ANÁLISIS / Argentina, dime qué se siente
El delantero del Nápoles fue el mejor y marcó el único gol del partido. Argentina no llegaba a las semfinales de un Mundial desde Italia '90.
Brasilia, As
Un paso más y Argentina regresará a Maracaná, estadio en el que comenzó la competición hace ya casi un mes. Hasta ahora dio cinco pisadas, de sensaciones más bien diferentes. Algunas de las huellas parecieron ser fuertes, sólidas y seguras; otras, en cambio, dejaron más dudas que alegrías. El partido de ayer fue un reflejo de la Copa del Mundo que hasta ahora firmaron los argentinos. Una primera parte compacta, con control de balón, llegadas peligrosas, seriedad en el centro del campo y siendo una tardecita plácida para la retaguardia y Romero. La segunda, en cambio, la cosa se fue torciendo. La albiceleste fue cayendo poco a poco en el olvido de las tareas obligatorias y los belgas, que alguna cosa debían demostrar, se dejaron ver, lejos, eso sí, de la versión de un equipo joven, cargado de talento y predestinado a conseguir grandes conquistas.
El gol de Higuaín fue lo mejor que le podía pasar a los argentinos, pero lo peor que le sucedió al partido. Cuando el balón conectado por el Pipita entró en la meta de Courtois, la cosa cambió radicalmente y los belgas se asustaron. Veían que Messi comenzaba con espacios y fino, a la vez que Mascherano se imponía en todos los sentidos en el centro del campo. Llegaban bien y cómodos a la zona de influencia los sudamericanos, pero tampoco pusieron en excesivos problemas al portero del Atlético de Madrid, que salvó con nota su primera participación en una Copa del Mundo.
Sorprendió que Wilmots mandase a Hazard a la banda. Para que lo entiendan, eso sería como si Del Bosque situase a Iniesta de pivote defensivo; mal negocio. Aún así, Romero vio pasar el cuero cerca del paso un par de veces. Dos remates de De Bruyne situaron a los diablos rojos en el mapa del partido, pero no pasaron de ahí.
Por entonces, Messi estaba cómodo, tanto que se atrevía a dar pases de más de 35 metros en diagonal para que fueran aprovechados por sus compañeros. En uno de ellos, con el exterior y al espacio, llegó Di María, potente en la carrera y hábil en la ejecución hasta ese momento, para lastimarse el músculo de la pierna derecha. Serio contratiempo para Sabella, que desde entonces comenzó a rezar todo lo que supo y más para poder recuperar al Fideo argentino.
La segunda parte fue más bien distinta. Los argentinos, sin acelerarse nunca, observaron como la anarquía belga les obligaba a la máxima concentración en defensa y a buscar los espacios para que un ausente Messi tratase de abrochar el resultado y el pase a las semifinales. Colgados del larguero y esperando que ni Garay ni Demichelis se equivocaran, Fellaini y Van Buyten fueron situados para golpear los centros que debían acabar por dinamitar el plan defensivo de Sabella. Nada. Nada de nada. Ni una buena ni clara opción de gol, más allá de un mal despeje argentino que no fue aprovechado.
Los belgas, que crecieron hasta ayer con la sensación de tener un talento infinito, sólo tuvieron buenas sensaciones cuando enloquecieron y su juego se basó en la improvisación. No filtraron buenas acciones ofensivas con cinco pases seguidos ni se creyeron nunca capaces de poder inquietar a los argentinos, que tras 24 años volverán a disputar una semifinal de la Copa del Mundo.
Celebra la banda de Sabella y toda su hinchada. Enloquecen en cualquier parte del mundo. Se sienten orgullosos de un equipo que deja dudas muchas veces, pero que camina firme a por el Mundial. Y en Brasil, su acérrimo rival, ya temen cuando se imaginan el panorama. Ya queda poco.
Brasilia, As
Un paso más y Argentina regresará a Maracaná, estadio en el que comenzó la competición hace ya casi un mes. Hasta ahora dio cinco pisadas, de sensaciones más bien diferentes. Algunas de las huellas parecieron ser fuertes, sólidas y seguras; otras, en cambio, dejaron más dudas que alegrías. El partido de ayer fue un reflejo de la Copa del Mundo que hasta ahora firmaron los argentinos. Una primera parte compacta, con control de balón, llegadas peligrosas, seriedad en el centro del campo y siendo una tardecita plácida para la retaguardia y Romero. La segunda, en cambio, la cosa se fue torciendo. La albiceleste fue cayendo poco a poco en el olvido de las tareas obligatorias y los belgas, que alguna cosa debían demostrar, se dejaron ver, lejos, eso sí, de la versión de un equipo joven, cargado de talento y predestinado a conseguir grandes conquistas.
El gol de Higuaín fue lo mejor que le podía pasar a los argentinos, pero lo peor que le sucedió al partido. Cuando el balón conectado por el Pipita entró en la meta de Courtois, la cosa cambió radicalmente y los belgas se asustaron. Veían que Messi comenzaba con espacios y fino, a la vez que Mascherano se imponía en todos los sentidos en el centro del campo. Llegaban bien y cómodos a la zona de influencia los sudamericanos, pero tampoco pusieron en excesivos problemas al portero del Atlético de Madrid, que salvó con nota su primera participación en una Copa del Mundo.
Sorprendió que Wilmots mandase a Hazard a la banda. Para que lo entiendan, eso sería como si Del Bosque situase a Iniesta de pivote defensivo; mal negocio. Aún así, Romero vio pasar el cuero cerca del paso un par de veces. Dos remates de De Bruyne situaron a los diablos rojos en el mapa del partido, pero no pasaron de ahí.
Por entonces, Messi estaba cómodo, tanto que se atrevía a dar pases de más de 35 metros en diagonal para que fueran aprovechados por sus compañeros. En uno de ellos, con el exterior y al espacio, llegó Di María, potente en la carrera y hábil en la ejecución hasta ese momento, para lastimarse el músculo de la pierna derecha. Serio contratiempo para Sabella, que desde entonces comenzó a rezar todo lo que supo y más para poder recuperar al Fideo argentino.
La segunda parte fue más bien distinta. Los argentinos, sin acelerarse nunca, observaron como la anarquía belga les obligaba a la máxima concentración en defensa y a buscar los espacios para que un ausente Messi tratase de abrochar el resultado y el pase a las semifinales. Colgados del larguero y esperando que ni Garay ni Demichelis se equivocaran, Fellaini y Van Buyten fueron situados para golpear los centros que debían acabar por dinamitar el plan defensivo de Sabella. Nada. Nada de nada. Ni una buena ni clara opción de gol, más allá de un mal despeje argentino que no fue aprovechado.
Los belgas, que crecieron hasta ayer con la sensación de tener un talento infinito, sólo tuvieron buenas sensaciones cuando enloquecieron y su juego se basó en la improvisación. No filtraron buenas acciones ofensivas con cinco pases seguidos ni se creyeron nunca capaces de poder inquietar a los argentinos, que tras 24 años volverán a disputar una semifinal de la Copa del Mundo.
Celebra la banda de Sabella y toda su hinchada. Enloquecen en cualquier parte del mundo. Se sienten orgullosos de un equipo que deja dudas muchas veces, pero que camina firme a por el Mundial. Y en Brasil, su acérrimo rival, ya temen cuando se imaginan el panorama. Ya queda poco.