ANALISIS / España se marcha con orgullo

Un gol de tacón de Villa abrió el marcador y desarmó a Australia. Se marchó llorando cuando fue sustituido. Después, Torres y Mata completaron el triunfo de la dignidad.

Juanma Trueba, As
Terminó el Mundial para España y ahora nos queda el amplio enunciado de todo lo que hubiera podido ser. Si la Selección hubiera empezado contra Australia, si Silva hubiera marcado aquel gol contra Holanda, si la composición del grupo hubiera sido más amable, si nos hubiéramos alojado en Copacabana. Así es. Ganar el último partido nos aplacó el ánimo revolucionario y nos sumergió en la melancolía. La renovación no será tan simple como empezar de cero, porque no es sólo cuestión de años, de abrir las puertas de la guardería. El drama no es que todavía sirvan muchos; la tragedia es que probablemente sirvan casi todos.


Llegado el final, es el momento (inútil) de establecer las diferencias entre la victoria y lo anterior. La diferencia es que abrimos el campo y los laterales subieron. La diferencia es que Iniesta se puso a los mandos, que Villa y Torres aportaron dinamismo al ataque, que, a ratos, el equipo sonrió. La última diferencia, quizá la más significativa, es que jugábamos contra Australia, 62ª selección del ránking FIFA, por delante de Jordania.

Pese a todo, la recuperación resultó gratificante, peor hubiera sido lo contrario. Y eso que tardamos casi un cuarto de hora en reconocernos. A ello contribuyó, además de la pena, el afán de nuestro patrocinador de ropa por disfrazarnos de otro. Sólo acertó al final: la Selección se despidió de Brasil vestida de árbitro, de luto reflectante.

Ahora queda lejos, pero el principio del partido fue levemente pavoroso. Australia nos avasalló en los primeros minutos con su entusiasmo juvenil, con su desbordante energía de equipo Súper Ratón, supervitaminado y mineralizado. Nuestra languidez se vio sacudida por su presión adelantada. La buena noticia es que el becario nos despertó del letargo melancólico.

En el minuto 36 llegó el primer gol, bello muestrario de lo que no habíamos hecho hasta ahora. Iniesta trazó un pase en profundidad que conectó con Juanfran casi en la línea de fondo, a la espalda de la defensa australiana. Su centro fue rematado por Villa con el tacón, como en los viejos tiempos, como anteyaer. El delantero lo celebró con más rabia que alegría y se besó el escudo media docena de veces. Para eso, precisamente, servía el partido inservible.

Por esa razón cuesta entender la sustitución de Villa en el minuto 59’, especialmente en alguien tan atento a los modales como Del Bosque. El Guaje disputaba su último partido como internacional (por retirada voluntaria) y, después de marcar en la primera parte, se encontraba a un solo gol de los 60 con la Selección, cifra redonda. La suya era la única despedida que podía ser hermosa, pero tampoco lo fue. El cambio sorprendió y abatió al delantero. Sus compañeros tardaron en reaccionar y lo que debió ser un emotivo aplauso se quedó en un consuelo atropellado. Villa, por cierto, estaba jugando bien.

Fernando Torres marcó el segundo gol al aprovechar otro de esos pases de azúcar de Iniesta. Mata consiguió el tercero con un remate entre las piernas del portero, después de un envío de un hiperactivo Cesc (ay). Silva, por último, intentó el gol de Holanda, pero siguió fallándolo.

Así acabó y así nos fuimos. Con un sentimiento mucho más triste que el de la eliminación. Con la terrible sensación de que nos hemos quedado sin la mitad del verano. Y acaba de empezar.

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