Sé quién mató a mi madre pero no lo puedo decir”

Un hijo de Jean McConville explica cómo el IRA se llevó en 1972 a esta viuda para asesinarla


Walter Oppenheimer
Londres, El País
Arthur y Jean McConville eran una pareja sospechosa para todos en la Irlanda del Norte de los años 60 y 70 del siglo pasado. Él era católico, pero había servido durante años en el Ejército británico. Ella era protestante, pero se había convertido al catolicismo al casarse con Arthur. El matrimonio vivía en un barrio protestante del este de Belfast, pero los 10 hijos de la pareja crecieron como católicos y se educaban en una escuela católica.


Se casaron en 1952, cuando ella tenía 17 años y él 29. Durante un tiempo vivieron en Inglaterra, en cuarteles del Ejército británico, que abandonó en 1964. Pero a su vuelta a Belfast se encontraron con la realidad de la creciente tensión entre católicos y protestantes, entre los republicanos pro irlandeses y los protestantes pro británicos. En 1969, el año que estallaron con toda su virulencia los disturbios, Arthur tuvo que huir de la casa familiar para instalarse en casa de su madre, en el bastión republicano del oeste de Belfast. Acosada por los vecinos, que la veían como una traidora por haberse casado con un católico y educar a sus hijos como católicos, Jean y los niños siguieron pronto los pasos del padre.

Vivían una vida de extrema pobreza. Él, mal visto por unos y por otros, tenía problemas para encontrar trabajo. Y también problemas de salud: murió en enero de 1971 de un cáncer de pulmón que le había sido diagnosticado pocos meses antes. La muerte de Arthur sumió a Jean en la depresión. Apenas comía y tenía que sacar adelante a 10 hijos y aguantar a una suegra que no la soportaba. Su única distracción era ir al bingo un día por semana.

En aquellos tiempos, los republicanos estaban obsesionados con los informantes: gente de su propia comunidad que pasaba información sobre el IRA al Ejército británico. Jean McConville estaba en el punto de mira del IRA, quizás por su enemistad con una familia republicana de la zona. Un día de diciembre de 1972, cuando estaba a punto de entrar en el bingo, el IRA la secuestró. Se la llevaron a una casa abandonada, le pusieron una capucha y le dieron una paliza.

Poco después, ocho hombres y cuatro mujeres fueron a su casa a buscarla. Estaba en el baño. Le hicieron vestirse y se la llevaron. Tenía 37 años. Nunca más se supo de ella. Hasta que el IRA admitió en 1999 que la había asesinado por informante. Sus restos no fueron encontrados hasta 2003: estaba enterrada en una playa de la República de Irlanda, a 80 kilómetros de Belfast. El Defensor de la Policía de Irlanda del Norte dictaminó en 2006 que no se había encontrado ninguna evidencia de que Jean hubiera sido una informante. Ni siquiera de que hubiera ayudado a un soldado que estaba muriendo junto a su casa y al que susurró unas palabras al oído, algo que hacían muchas mujeres piadosas en aquellos días terribles de bombas y francotiradores.

“Sé quién mató a madre, pero no puedo decirlo. Les he visto por la calle, pero si le digo a la policía quiénes fueron me matarán a mí o a alguien de mi familia. Nunca he hablado”, relató ayer Michael McConville, uno de los hijos de Jean y Arthur, que tenía 11 años cuando el IRA se llevó a su madre. A la semana siguiente se lo llevaron también a él para amedrentarle y asegurarse el silencio de la familia.

“Mis hermanos y hermanas y yo nos quedamos muy angustiados al ver que habían vuelto aquellos hombres porque a mi madre la habían dejado llena de cortes y moratones con la paliza que le habían dado”, relataba Michael en la BBC, recordando la primera paliza que le habían dado a Jean para amedrentarla.

Una semana después de llevársela a ella de casa, también se lo llevaron a él. “Me pegaron con bastones en las piernas y en los brazos. Me pusieron una pistola en la cabeza y me dijeron que me iban a disparar. Me dijeron que si decía algo a alguien sobre el IRA volverían y me dispararían o dispararían a alguien de mi familia”, explicó. “Supe que mi madre estaba muerta unas dos semanas después, cuando un hombre del IRA vino y nos dejó su bolso y su anillo de boda”, añadió Michael McConville.

“Nunca le dije a nadie lo que vi. Todavía no lo he dicho. No se lo he dicho a la policía. Si se lo digo ahora a la policía, nos dispararán a mí, a alguno de los miembros de mi familia o a mis hijos. La gente cree que todo esto es ya cosa pasada. Pero no es así”, añadió. “Desde mi punto de vista y el de mi familia, es terrible saber quién hizo eso y no poder llevarlos a la justicia. Les he visto por la calle y me hierve la sangre”.

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