Wilstermann despachó sin brillo a un paupérrimo Guabirá
Escarmentado por Universitario y obsesionado con llegar el domingo al Bermudez como administrador del torneo, Wilstermann despachó a Guabirá (2-0) con una faena propia de un funcionario. Está el equipo rojo igual de inestable que en el inicio liguero. No acaba de cuajar. No coge la onda. Guabirá fue un simple espectador. No tuvo las agallas ni la suerte de Universitario.
Wilstermann afrontó el partido con aplomo, pero también con cierta parsimonia. Se puso al mando desde el primer instante y en vista del aspecto contemplativo del rival marcó su propia sinfonía. Quiso tocar y tocar a la espera de un guiño de sus mejores talentos. Es una página habitual del Wilstermann de este tiempo, dibujado desde el banquillo, para tejer un fútbol delicado que alcance el gol por medio de las vaporosas virtudes de la posesión. Bajo este diseño paradigmático, la exigencia del talento es máxima. Así, Berodia, Belfortti y Amilcar Sánchez (los centrocampistas de un deformado 4-3-3) adquieren en el equipo un perfil preponderante. Se convierten en una fuente de alimentación imprescindible. Si se funden, o no están bien secundados, Wilstermann se evapora. Y el partido frente a los de urgidos hombres de Montero (que luchan por no descender) estaba diseñado para la ofensiva. Cuando el enemigo no quiere la pelota, regala campo y medio, y se refugia en una cueva llena de grietas, no hay otra salida para quien asume los galones del partido que golpear ofensivamente. Y Wilstermann lo intentó sin éxito durante los primeros 20 minutos y luego le cobraron el tributo.
Con Belfortti, Andaveris y Quero dictando los únicos versos del partido, el gol parecía cuestión de tiempo. Sólo restaba que el balón obedeciera a Berodia, muy marcado, con escasa presencia en el partido y con menos precisión que otras veces. En estos momentos de titubeos colectivos para Wilstermann cualquier fuga del enganche es como si le arrancaran una muela. Jugadores como el español son los únicos capaces de solapar las debilidades.
Guabirá resistía en su trinchera, pero con las alambradas desajustadas. El animoso grupo visitante se limitaba a hacer de pararrayos en la cálida tarde cochabambina. Ni siquiera sus réplicas al ataque, turbias y timoratas, destilaban inquietud para los de Carballo. Una contra de Guabirá suponía recorrer un océano kilométrico a cualquiera de sus poco adiestrados o pesados jugadores. Pero cuando Wilstermann daba los primeros síntomas comatosos -tiene este año cierta tendencia a diluirse sin aparentes motivos- una pelota al horizonte abrió el partido.
Mediada la primera parte, el partido transcurría en una llanura. No había nada en el horizonte salvo algún adorno de Belfortti, cómodamente instalado como eje de los rojos. Wilstermann había adoptado una actitud permisiva, más pendiente de no descomponerse que de colocar a su rival en dificultades. El balón era de Wilstermann, como suyo era el dominio y buena parte del territorio, cedido generosamente por Guabirá, dispuesto a no tomar la iniciativa. Sus acciones merecían también el silencio del público, consciente de la diferencia que separaba a sus contendientes. El tiempo transcurrió sin prisa.
Se hizo larga la espera. El sopor hizo mella en la escasa concurrencia, una parte del cual se abandonó al sueño, matizado con bostezos alegóricos. En ésas llegó el gol de Quero, que resolvió de un toque todas las indecisiones que, en otros partidos, había mostrado Ramallo. El pase de Andaveris llevaba más rutina que peligro, pero Quero sacó provecho de una defensa poco atenta. El público aceptó el gol. No hubo reproches. La tarde nació sin encanto.
Roto el empate quedaba por testificar qué daría de sí un partido sin emoción. En ese aspecto, Wilstermann abundó en la esterilidad de su posesión y Guabirá en su inútil conservadurismo. Es decir, Alvaro Peña mantuvo el esquema (un 4-4-2 con mucha marca y poco manejo), sin asumir la responsabilidad de buscar, con todos los riesgos inherentes, el resultado que dictaban sus urgencias.
Guabirá era un barril agujereado. En el centro del campo, contestó con indolencia al desafío de Wilstermann (tener la pelota). En la última línea, achicó balones con el peor estilo. Sólo pudo hacer algo cuando se inventó algún pase Alfredo Castillo, tan ausente en tareas ofensivas como insustancial en la generación de juego.
El gol de Quero había fijado las reglas del partido: Wilstermann conservó la pelota, pulcramente manejada por Belfortti, y Guabirá exhibió su más abyecta desnudez. No tenía nada para intentar algo. Aun así lo hizo, sin vitalidad y con un juego deplorable. Nada de lo que hizo tuvo un punto de finura o de inteligencia. Fue una acometida ciega, brusca, respondida desde las filas de Wilstermann con una defensa a la antigua, por amontonamiento, desaseada, pero finalmente eficaz por las continuas torpezas de Guabirá. Como el juego no existió, se vio la cara obscura del fútbol.
Guabirá hizo el juego al revés, quizá porque es un equipo que piensa poco. Hasta ahora ha jugado sin rumbo, sin una idea de juego. La urgencia, sin embargo, le ha conducido a la adopción de un estilo de empuje, de intimidación, al uso de un exceso de energía para intimidar a sus rivales. Pero frente a Wilstermann convenía cambiar de registro: pararse, tocar y observar las limitaciones del conjunto local, que añadió a sus carencias técnicas la escasa sincronía de sus ejecuciones y la minúscula capacidad para coordinar movimientos (parte de la imprecisión que infecta a Wilstermann reside en la imposibilidad de alcanzar un juego asociado. Entre ejecutor y receptor manejan distintos códigos). Ni así Guabirá pudo armar un ataque decente.
Las dificultades de los visitantes se multiplicaron en todas las líneas. La defensa miraba y no participaba, con la excepción de Ojeda. Los mediocampistas fracasaron: Burgos (que ingresó por Silva) estuvo fuera de onda, Torrez se perdió en su preocupación por tomar a Amilcar Sánchez, olvidándose de la pelota y Didi Torrico tuvo poco peso en la banda derecha. En la delantera, Castillo sufrió un ataque de melancolía y anduvo abúlico toda la tarde. De Darwin Ríos nada se supo.
Resultó sorprendente la falta de recursos de Wilstermann para rematar a un adversario inferior en todos los aspectos: en el juego y en la presunta categoría de los jugadores. Llegó poco, pese a detentar la hegemonía de la batalla. Ocurre que el uso del balón (horizontal y burocrático) y la escasa velocidad en las ejecuciones acentúan lo rutinario de un proceso escaso de explosión e inventiva, lo que permite a los adversarios disponer de suficiente material para desactivar cargas sin pólvora. En todo caso, sin la capacidad creativa de Berodia, Wilstermann no pasa de ser un equipo de tantos. Y el español ha perdido gravitación. Su fútbol, vertical y destructivo, ha mermado, víctima de corrosiva imprecisión. Desde hace semanas, el enganche español volvió a dar síntomas de apatía. Nunca encaró, nunca se marchó de un defensa y su contribución en el toque fue rutinario. Sólo en la segunda parte fue capaz de ofrecer un par de apuntes, pero el conjunto de su actuación fue muy poco convincente. Sin embargo fue por su autoría (disparo de aire tras cazar un escuálido rechazo de la defensa visitante) que Wilstermann tomó una bocanada de oxígeno, engrosando el marcador (2-0).
A Guabirá se le alteró el pulso y se vio obligado a pergeñar un choque más acelerado. Intentó apretar más arriba, discutir la posesión y procurarse más control de pelota, pero parecía imposible cuajar propósitos conmovedoramente generosos desde una disposición táctica rudimentaria: es difícil dar alimento a tres atacantes estáticos y distantes apelando a un trio de centrocampistas picapedreros, escasos de manejo e incapaces de usar el ancho del campo. Como Alvaro Peña estructuró una alineación con énfasis en la marca (encargó a Durán una marca policial sobre Berodia y a Torrez la custodia de Amilcar Sánchez, aunque irónicamente dejó libre a Belfortti, el eje de los rojos), cuando necesitó jugar no dispuso de las herramientas adecuadas.
La inocencia y escasez de Guabirá evitó que Wilstermann se viera perturbado. La única amenaza plausible residía en lo que pudiese decidir Carballo, especialmente en cuanto a la flagrante utilización (o subutilización) de Daniel Alonso, un revulsivo más tóxico que balsámico, más infeccioso que curativo. Sin el cuestionado español en la nómina, Wilstermann navegó con placidez. Libre de los males contaminantes que Carballo inyecta por democratizar minutos o por retribuir lealtades, el equipo se mantuvo en el carril, cómodo, sin angustias, sin pesares, sin lujos. También sin mayores ambiciones.
Jornada 18 - 04.05.2014 16:00 - Finalizado
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WILSTERMANN | 2 - 0 | GUABIRÁ | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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