ANÁLISIS / Fractura emocional

Santiago Solari, El País
Desde el Mundial de Corea y Japón 2002 a hoy, lo que más cambió en el análisis del juego es la cantidad de datos que se pueden extraer de cada partido. Pita el árbitro y, como en la pantalla de Matrix, una lluvia interminable de números se descarga en el disco rígido a la espera de que alguien pase por ahí a intentar encontrarles sentido. Si uno se sienta frente a esa inmensidad sin una idea clara de lo que busca, puede deambular horas y horas sin encontrar nada, como si recorriera un vertedero de la estadística. Si, en cambio, lo que uno pretende es confirmar o negar intuiciones, el paisaje cambia.


El dato más curioso sobre Brasil antes de su semifinal de este martes era que sus centrales y laterales contaban con la mayor cantidad de toques de balón de su equipo en el torneo (en Argentina, por ejemplo, lideran esa tabla, por orden, Mascherano, Di María, Gago y Messi, y en Alemania Kross, Lahm y Schweinsteiger). Un dato que refleja a las claras los problemas del equipo de Scolari para crear juego una vez superada la primera línea.

Joachim Löw arrancó con una consigna precisa: dejarle la pelota a Dante y David Luiz y esperar a que Brasil construya por el medio, su zona más gris. Alemania, acorde a su historia, es un equipo sólido y equilibrado en sus líneas y cuenta además con uno de los mejores porteros del mundo (Neuer), pero, sobre todas las cosas, llegó a este torneo con un funcionamiento en el centro del campo (sea con Lahm allí o sin él) sencillamente impecable. Algo que Brasil omitió deliberadamente desde el inicio, apostando todo a la euforia del himno y a un ataque abierto desde Hulk a Bernard y desde Oscar a Fred, como si su posibilidad de llegar a la final sin Neymar pasara exclusivamente por arrollar a Alemania en un arranque fulminante.

El plan duró 11 minutos, que fue lo que tardó Müller en aprovechar una cortina en un córner. Su celebración, de una contenida euforia teutona, acentuó el contraste. Müller levantó su puño como si en vez de un gol en semis del Mundial en el Mineirão hubiera conseguido entradas al cine.

Los siguientes 12 minutos, Brasil los jugó como si se trataran de los últimos 30 segundos. No hay datos estadísticos que puedan explicar la debacle que sufrió Brasil tras el segundo gol. Cuatro goles en menos de seis minutos disolvieron el castillo de arena emocional sobre el que se levantaba esta selección Brasilera. Un equipo que empezó a fisurarse con aquel rodillazo de Zúñiga y se quebró definitivamente en el mismo momento en que Klose se erigió en el máximo goleador de la historia de los Mundiales.

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