ANÁLISIS / Argentina tiene Ángel... Di María
La albiceleste pasa a cuartos con un gol del madridista a pase de Messi en el minuto 118. En el 120' Dzemaili remató de cabeza al palo. Los de Sabella se enfrentarán al ganador del Bélgica-Estados Unidos, en Brasilia, el sábado día 5.
Sao Paulo, As
Ver un partido de la selección de Messi con un hincha argentino es una experiencia que cualquier curioso debería vivir y sentir alguna vez. Gritan, se excitan, insultan de esa forma amorosa, tan propia suya, que convierte la mala palabra en una melodía de vocablos tan ofensiva como dulce. Padecen. Y de qué manera. El equipo nacional es lo primero, por encima de cualquier otra cosa o sentimiento. Cuando Leo Messi agarra la pelota, se nota la aceleración y cómo les sube la tensión, a la espera de ver qué inventa para finiquitar la jugada. Y ayer invitó a Di María a resolver.
La prórroga agonizaba y los chicos de Sabella se habían estampado una y otra vez en la organización de Hitzfeld. No había manera. No había grieta alguna en la compenetrada defensa suiza, aunque tampoco una buena idea en la creación de los argentinos. Un drama. Colgados de la magia de Leo y a la garra de Di María, los argentinos cogieron a última hora del choque, cuando ya no le quedaban oraciones ni al Papa Francisco, el billete para los cuartos.
'El Fideo' sólo tuvo que embocar de manera ajustada el servicio de Messi. El enano, como llamó Romero a Leo tras el agónico triunfo ante Irán (1-0), vio el hueco y corrió. Avanzó de manera prodigiosa, de una forma tan sencilla que hasta parece fácil. Pero lo que hace es casi imposible para el resto de los humanos. La conducción fue clara y las piernas recibían bien las instrucciones. Messi vio el gol antes que nadie. Con el rabillo del ojo observó que Rodríguez no había reculado bien y que Di María estaba solo, entrando en carrera, y que ponerle la pelota al pie izquierdo era pasar ronda. Dicho y hecho. A seguir.
El golpeo del Ángel de Argentina quebró la organización de los helvéticos. Estuvieron presentes los suizos en el partido más bien en la primera parte. Conducidos por Shaqiri, sólo la falta de acierto y las manoplas de Romero les evitaron tomar ventaja. Nunca se rindieron, aunque era tal el desastre argentino en la construcción que decidieron entregarles la pelota para desgastar al rival a la espera de poder aprovechar alguna oportunidad.
Mientras Sabella enloqueció tras el gol de Di María, Hitzfeld retocó dos piezas del tablero. Las fichas ya estaban en liza, pero creía en el milagro. Y de milagro no empataron el choque. Dzemaili, que lloraba sin consuelo al final del partido, remató al palo y el rechace en su pierna izquierda fue fuera, cierto, pero también pudo ir adentro y ahí acabó todo.
Eso sí, el seleccionador argentino debería sentarse con sus hombres y recordarles que sólo la suerte del sorteo, la fortuna en el cuadro de cruces y contar con Messi les está valiendo para solventar la papeleta, pero veremos sí para lograr el objetivo. Si consiguen alzar la Copa del Mundo en Maracaná, se habrá demostrado que un jugador solo es capaz de llegar a la gloria. Messi está fino, aunque ayer tuvo cerca al ángel argentino, el Fideo Di María.
Ver un partido de la selección de Messi con un hincha argentino es una experiencia que cualquier curioso debería vivir y sentir alguna vez. Gritan, se excitan, insultan de esa forma amorosa, tan propia suya, que convierte la mala palabra en una melodía de vocablos tan ofensiva como dulce. Padecen. Y de qué manera. El equipo nacional es lo primero, por encima de cualquier otra cosa o sentimiento. Cuando Leo Messi agarra la pelota, se nota la aceleración y cómo les sube la tensión, a la espera de ver qué inventa para finiquitar la jugada. Y ayer invitó a Di María a resolver.
La prórroga agonizaba y los chicos de Sabella se habían estampado una y otra vez en la organización de Hitzfeld. No había manera. No había grieta alguna en la compenetrada defensa suiza, aunque tampoco una buena idea en la creación de los argentinos. Un drama. Colgados de la magia de Leo y a la garra de Di María, los argentinos cogieron a última hora del choque, cuando ya no le quedaban oraciones ni al Papa Francisco, el billete para los cuartos.
'El Fideo' sólo tuvo que embocar de manera ajustada el servicio de Messi. El enano, como llamó Romero a Leo tras el agónico triunfo ante Irán (1-0), vio el hueco y corrió. Avanzó de manera prodigiosa, de una forma tan sencilla que hasta parece fácil. Pero lo que hace es casi imposible para el resto de los humanos. La conducción fue clara y las piernas recibían bien las instrucciones. Messi vio el gol antes que nadie. Con el rabillo del ojo observó que Rodríguez no había reculado bien y que Di María estaba solo, entrando en carrera, y que ponerle la pelota al pie izquierdo era pasar ronda. Dicho y hecho. A seguir.
El golpeo del Ángel de Argentina quebró la organización de los helvéticos. Estuvieron presentes los suizos en el partido más bien en la primera parte. Conducidos por Shaqiri, sólo la falta de acierto y las manoplas de Romero les evitaron tomar ventaja. Nunca se rindieron, aunque era tal el desastre argentino en la construcción que decidieron entregarles la pelota para desgastar al rival a la espera de poder aprovechar alguna oportunidad.
Mientras Sabella enloqueció tras el gol de Di María, Hitzfeld retocó dos piezas del tablero. Las fichas ya estaban en liza, pero creía en el milagro. Y de milagro no empataron el choque. Dzemaili, que lloraba sin consuelo al final del partido, remató al palo y el rechace en su pierna izquierda fue fuera, cierto, pero también pudo ir adentro y ahí acabó todo.
Eso sí, el seleccionador argentino debería sentarse con sus hombres y recordarles que sólo la suerte del sorteo, la fortuna en el cuadro de cruces y contar con Messi les está valiendo para solventar la papeleta, pero veremos sí para lograr el objetivo. Si consiguen alzar la Copa del Mundo en Maracaná, se habrá demostrado que un jugador solo es capaz de llegar a la gloria. Messi está fino, aunque ayer tuvo cerca al ángel argentino, el Fideo Di María.