ANÁLISIS / Una exhibición de Robben deja un mar de lágrimas en México
Fortaleza, As
Un final de partido impredecible cambió en seis minutos, los que van del 88 al 94, la historia de holandeses y mexicanos, aquella que separa en el fútbol la alegría de la tristeza, el éxito del fracaso. Hacer un análisis de un partido así es injusto para quien ganó y también para quien perdió, pues cualquier cosa pudo pasar y cualquiera hubiera tenido sentido. La única realidad tangible es que Holanda está en cuartos y no por falta de sufrimiento. Los de Van Gaal dan cada vez más síntomas de flaqueza, pero ahí siguen sorteando obstáculos. El de esta vez fue de los importantes, de los que sólo los grandes equipos son capaces de evitar.
Todo porque México no cedió los espacios que necesitaba Holanda e incluso le regaló la pelota, ese objeto cada vez más extraño para los de Van Gaal. Los holandeses necesitaban correr, pero los que corrían eran los carrileros largos de México, dos trenes de alta velocidad con los que buscar siempre un balón largo a la espalda de los contrarios. Llama la atención especialmente en este contexto el papel de Kuyt. Después de 215 goles como profesional, se ha puesto el casco de trabajo y con linterna incluida escava todo balón que aparece por el lateral izquierdo de Holanda, su nuevo e inesperado territorio.
Tanto a él como a Verhaegh por la derecha les tocó achicar más que proyectarse, sinónimo de que sufrían con la pelota y apenas tenían opción con ella. En cambio, México tuvo de nuevo en el espigado Héctor Herrera el trampolín con el que alcanzar la portería rival. Es maravilloso el torneo que está haciendo el futbolista del Oporto, una box to box con zancada de Di María y llegada de Ballack. Suya fue la mejor ocasión del primer tiempo, un lanzamiento raso que rozó el poste en plena batería de disparos lejanos de México.
Había que intentarlo, pues al portero Cillessen se le escurría cada balón como si sus guantes estuvieran derretidos por el calor. Los 31 grados de Fortaleza eran capaces de eso y más. El árbitro Proença, de hecho, decretó la primera pausa para hidratarse en la historia de los Mundiales a los 32 minutos, un invento que va contra el espectáculo y la filosofía de este deporte. Con no poner un partido a las 13:00 en una ciudad tan calurosa valdría, pero queda mejor, y sobre todo más rentable anteponer los intereses televisivos y darle al asunto un nombre comercial: 'Cooling Break'. En breve estará patrocinado.
El parón cortó a ambos, como era de esperar, aunque más a México, que sufrió después como no había hecho antes. Van Persie cruzó mal con la derecha y Robben reclamó con motivo un doble penalti que el árbitro no vio. Fue otra vez Herrera, aprovechando las facilidades que daba Blind como mediocentro tras suplir ahí al lesionado De Jong, quien levantó a los mexicanos. Giovani se incrustó también en esa zona muerta y ahí nació el gol, un tiro seco y lejano que cogió dormitando a Blind, los centrales y Cillessen. No está acostumbrada la actual Holanda a llevar el peso de los partidos pero la situación le obligó a ello.
Van Gaal abrió el campo con Depay y por fin comenzaron a parpadear Robben y Sneijder. En un córner pudo empatar De Vrij, que se topó con el rostro de Ochoa y luego el palo. Cuando un portero está bendecido da igual con qué parte de su cuerpo pare que lo hace. Sneijder también probó desde lejos y Robben desde la derecha, el único peligro real junto a las jugadas a balón parado para la bien armada defensa azteca. Cada balón que podía controlar suponía una de sus famosas diagonales, aunque de nuevo el pelo rizado de Ochoa se le cruzó para sacarle la más peligrosa de ellas. En cada córner también se podía intuir el empate, pues ni Ochoa dominaba el área ni los defensores mexicanos disponían de los centímetros de los atacantes holandeses. Lo que nadie podía esperar era el desenlace final del choque.
Con un Robben convertido en superhéroe, Holanda pasó de verse en el lluvioso aeropuerto de Schiphol a hacerlo de nuevo en la hermosa playa de Ipanema. Sneijder empalmó primero un balón suelto en un córner, el enésimo, para empatar lo que parecía ya imposible. Y lejos de conformarse con ello, gracias a un Robben desatado, imparable, diabólico, los holandeses encontraron el premio gordo en un inocente penalti de Márquez que transformó Huntelaar. El fútbol tiene estas cosas. Convierte sueños en pesadillas, convierte pesadillas en sueños. Por eso es precioso.
Un final de partido impredecible cambió en seis minutos, los que van del 88 al 94, la historia de holandeses y mexicanos, aquella que separa en el fútbol la alegría de la tristeza, el éxito del fracaso. Hacer un análisis de un partido así es injusto para quien ganó y también para quien perdió, pues cualquier cosa pudo pasar y cualquiera hubiera tenido sentido. La única realidad tangible es que Holanda está en cuartos y no por falta de sufrimiento. Los de Van Gaal dan cada vez más síntomas de flaqueza, pero ahí siguen sorteando obstáculos. El de esta vez fue de los importantes, de los que sólo los grandes equipos son capaces de evitar.
Todo porque México no cedió los espacios que necesitaba Holanda e incluso le regaló la pelota, ese objeto cada vez más extraño para los de Van Gaal. Los holandeses necesitaban correr, pero los que corrían eran los carrileros largos de México, dos trenes de alta velocidad con los que buscar siempre un balón largo a la espalda de los contrarios. Llama la atención especialmente en este contexto el papel de Kuyt. Después de 215 goles como profesional, se ha puesto el casco de trabajo y con linterna incluida escava todo balón que aparece por el lateral izquierdo de Holanda, su nuevo e inesperado territorio.
Tanto a él como a Verhaegh por la derecha les tocó achicar más que proyectarse, sinónimo de que sufrían con la pelota y apenas tenían opción con ella. En cambio, México tuvo de nuevo en el espigado Héctor Herrera el trampolín con el que alcanzar la portería rival. Es maravilloso el torneo que está haciendo el futbolista del Oporto, una box to box con zancada de Di María y llegada de Ballack. Suya fue la mejor ocasión del primer tiempo, un lanzamiento raso que rozó el poste en plena batería de disparos lejanos de México.
Había que intentarlo, pues al portero Cillessen se le escurría cada balón como si sus guantes estuvieran derretidos por el calor. Los 31 grados de Fortaleza eran capaces de eso y más. El árbitro Proença, de hecho, decretó la primera pausa para hidratarse en la historia de los Mundiales a los 32 minutos, un invento que va contra el espectáculo y la filosofía de este deporte. Con no poner un partido a las 13:00 en una ciudad tan calurosa valdría, pero queda mejor, y sobre todo más rentable anteponer los intereses televisivos y darle al asunto un nombre comercial: 'Cooling Break'. En breve estará patrocinado.
El parón cortó a ambos, como era de esperar, aunque más a México, que sufrió después como no había hecho antes. Van Persie cruzó mal con la derecha y Robben reclamó con motivo un doble penalti que el árbitro no vio. Fue otra vez Herrera, aprovechando las facilidades que daba Blind como mediocentro tras suplir ahí al lesionado De Jong, quien levantó a los mexicanos. Giovani se incrustó también en esa zona muerta y ahí nació el gol, un tiro seco y lejano que cogió dormitando a Blind, los centrales y Cillessen. No está acostumbrada la actual Holanda a llevar el peso de los partidos pero la situación le obligó a ello.
Van Gaal abrió el campo con Depay y por fin comenzaron a parpadear Robben y Sneijder. En un córner pudo empatar De Vrij, que se topó con el rostro de Ochoa y luego el palo. Cuando un portero está bendecido da igual con qué parte de su cuerpo pare que lo hace. Sneijder también probó desde lejos y Robben desde la derecha, el único peligro real junto a las jugadas a balón parado para la bien armada defensa azteca. Cada balón que podía controlar suponía una de sus famosas diagonales, aunque de nuevo el pelo rizado de Ochoa se le cruzó para sacarle la más peligrosa de ellas. En cada córner también se podía intuir el empate, pues ni Ochoa dominaba el área ni los defensores mexicanos disponían de los centímetros de los atacantes holandeses. Lo que nadie podía esperar era el desenlace final del choque.
Con un Robben convertido en superhéroe, Holanda pasó de verse en el lluvioso aeropuerto de Schiphol a hacerlo de nuevo en la hermosa playa de Ipanema. Sneijder empalmó primero un balón suelto en un córner, el enésimo, para empatar lo que parecía ya imposible. Y lejos de conformarse con ello, gracias a un Robben desatado, imparable, diabólico, los holandeses encontraron el premio gordo en un inocente penalti de Márquez que transformó Huntelaar. El fútbol tiene estas cosas. Convierte sueños en pesadillas, convierte pesadillas en sueños. Por eso es precioso.