Le Pen maniobra en Bruselas para forjar un amplio frente eurófobo
El Frente Nacional necesita pactar con dos partidos más para tener grupo propio
Claudi Pérez
Bruselas, El País
Cuando le preguntan qué le marcó en su infancia, responde sin pensarlo dos veces: “20 kilos de dinamita”. A la edad de ocho años, una bomba explotó frente al apartamento de la familia de Marine Le Pen, líder del victorioso Frente Nacional francés, mientras ella y sus hermanas dormían. El padre, Jean-Marie, fundador del partido, es autor de frases como “la ocupación nazi de Francia no fue particularmente inhumana”, las cámaras de gas fueron “un detalle” y “los judíos conspiran para gobernar el mundo”. Su hija ha conseguido suavizar ese discurso (aunque se le retiró la inmunidad parlamentaria por comparar la ocupación ilegal de terrenos para rezar por parte de personas de confesión musulmana a la ocupación nazi de ese país) y centrarse en el nacionalismo económico, las políticas (anti) inmigración y una especie de “Europa para los europeos” con un marcado carácter antieuropeo, antimoneda única y, últimamente, prorruso. Marine Le Pen sigue siendo pura dinamita: tras ganar las elecciones el domingo con el 25% de los votos y dar una fenomenal sacudida al proyecto europeo, se presentó este miércoles en Bruselas en busca de un grupo parlamentario que todavía no tiene. Ha conseguido agrupar a cinco partidos extremistas de cinco países, con 38 eurodiputados y un mensaje común: no a la UE. Pero necesita tejer alianzas con dos partidos más. Ante una nube de periodistas en la Eurocámara, Le Pen presentó el germen de una de las versiones europeas del Tea Party —hay otra: la del británico Nigel Farage— con un leit motiv: “Ser la oposición del europeísmo y defender a nuestras naciones”.
No le falta carisma, y ante la prensa combinó andanadas contra la prensa francesa (a quien acusa de conspirar contra su partido), un rechazo a los partidos más ultras de la Eurocámara (no quiere flirtear con formaciones extremistas y xenófobas como el húngaro Jobbik o pequeños partidos neonazis) y una seguridad aplastante acerca de que acabará encontrando apoyos: “No tenemos ninguna inquietud, estamos negociando con varios partidos y en junio tendremos grupo propio; su existencia será además la prueba de que una Europa fraternal y respetuosa con las soberanías nacionales puede y debe existir”.
La Alianza Europea por la Libertad de Le Pen cuenta por ahora con el islamófobo holandés Geert Wilders —que ha sacado peores resultados de lo esperado en las elecciones—, la Liga Norte italiana, el FPÖ austriaco y el Vlaams Belang belga. Pero no todos se atienen al discurso estudiadamente comedido de la líder del Frente Nacional: “Queremos una nueva dirección del Tratado de Schengen [uno de los pilares básicos de la Unión, que garantiza la libre circulación de personas], no podemos permitir que el crimen organizado cruce nuestras fronteras”, apuntó Harald Vilimsky, del FPÖ austriaco. “Estamos contra todo lo que es único: la moneda única, el pensamiento único. Los votantes nos apoyan porque somos los únicos partidos que hemos sido capaces de identificar las auténticas emergencias que preocupan en nuestros países”, añadió Matteo Salvino, de la xenófoba Liga Norte italiana.
Le Pen atribuyó las críticas del líder del UKIP, Nigel Farage, que ha tachado a su partido de racista, a “razones tácticas” para seguir dirigiendo el grupo euroescéptico Europa de la Libertad y la Democracia (que cuenta también con 38 escaños). Pero no descartó constituir un frente con el grupo de Farage “para rechazar los elementos más nefastos de la UE”. Farage, por su parte, se reunió este miércoles en Bruselas con Beppe Grillo, el cómico italiano que lidera el Movimiento 5 Estrellas, para tratar de forjar una coalición entre ambas formaciones.
Tanto Farage como Le Pen y los partidos a los que cortejan comparten varios denominadores comunes. Se caracterizan por ofrecer remedios esquemáticos a problemas complejos. Pero, sobre todo, su potencial desestabilizador procede de su capacidad para fijar los debates. Marcan la agenda, y no solo al centroderecha: el nuevo primer ministro socialista francés, Manuel Valls, es uno de los grandes partidarios de endurecer las políticas de inmigración; el presidente galo, François Hollande, reclamó en la cumbre informal del lunes que una de las prioridades de la Unión sea “reforzar sus fronteras exteriores”.
Claudi Pérez
Bruselas, El País
Cuando le preguntan qué le marcó en su infancia, responde sin pensarlo dos veces: “20 kilos de dinamita”. A la edad de ocho años, una bomba explotó frente al apartamento de la familia de Marine Le Pen, líder del victorioso Frente Nacional francés, mientras ella y sus hermanas dormían. El padre, Jean-Marie, fundador del partido, es autor de frases como “la ocupación nazi de Francia no fue particularmente inhumana”, las cámaras de gas fueron “un detalle” y “los judíos conspiran para gobernar el mundo”. Su hija ha conseguido suavizar ese discurso (aunque se le retiró la inmunidad parlamentaria por comparar la ocupación ilegal de terrenos para rezar por parte de personas de confesión musulmana a la ocupación nazi de ese país) y centrarse en el nacionalismo económico, las políticas (anti) inmigración y una especie de “Europa para los europeos” con un marcado carácter antieuropeo, antimoneda única y, últimamente, prorruso. Marine Le Pen sigue siendo pura dinamita: tras ganar las elecciones el domingo con el 25% de los votos y dar una fenomenal sacudida al proyecto europeo, se presentó este miércoles en Bruselas en busca de un grupo parlamentario que todavía no tiene. Ha conseguido agrupar a cinco partidos extremistas de cinco países, con 38 eurodiputados y un mensaje común: no a la UE. Pero necesita tejer alianzas con dos partidos más. Ante una nube de periodistas en la Eurocámara, Le Pen presentó el germen de una de las versiones europeas del Tea Party —hay otra: la del británico Nigel Farage— con un leit motiv: “Ser la oposición del europeísmo y defender a nuestras naciones”.
No le falta carisma, y ante la prensa combinó andanadas contra la prensa francesa (a quien acusa de conspirar contra su partido), un rechazo a los partidos más ultras de la Eurocámara (no quiere flirtear con formaciones extremistas y xenófobas como el húngaro Jobbik o pequeños partidos neonazis) y una seguridad aplastante acerca de que acabará encontrando apoyos: “No tenemos ninguna inquietud, estamos negociando con varios partidos y en junio tendremos grupo propio; su existencia será además la prueba de que una Europa fraternal y respetuosa con las soberanías nacionales puede y debe existir”.
La Alianza Europea por la Libertad de Le Pen cuenta por ahora con el islamófobo holandés Geert Wilders —que ha sacado peores resultados de lo esperado en las elecciones—, la Liga Norte italiana, el FPÖ austriaco y el Vlaams Belang belga. Pero no todos se atienen al discurso estudiadamente comedido de la líder del Frente Nacional: “Queremos una nueva dirección del Tratado de Schengen [uno de los pilares básicos de la Unión, que garantiza la libre circulación de personas], no podemos permitir que el crimen organizado cruce nuestras fronteras”, apuntó Harald Vilimsky, del FPÖ austriaco. “Estamos contra todo lo que es único: la moneda única, el pensamiento único. Los votantes nos apoyan porque somos los únicos partidos que hemos sido capaces de identificar las auténticas emergencias que preocupan en nuestros países”, añadió Matteo Salvino, de la xenófoba Liga Norte italiana.
Le Pen atribuyó las críticas del líder del UKIP, Nigel Farage, que ha tachado a su partido de racista, a “razones tácticas” para seguir dirigiendo el grupo euroescéptico Europa de la Libertad y la Democracia (que cuenta también con 38 escaños). Pero no descartó constituir un frente con el grupo de Farage “para rechazar los elementos más nefastos de la UE”. Farage, por su parte, se reunió este miércoles en Bruselas con Beppe Grillo, el cómico italiano que lidera el Movimiento 5 Estrellas, para tratar de forjar una coalición entre ambas formaciones.
Tanto Farage como Le Pen y los partidos a los que cortejan comparten varios denominadores comunes. Se caracterizan por ofrecer remedios esquemáticos a problemas complejos. Pero, sobre todo, su potencial desestabilizador procede de su capacidad para fijar los debates. Marcan la agenda, y no solo al centroderecha: el nuevo primer ministro socialista francés, Manuel Valls, es uno de los grandes partidarios de endurecer las políticas de inmigración; el presidente galo, François Hollande, reclamó en la cumbre informal del lunes que una de las prioridades de la Unión sea “reforzar sus fronteras exteriores”.