ANÁLISIS / Thomas Müller limpia el nombre de Alemania 32 años después
Recife, As
Alemania puso su pie de hierro en octavos y limpió su nombre. No hubo ‘biscotto’ ni asomo. Nada que ver con aquel infame pasteleo del 82 con Austria. Fue más que Estados Unidos y volvió a autoconvencerse de que tener la pelota, además de saber bien, es nutritivo. Adornó su triunfo con 713 de pases, tercera marca en la historia del torneo. Y Thomas Müller metió su cuarto gol en el campeonato y el noveno en un Mundial. Fue en las barbas de Klose, que sin acabar de batir el récord de Ronaldo (andan empatados a 14) tiene a su compañero en el cogote. A la siguiente ronda se lleva de la mano a Estados Unidos, que vivió de sus rentas y no de su fútbol.
El valor del empate para ambos tuvo un efecto narcótico, pese a que Alemania se arrancó en largo, con dos acometidas al galope de Boateng y una buena llegada de Podolski. No llegó lejos con el impulso de ese acelerón. Dominó sin riesgos, con Lahm metido entre los dos centrales en la salida del balón y Schweinsteiger, que se estrenaba como titular, dándole aire a Kroos. Löw urbanizó el equipo al modo habitual aunque lo ensanchó con Podolski en la izquierda, en lugar de Götze, para buscarle las vueltas a Fabian Johnson, pensando que su vocación de extremo le jugaría una mala pasada cuando perdiera la posición. Pero nada ocurrió en esa banda y casi nada en la otra, donde Özil, como si le impulsara la fuerza centrípeta, miró siempre al centro y casi nunca a la banda. “Soy un mediapunta”, dijo en la víspera con intención de que lo escuchara Löw. En el césped se lo explicó gráficamente. Sólo Boateng fue un buen suministro por esa zona
Estados Unidos también mantuvo su línea de fútbol riguroso, aplicado y oportunista. Beckerman y Jones sujetaron bien al equipo y Bradley le dio pausa, pero no hubo nervio ofensivo de verdad. Dos remates lejanos, malo el de Beasley, intencionado el de Zusi, dejaron los de Klinsmann antes del descanso. Pero de la necesidad hacen virtud los estadounidenses, que han mostrado en todo el torneo una enorme capacidad para conservarse bien sea cual sea la temperatura del partido. La de este fue fresquita.
Así, Alemania dominio al inicio sin pasión ni pólvora, con la inmensa mayoría de los balones pasando por Kroos y terminando en ninguna parte, porque, un futbolista de apariciones, se vio encerrado entre las dos líneas de castigo. Özil, en franca mejoría, dejó una secuencia amago-remate que le adivinó Howard. Eso sí, Schweinsteiger y Jones se enseñaron los tacos, quizá para librar de sospechas al partido por las malas.
La amistad real y de conveniencia quedó interrumpida con la entrada de Klose y el reflote de Thomas Müller. Los goleadores, por instinto, pierden sentido de la prudencia. También arrastran a los demás. Sucedió en la segunda mitad, cuando el único nueve que ha traído Löw saltó a por su récord. En cinco minutos la plusmarca sobrevoló su cabeza, con Alemania vencida sobre el área de Howard. Y lo que él buscaba lo encontró su delfín, Thomas Müller, que dio la última puntada en una jugada de salón urdida por Özil y Kroos. El centro del primero lo cabeceó Mertesacker, Howard rechazó en largo y desde el borde del área Müller encontró el ángulo muerto del portero.
El tanto dejó a Estados Unidos sin energía y sin moral y se dejó llevar por el oleaje. Entendió que su futuro estaba en que no enloqueciera el Portugal-Ghana. Mientras, Alemania llegó y llegó, se mostró encantada con la pelota y sólo en una bajada de tensión final, con una doble ocasión de Bedoya y Dempsey en el descuento, se arriesgó al empate, un resultado que no ponía en peligro su pase pero sí su reputación.
Alemania puso su pie de hierro en octavos y limpió su nombre. No hubo ‘biscotto’ ni asomo. Nada que ver con aquel infame pasteleo del 82 con Austria. Fue más que Estados Unidos y volvió a autoconvencerse de que tener la pelota, además de saber bien, es nutritivo. Adornó su triunfo con 713 de pases, tercera marca en la historia del torneo. Y Thomas Müller metió su cuarto gol en el campeonato y el noveno en un Mundial. Fue en las barbas de Klose, que sin acabar de batir el récord de Ronaldo (andan empatados a 14) tiene a su compañero en el cogote. A la siguiente ronda se lleva de la mano a Estados Unidos, que vivió de sus rentas y no de su fútbol.
El valor del empate para ambos tuvo un efecto narcótico, pese a que Alemania se arrancó en largo, con dos acometidas al galope de Boateng y una buena llegada de Podolski. No llegó lejos con el impulso de ese acelerón. Dominó sin riesgos, con Lahm metido entre los dos centrales en la salida del balón y Schweinsteiger, que se estrenaba como titular, dándole aire a Kroos. Löw urbanizó el equipo al modo habitual aunque lo ensanchó con Podolski en la izquierda, en lugar de Götze, para buscarle las vueltas a Fabian Johnson, pensando que su vocación de extremo le jugaría una mala pasada cuando perdiera la posición. Pero nada ocurrió en esa banda y casi nada en la otra, donde Özil, como si le impulsara la fuerza centrípeta, miró siempre al centro y casi nunca a la banda. “Soy un mediapunta”, dijo en la víspera con intención de que lo escuchara Löw. En el césped se lo explicó gráficamente. Sólo Boateng fue un buen suministro por esa zona
Estados Unidos también mantuvo su línea de fútbol riguroso, aplicado y oportunista. Beckerman y Jones sujetaron bien al equipo y Bradley le dio pausa, pero no hubo nervio ofensivo de verdad. Dos remates lejanos, malo el de Beasley, intencionado el de Zusi, dejaron los de Klinsmann antes del descanso. Pero de la necesidad hacen virtud los estadounidenses, que han mostrado en todo el torneo una enorme capacidad para conservarse bien sea cual sea la temperatura del partido. La de este fue fresquita.
Así, Alemania dominio al inicio sin pasión ni pólvora, con la inmensa mayoría de los balones pasando por Kroos y terminando en ninguna parte, porque, un futbolista de apariciones, se vio encerrado entre las dos líneas de castigo. Özil, en franca mejoría, dejó una secuencia amago-remate que le adivinó Howard. Eso sí, Schweinsteiger y Jones se enseñaron los tacos, quizá para librar de sospechas al partido por las malas.
La amistad real y de conveniencia quedó interrumpida con la entrada de Klose y el reflote de Thomas Müller. Los goleadores, por instinto, pierden sentido de la prudencia. También arrastran a los demás. Sucedió en la segunda mitad, cuando el único nueve que ha traído Löw saltó a por su récord. En cinco minutos la plusmarca sobrevoló su cabeza, con Alemania vencida sobre el área de Howard. Y lo que él buscaba lo encontró su delfín, Thomas Müller, que dio la última puntada en una jugada de salón urdida por Özil y Kroos. El centro del primero lo cabeceó Mertesacker, Howard rechazó en largo y desde el borde del área Müller encontró el ángulo muerto del portero.
El tanto dejó a Estados Unidos sin energía y sin moral y se dejó llevar por el oleaje. Entendió que su futuro estaba en que no enloqueciera el Portugal-Ghana. Mientras, Alemania llegó y llegó, se mostró encantada con la pelota y sólo en una bajada de tensión final, con una doble ocasión de Bedoya y Dempsey en el descuento, se arriesgó al empate, un resultado que no ponía en peligro su pase pero sí su reputación.