ANALISIS / Resurge el gran Messi en Brasil
Porto Alegre, As
Messidependencia. Término aplicado al barcelonismo por parte de los rivales españoles cuando el mejor futbolista del mundo acaba por reventar los partidos en la Liga en favor de los suyos. Messidependencia. Vocablo de nuevo cuño en la nomenclatura del español en Argentina que vale para compensar lo mucho que renegaron de él y agradecer ahora lo demasiado que lo necesitan. Messi. Leo Messi. El 10. El futbolista soñado por cualquier escuadra o selección para acercarse a la gloria. Ayer la reventó en Porto Alegre. Justo el día después de soplar las 27 velas de su cumpleaños, el enano (sic) —tal y como lo definió Sergio Romero tras el choque ante Irán— dejó ayer varias de delicatessen en esta Copa del Mundo.
Quedó claro que Argentina sabe jugar al fútbol. Les favoreció la anarquía global de los nigerianos, que supieron aprovechar, eso sí, la falta de contundencia de la línea de medios sudamericana. Esta hizo circular la bola con más velocidad, hubo más atrevimiento que en los dos partidos anteriores y supo cómo reclamar la atención de Messi, enchufado como hacía tiempo.
Leo se gustó. Vino a recoger la pelota, a buscar con riesgo y a salirse de la presión con inteligencia. Carburó de lujo, sabiendo, eso sí, que a excepción del Kun Agüero, apagado y lesionado, el resto de la tropa le acompañó con acierto.
El Fideo. Di María, el Ángel de Argentina, mostró su descaro. Corrió, se asoció y tiró despreocupado, con ese aire de tipo que va sobrado físicamente y que se ve capaz de estar en tres sitios a la vez. Higuaín, en cambio, entró en juego, aunque le costó más. Cubrió el expediente, eso sí. El delantero atiende y entiende por dónde van los tiros y sólo la mala fortuna y el cuerpo de Enyeama le privaron del abrazo con sus compañeros. Los dos goles de Messi fueron neutralizados por otros tantos de Musa, una de las joyas del futuro en Nigeria, que acabó abusando de la dureza. Descompensó la balanza Rojo, tras un remate sucio, pero efectivo, a la salida de un córner.
Messi, tras una hora de espectáculo, acabó el partido en el banquillo vestido con un peto. Pintaba a pacto con Sabella. Le entregó el brazalete a su amigo Mascherano y se acomodó observando a la grada, que le aclamaba. Esa es su primera gran victoria. Argentina ya cree en él, sabe que tienen la gloria a cuatro partidos y adoran la Messidependencia.
Messidependencia. Término aplicado al barcelonismo por parte de los rivales españoles cuando el mejor futbolista del mundo acaba por reventar los partidos en la Liga en favor de los suyos. Messidependencia. Vocablo de nuevo cuño en la nomenclatura del español en Argentina que vale para compensar lo mucho que renegaron de él y agradecer ahora lo demasiado que lo necesitan. Messi. Leo Messi. El 10. El futbolista soñado por cualquier escuadra o selección para acercarse a la gloria. Ayer la reventó en Porto Alegre. Justo el día después de soplar las 27 velas de su cumpleaños, el enano (sic) —tal y como lo definió Sergio Romero tras el choque ante Irán— dejó ayer varias de delicatessen en esta Copa del Mundo.
Quedó claro que Argentina sabe jugar al fútbol. Les favoreció la anarquía global de los nigerianos, que supieron aprovechar, eso sí, la falta de contundencia de la línea de medios sudamericana. Esta hizo circular la bola con más velocidad, hubo más atrevimiento que en los dos partidos anteriores y supo cómo reclamar la atención de Messi, enchufado como hacía tiempo.
Leo se gustó. Vino a recoger la pelota, a buscar con riesgo y a salirse de la presión con inteligencia. Carburó de lujo, sabiendo, eso sí, que a excepción del Kun Agüero, apagado y lesionado, el resto de la tropa le acompañó con acierto.
El Fideo. Di María, el Ángel de Argentina, mostró su descaro. Corrió, se asoció y tiró despreocupado, con ese aire de tipo que va sobrado físicamente y que se ve capaz de estar en tres sitios a la vez. Higuaín, en cambio, entró en juego, aunque le costó más. Cubrió el expediente, eso sí. El delantero atiende y entiende por dónde van los tiros y sólo la mala fortuna y el cuerpo de Enyeama le privaron del abrazo con sus compañeros. Los dos goles de Messi fueron neutralizados por otros tantos de Musa, una de las joyas del futuro en Nigeria, que acabó abusando de la dureza. Descompensó la balanza Rojo, tras un remate sucio, pero efectivo, a la salida de un córner.
Messi, tras una hora de espectáculo, acabó el partido en el banquillo vestido con un peto. Pintaba a pacto con Sabella. Le entregó el brazalete a su amigo Mascherano y se acomodó observando a la grada, que le aclamaba. Esa es su primera gran victoria. Argentina ya cree en él, sabe que tienen la gloria a cuatro partidos y adoran la Messidependencia.