el entrenador se dio cuenta que ya no podía sostener la formación del comienzo.

Atrás quedaron las discusiones del juego sudamericano, de la voracidad y tenencia de la pelota para hacer daño. Es hora de que la discusión sea por “cómo progresar”. Argentina estuvo al borde de cosechar malos resultados ante Irán, Nigeria y, posiblemente, Suiza por querer llevarse el mundo por delante sin un juego estratégico pensado y moldeado para un Mundial. Por suerte, no se repitió el desastre de Corea-Japón. Ahora, bajo la conducción y liderazgo de Javier Mascherano, la selección aparece como un duro rival, integrado por hombres que decidieron cambiar el rumbo de una historia complicada. Las virtudes futbolísticas son pocas, pero el grupo se fraguó en plena competencia para demostrar que este deporte no es solo táctica y talento.

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