Perfil Dilma Rousseff: una tecnócrata de “prestigio” y “con fama de antipática” que busca su segundo mandato

Brasilia, EFE
Hasta hace unos años, Dilma Rousseff era una tecnócrata de prestigio, fama de antipática y sin aspiraciones políticas conocidas. Pero fue candidata a la Presidencia de Brasil, ganó, le tomó el gusto al poder y, ahora, busca un segundo mandato.
A sus 66 años, esta economista de escaso carisma fue proclamada hoy, por segunda vez, candidata presidencial del Partido de los Trabajadores (PT), que, como en 2010, se curvó frente al deseo del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, su fundador y máximo líder.



Hasta que Lula la impuso como abanderada del PT hace cuatro años, Dilma Vana Rousseff Linhares nunca se había planteado postular a un cargo electivo y hasta era resistida por el partido.

Sin embargo, de la mano de su mentor político se convirtió en la primera mujer elegida para un cargo que, en la historia republicana del país, sólo habían ocupado 35 hombres.

Hija de un comunista búlgaro que emigró a Brasil y se casó en este país, Rousseff era una perfecta desconocida para la mayoría de los brasileños cuando en enero de 2003 asumió como ministra de Minas y Energía en el primer Gobierno de Lula.

Pasó luego a ejercer el cargo de ministra de la Presidencia, se ganó la fama de “Dama de Hierro” por su rigor y, gracias al influyente “dedo” de Lula, se convirtió en sucesora del líder más carismático de la historia reciente del país.

Cuando asumió el poder el 1 de enero de 2011, su condición de economista animó a los mercados, pero, en contra de lo que se esperaba, Rousseff mostró mucha más maña para la política que para mantener el impulso que llevaba la economía brasileña.

Tras una expansión del 7,5 % en 2010, en el último año de Lula en el poder, el crecimiento económico con Rousseff cayó al 2,7 % en 2011, al 1,0 % en 2012 y se recuperó ligeramente, para llegar al 2,5 % en 2013.

Para este año, los analistas lo prevén en torno a un 1,4 %, en un escenario de inflación creciente, cercana al 6,5 %.

Si la expectativa generada con la economía no se cumplió, las dudas sobre su manejo político del país se superaron y con holgura.

Rousseff fue dura frente la corrupción y castigó toda sospecha, al punto de que durante sus primeros trece meses de Gobierno no le tembló el pulso para destituir a siete ministros implicados en turbias maniobras con dinero público.

En junio del año pasado pasó por su prueba más difícil, cuando millones de personas tomaron las calles para protestar por la pésima calidad de los servicios públicos, en las más multitudinarias manifestaciones ocurridas en la historia de Brasil.

En vez de criticar las protestas, Rousseff asumió las quejas de la sociedad, las hizo suyas, instó a “escuchar la voz de las calles” y su popularidad, que había caído del 70 al 30 % en un mes, se recuperó para situarse hoy cerca del 40 %, suficiente para ser favorita de cara a las elecciones de octubre próximo.

El pasado día 12, durante la apertura del Mundial de fútbol, cuya organización defendió a capa y espada, mostró otra vez su temple al soportar estoicamente los insultos de miles de personas.

Respondió al día siguiente, con elegancia y carácter. “No serán los insultos los que me van a intimidar”, dijo, y recordó que en su vida enfrentó “situaciones que llegaron al límite físico” y fueron “casi insoportables”.

Se ganó la fama de “Dama de Hierro” por su rigor y, gracias al influyente “dedo” de Lula, se convirtió en sucesora del líder más carismático.
Aludía a su juventud, cuando por supuestos vínculos con grupos guerrilleros alzados contra la dictadura que gobernaba entonces en Brasil pasó casi tres años en prisión y fue sometida a torturas.

Quien la conoce dice que fue en las mazmorras de la dictadura que forjó su recio carácter, que, según ha confesado algún ministro a la prensa local, llega a ser “intimidatorio”.

Pese a esa imagen, Rousseff puede ser la abuela más dulce cuando está con su único nieto, Gabriel, de cuatro años, o confesar sus deseos de liberarse de las limitaciones que impone el poder.

En una cena que ofreció a corresponsales extranjeros a inicios de este mes, reveló algunos de sus sueños más reservados y dijo que quisiera poder caminar como una persona anónima o simplemente ir de compras, algo que no hace desde que gobierna Brasil.

También dijo que “adoraría” comprar una Lambretta, para disfrutar de la “sensación de libertad” que ofrece una motocicleta y “sentir el viento” en su rostro.

Ese deseo, según dijo, nació hace unos dos años, cuando se puso “traviesa”, burló a su seguridad y, en forma “clandestina”, salió de paseo por Brasilia con un amigo en una poderosa Harley-Davidson.

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