Chile se atribuye el mérito de la derrota del combinado español
Santiago, As
No todos los hinchas chilenos le dijeron al conductor ‘salga ahora mismo de ahí que ya manejo yo’ y se llevaron el autobús de fiesta por Santiago (tres buses fueron secuestrados durante las celebraciones), pero prácticamente ninguno se quedó en casa. Euforia, entusiasmo, ilusión desbordada. Chile vivió la eliminación de España como una proeza histórica, casi casi el día más importante de su biografía futbolera. Hasta ayer, por clasificación, su día cumbre era el tercer puesto en el Mundial 62, y por emoción un 0-2 ante Inglaterra en Wembley en un amistoso de 1998. El 18 de junio de 2014 pasa a ser ahora fiesta nacional del fútbol chileno, la vez en la que se ganó (al undécimo intento) y se mandó de vuelta a casa a España, al campeón del mundo, la mejor actuación personal de todos los tiempos.
Chile se atribuye todo el mérito. Celebra la victoria como una consecuencia de su propio crecimiento, su competitividad y su disciplina táctica, su plan y su esfuerzo, más que como la decadencia de la selección que dominó el fútbol reciente. Casi por egoísmo personal se minimiza la sentencia del fin de ciclo de España y se prioriza el crecimiento propio. Sampaoli es Dios. Y Medel. Y Aránguiz. Y Bravo. Y Alexis. Y Vargas. Y, por supuesto, Vidal. Y fue la suma de todos y no la edad de jubilación de los campeones lo que bloqueó las piernas y las ideas. Se percibe perplejidad por el ensañamiento de muchos medios españoles con los suyos. Ingratitud, lo llaman.
Las tertulias recelan del fin de ciclo de España como afirmación categórica. Más allá de que haya jugadores en declive, que Xavi se consuma (y no jugó), Casillas pagase su año de inactividad, el Barça (de donde viene la selección) no llegara de su mejor temporada o Del Bosque se viera superado, sospechan de quienes reniegan una semana después de declararla vigente. No es que Iniesta no sea Iniesta, en suma, sino que el plan del DT y su impecable ejecución no le permitió serlo. Y fue que Medel se comió a Diego Costa, no que el 19 no fuera el del Atlético. Y así uno tras otro. Posiblemente sólo el editor de deportes del diario La Tercera, antes y después del funeral, habló eso de que España, la gran España, se acababa para siempre y se acabó. Pero no es chileno, es español.
No todos los hinchas chilenos le dijeron al conductor ‘salga ahora mismo de ahí que ya manejo yo’ y se llevaron el autobús de fiesta por Santiago (tres buses fueron secuestrados durante las celebraciones), pero prácticamente ninguno se quedó en casa. Euforia, entusiasmo, ilusión desbordada. Chile vivió la eliminación de España como una proeza histórica, casi casi el día más importante de su biografía futbolera. Hasta ayer, por clasificación, su día cumbre era el tercer puesto en el Mundial 62, y por emoción un 0-2 ante Inglaterra en Wembley en un amistoso de 1998. El 18 de junio de 2014 pasa a ser ahora fiesta nacional del fútbol chileno, la vez en la que se ganó (al undécimo intento) y se mandó de vuelta a casa a España, al campeón del mundo, la mejor actuación personal de todos los tiempos.
Chile se atribuye todo el mérito. Celebra la victoria como una consecuencia de su propio crecimiento, su competitividad y su disciplina táctica, su plan y su esfuerzo, más que como la decadencia de la selección que dominó el fútbol reciente. Casi por egoísmo personal se minimiza la sentencia del fin de ciclo de España y se prioriza el crecimiento propio. Sampaoli es Dios. Y Medel. Y Aránguiz. Y Bravo. Y Alexis. Y Vargas. Y, por supuesto, Vidal. Y fue la suma de todos y no la edad de jubilación de los campeones lo que bloqueó las piernas y las ideas. Se percibe perplejidad por el ensañamiento de muchos medios españoles con los suyos. Ingratitud, lo llaman.
Las tertulias recelan del fin de ciclo de España como afirmación categórica. Más allá de que haya jugadores en declive, que Xavi se consuma (y no jugó), Casillas pagase su año de inactividad, el Barça (de donde viene la selección) no llegara de su mejor temporada o Del Bosque se viera superado, sospechan de quienes reniegan una semana después de declararla vigente. No es que Iniesta no sea Iniesta, en suma, sino que el plan del DT y su impecable ejecución no le permitió serlo. Y fue que Medel se comió a Diego Costa, no que el 19 no fuera el del Atlético. Y así uno tras otro. Posiblemente sólo el editor de deportes del diario La Tercera, antes y después del funeral, habló eso de que España, la gran España, se acababa para siempre y se acabó. Pero no es chileno, es español.