La triste realidad del fútbol argentino
Los descensos de River e Independiente potenciaron a la segunda categoría del fútbol argentino, siendo la B Nacional la única que pudo crecer recientemente. Sin embargo, la máxima división atraviesa una crisis futbolística y económica que arrastra a los clubes más grandes hacia un abismo sin retorno.
SANTIAGO FIGUEREDO
La última década ha sido una de las peores en cuanto a logros deportivos. La falta de títulos a nivel internacional es solo un reflejo de la debacle. El oxígeno financiero desde el Estado marcha sobre rieles inestables, similares a los de una empresa de trenes subsidiada. La carencia de transferencias al extranjero impide el ingreso de divisas y la materia prima escasea cada vez más. Los ingredientes de la lista se mezclan para amasar una crisis lenta e imparable. Mientras tanto, los dirigentes amordazan sus pensamientos en complicidad con la máxima autoridad de la Asociación del Fútbol Argentino, un organismo que hoy funciona como una secretaría de gobierno o un anexo del poder político.
Hace algunos años, la autonomía que blindó a la entidad madre del fútbol argentino fue motivo de orgullo y reconocimiento. Más allá de las críticas hacia el presidente de la AFA, todos han registrado la independencia en las decisiones que se tomaron históricamente en la calle Viamonte. Pero, cuando Néstor Kirchner embistió contra Julio Grondona, surgió el acuerdo para que la Asociación rompa su contrato con Torneos y Clarín, virando mágicamente el plan original: sacar a Don Julio del sillón. Lo que parecía una nueva patriada contra los estamentos “setentistas” culminó con una página más de la guerra frente al grupo monopólico. El desenlace, con Fútbol Para Todos incluido, tuvo una salida decorosa al estilo romano: pan y circo. Mientras tanto, la sangre la derraman los contribuyentes y la pelota.
Los subsidios a los clubes sirvieron para que la mediocre dirigencia contrate a más jugadores, retrasando los proyectos a mediano plazo y trasladando sus responsabilidades a las futuras gestiones. Los gastos abismales continúan y las deudas alcanzan niveles escalofriantes. La inyección indiscriminada de dinero tapó el foco del conflicto. Los dirigentes argentinos, cuando de plata se trata, acentúan la ceguera y potencian la ambición. Para ellos, más dinero es más gasto. Cualquier similitud con la administración pública… no es mera casualidad.
Bajo este panorama, la AFA ya ni siquiera regula la programación de los partidos y mucho menos los nombres irrisorios de los torneos. Tampoco se controla a las barras bravas, beneficiarios de lujo tras el acuerdo político alcanzado por Kirchner y Grondona, que permitió la conformación de Hinchadas Unidas Argentinas. La ausencia de capacidad y planeamiento se vislumbra cuando los barras de ayer se sientan en la mesa de la comisión directiva de hoy. Todos gozan del beneficio de la impunidad. Para colmo, la falta de renovación dirigencial en la Asociación también alimenta el despotismo. Otra semejanza.
Es difícil fomentar el crecimiento sin proyectos. La década de oro del fútbol argentino se vivió después de los años 90, cuando los equipos disfrutaron de sus figuras, exportaron a las promesas y elevaron los trofeos internacionales con orgullo. Los semilleros brotaron, las transferencias se expandieron a los mercados más poderosos y el futuro parecía prometedor. Sin embargo, aquellos dirigentes -los mismos de hoy- tampoco supieron atesorar los beneficios de un deporte nacional que se expandía globalmente. Como sucede en la política moderna, el fútbol administra para hoy sin mirar hacia el mañana.
Además, el negocio se raciona entre pocos y para ello es necesario que la dirigencia no quede pegada en el reparto. La aparición masiva de los “empresarios” o representantes en los clubes de fútbol sirvió para “blanquear” las transferencias impías. Actúan como socios y nadie los controla. Solo habría que investigar el circuito del dinero y los resultados estarían a la vista.
Transferencias y deudas
El país de Sudamérica que más jugadores exportó en la última década ya no genera figuras ni grandes promesas. Para colmo, cualquier aparición de algún crack en Primera se esfuma inmediatamente hacia el escaso mercado de exportación. Así, los equipos disfrutan muy poco de sus nuevos futbolistas, para luego ser transferidos por escaso dinero. El valor de cambio y la inflación deprecian las divisas que apenas sirven para solventar los gastos del día y, por supuesto, los relacionados con la transacción.
A pesar de todo, aún son más los jugadores emigrantes que los inmigrados. Los mercados de segundo orden son la principal vía de salida para los argentinos, ya que Europa no compra tan caro y en cantidad como hace dos décadas. Asimismo, a la hora del regreso, la devaluación impide la contratación de expatriados, quienes prefieren cobrar en dólares, sea cual sea la liga donde decidan jugar.
En relación a los traspasos al exterior, se registraron 18 jugadores vendidos en 2013, 15, en 2012; 16, en 2011 y 33, en 2010. Si lo traducimos a dólares, en total, los clubes argentinos exportaron por apenas 4,1 millones en el receso de enero, mientras que en 2013 las ventas se tradujeron en 7,1 millones. El 2012 reflejó ingresos por u$s 6,52 millones, pero el 2011 había sido bastante exitoso, superando los 20 millones en moneda norteamericana. Asimismo, en 2010 se vendió por 11 millones, aunque el 2009 fue bastante auspicioso con 26,1 millones. Es decir, los números bajaron considerablemente en los últimos cuatro años.
Así y todo, en 2012 los clubes argentinos de primera división registraron deudas por $1.655 millones de pesos, un 27 % más que en 2011. Por lo tanto, desde la creación de Fútbol Para Todos (2009), las deudas se incrementaron un 47 %. Previo al acuerdo estatal, las cifras en rojo alcanzaban los 700 millones.
Gracias a Dios, que es más argentino que nunca, nadie investiga lo que sucede en los clubes y jamás se condenó a un dirigente por corrupción. Solo algunos empresarios fueron objeto de persecución por parte de la AFIP y hoy en día nadie sabe que sucedió con la causa.
Una liga depreciada
La situación general pone en riesgo la jerarquía de torneos cada vez más pobres. Todo se emparejó hacia abajo y los campeones sacan cada vez menos puntajes. Desde 1995 al 2005, solo 3 de 21 equipos no superaron los 40 puntos en su coronación; mientras que de 2006 a la actualidad, nueve de 16 ganadores superaron la barrera de las 40 unidades. Asimismo, mas allá de las victorias repartidas en la Copa Sudamericana, los logros internacionales han mermado. La Libertadores no registra un ganador argentino desde Estudiantes 2009 y en los últimos 10 años solo hubieron dos campeones. Aquellos viejos tiempos de gloria, donde Boca, Vélez y River alzaron sus trofeos parecen lejanos.
Tras el descenso de dos gigantes, la B Nacional pasó a ser la antesala a Primera como nunca en su historia. Sin embargo, hacia abajo, el resto de las categorías quedaron en tercer orden, relegando la presencia de equipos tradicionales en las divisiones periféricas. Los desméritos deportivos van acompañados por el olvido y el desinterés del resto. La brecha se ensanchó hasta la eternidad.
La problemática del fútbol argentino también se proyecta en la Selección Nacional, que continúa fracasando rotundamente, no solo en mayores, sino en los representativos juveniles. Atrás quedaron los éxitos de Tocalli y Pekerman. Desde 1995 al 2007, Argentina fue campeón mundial Sub-20 en cinco oportunidades y en las últimas tres ediciones no pasó los cuartos de final. Si de copas del mundo hablamos, la mayor no juega semifinales desde Italia ´90. El panorama es oscuro y la dependencia hacia un salvador “Messiánico” recarga injustamente en un solo hombre el peso de la historia.
En tanto, un nuevo torneo fue aprobado por unanimidad en la AFA. Cuando la FIFA recomienda la formación de ligas con 20 equipos, los “cráneos” de Viamonte proyectan un campeonato rebuscado y con 30 representantes. Europa ya pasó por esto y, seguramente, ellos estén muy “retrasados” en materia futbolística… No obstante, el proyecto tendrá un fin tan antiguo como el mismo Grondona: buscar más dinero del Gobierno para solventar las desprolijidades financieras de los dirigentes. En un año electoral clave (2015), la AFA pide el 50% más de lo que percibe ahora a cambio de 70 partidos más para transmitir, lo que incluye mayor disponibilidad al aire de propaganda oficialista. Brillante.
Conclusiones
El dinero debe vertirse en los clubes y no en los bolsillos de las personas. Sin inversiones no habrá futuro. El “circuito productivo” se rompió porque ya no asoman las promesas y las figuras juegan en el exterior. Lo que ingresa se utiliza para contratar jugadores y técnicos, solventar los movimientos de los barras, permitir que los dirigentes no quiebren sus empresas privadas y, por supuesto, acompañar el adorable gesto “no lucrativo” de los empresarios e intermediaros para armar los planteles. Los jugadores tampoco rinden cuentas y mucho menos los hinchas auspiciados, quienes se han dado el gusto de apuñalar gente por doquier, además de participar en la venta de entradas y otros negocios turbios. El avance de los barras generó una medida salomónica y cobarde: en vez de enfrentarlos, el Estado y la AFA decidieron que las hinchadas visitantes no asistan a los estadios.
La deducción de toda la ecuación da más ingresos desde el Estado, poca inversión, mayores gastos y, como resultado, un producto decadente. Podríamos definirlo con una sola palabra: bancarrota. Todo se improvisa. Los clubes se funden y la cuerda se estira cada vez mas. El futuro es incierto y los responsables andan sueltos por la calle… Viamonte.
SANTIAGO FIGUEREDO
La última década ha sido una de las peores en cuanto a logros deportivos. La falta de títulos a nivel internacional es solo un reflejo de la debacle. El oxígeno financiero desde el Estado marcha sobre rieles inestables, similares a los de una empresa de trenes subsidiada. La carencia de transferencias al extranjero impide el ingreso de divisas y la materia prima escasea cada vez más. Los ingredientes de la lista se mezclan para amasar una crisis lenta e imparable. Mientras tanto, los dirigentes amordazan sus pensamientos en complicidad con la máxima autoridad de la Asociación del Fútbol Argentino, un organismo que hoy funciona como una secretaría de gobierno o un anexo del poder político.
Hace algunos años, la autonomía que blindó a la entidad madre del fútbol argentino fue motivo de orgullo y reconocimiento. Más allá de las críticas hacia el presidente de la AFA, todos han registrado la independencia en las decisiones que se tomaron históricamente en la calle Viamonte. Pero, cuando Néstor Kirchner embistió contra Julio Grondona, surgió el acuerdo para que la Asociación rompa su contrato con Torneos y Clarín, virando mágicamente el plan original: sacar a Don Julio del sillón. Lo que parecía una nueva patriada contra los estamentos “setentistas” culminó con una página más de la guerra frente al grupo monopólico. El desenlace, con Fútbol Para Todos incluido, tuvo una salida decorosa al estilo romano: pan y circo. Mientras tanto, la sangre la derraman los contribuyentes y la pelota.
Los subsidios a los clubes sirvieron para que la mediocre dirigencia contrate a más jugadores, retrasando los proyectos a mediano plazo y trasladando sus responsabilidades a las futuras gestiones. Los gastos abismales continúan y las deudas alcanzan niveles escalofriantes. La inyección indiscriminada de dinero tapó el foco del conflicto. Los dirigentes argentinos, cuando de plata se trata, acentúan la ceguera y potencian la ambición. Para ellos, más dinero es más gasto. Cualquier similitud con la administración pública… no es mera casualidad.
Bajo este panorama, la AFA ya ni siquiera regula la programación de los partidos y mucho menos los nombres irrisorios de los torneos. Tampoco se controla a las barras bravas, beneficiarios de lujo tras el acuerdo político alcanzado por Kirchner y Grondona, que permitió la conformación de Hinchadas Unidas Argentinas. La ausencia de capacidad y planeamiento se vislumbra cuando los barras de ayer se sientan en la mesa de la comisión directiva de hoy. Todos gozan del beneficio de la impunidad. Para colmo, la falta de renovación dirigencial en la Asociación también alimenta el despotismo. Otra semejanza.
Es difícil fomentar el crecimiento sin proyectos. La década de oro del fútbol argentino se vivió después de los años 90, cuando los equipos disfrutaron de sus figuras, exportaron a las promesas y elevaron los trofeos internacionales con orgullo. Los semilleros brotaron, las transferencias se expandieron a los mercados más poderosos y el futuro parecía prometedor. Sin embargo, aquellos dirigentes -los mismos de hoy- tampoco supieron atesorar los beneficios de un deporte nacional que se expandía globalmente. Como sucede en la política moderna, el fútbol administra para hoy sin mirar hacia el mañana.
Además, el negocio se raciona entre pocos y para ello es necesario que la dirigencia no quede pegada en el reparto. La aparición masiva de los “empresarios” o representantes en los clubes de fútbol sirvió para “blanquear” las transferencias impías. Actúan como socios y nadie los controla. Solo habría que investigar el circuito del dinero y los resultados estarían a la vista.
Transferencias y deudas
El país de Sudamérica que más jugadores exportó en la última década ya no genera figuras ni grandes promesas. Para colmo, cualquier aparición de algún crack en Primera se esfuma inmediatamente hacia el escaso mercado de exportación. Así, los equipos disfrutan muy poco de sus nuevos futbolistas, para luego ser transferidos por escaso dinero. El valor de cambio y la inflación deprecian las divisas que apenas sirven para solventar los gastos del día y, por supuesto, los relacionados con la transacción.
A pesar de todo, aún son más los jugadores emigrantes que los inmigrados. Los mercados de segundo orden son la principal vía de salida para los argentinos, ya que Europa no compra tan caro y en cantidad como hace dos décadas. Asimismo, a la hora del regreso, la devaluación impide la contratación de expatriados, quienes prefieren cobrar en dólares, sea cual sea la liga donde decidan jugar.
En relación a los traspasos al exterior, se registraron 18 jugadores vendidos en 2013, 15, en 2012; 16, en 2011 y 33, en 2010. Si lo traducimos a dólares, en total, los clubes argentinos exportaron por apenas 4,1 millones en el receso de enero, mientras que en 2013 las ventas se tradujeron en 7,1 millones. El 2012 reflejó ingresos por u$s 6,52 millones, pero el 2011 había sido bastante exitoso, superando los 20 millones en moneda norteamericana. Asimismo, en 2010 se vendió por 11 millones, aunque el 2009 fue bastante auspicioso con 26,1 millones. Es decir, los números bajaron considerablemente en los últimos cuatro años.
Así y todo, en 2012 los clubes argentinos de primera división registraron deudas por $1.655 millones de pesos, un 27 % más que en 2011. Por lo tanto, desde la creación de Fútbol Para Todos (2009), las deudas se incrementaron un 47 %. Previo al acuerdo estatal, las cifras en rojo alcanzaban los 700 millones.
Gracias a Dios, que es más argentino que nunca, nadie investiga lo que sucede en los clubes y jamás se condenó a un dirigente por corrupción. Solo algunos empresarios fueron objeto de persecución por parte de la AFIP y hoy en día nadie sabe que sucedió con la causa.
Una liga depreciada
La situación general pone en riesgo la jerarquía de torneos cada vez más pobres. Todo se emparejó hacia abajo y los campeones sacan cada vez menos puntajes. Desde 1995 al 2005, solo 3 de 21 equipos no superaron los 40 puntos en su coronación; mientras que de 2006 a la actualidad, nueve de 16 ganadores superaron la barrera de las 40 unidades. Asimismo, mas allá de las victorias repartidas en la Copa Sudamericana, los logros internacionales han mermado. La Libertadores no registra un ganador argentino desde Estudiantes 2009 y en los últimos 10 años solo hubieron dos campeones. Aquellos viejos tiempos de gloria, donde Boca, Vélez y River alzaron sus trofeos parecen lejanos.
Tras el descenso de dos gigantes, la B Nacional pasó a ser la antesala a Primera como nunca en su historia. Sin embargo, hacia abajo, el resto de las categorías quedaron en tercer orden, relegando la presencia de equipos tradicionales en las divisiones periféricas. Los desméritos deportivos van acompañados por el olvido y el desinterés del resto. La brecha se ensanchó hasta la eternidad.
La problemática del fútbol argentino también se proyecta en la Selección Nacional, que continúa fracasando rotundamente, no solo en mayores, sino en los representativos juveniles. Atrás quedaron los éxitos de Tocalli y Pekerman. Desde 1995 al 2007, Argentina fue campeón mundial Sub-20 en cinco oportunidades y en las últimas tres ediciones no pasó los cuartos de final. Si de copas del mundo hablamos, la mayor no juega semifinales desde Italia ´90. El panorama es oscuro y la dependencia hacia un salvador “Messiánico” recarga injustamente en un solo hombre el peso de la historia.
En tanto, un nuevo torneo fue aprobado por unanimidad en la AFA. Cuando la FIFA recomienda la formación de ligas con 20 equipos, los “cráneos” de Viamonte proyectan un campeonato rebuscado y con 30 representantes. Europa ya pasó por esto y, seguramente, ellos estén muy “retrasados” en materia futbolística… No obstante, el proyecto tendrá un fin tan antiguo como el mismo Grondona: buscar más dinero del Gobierno para solventar las desprolijidades financieras de los dirigentes. En un año electoral clave (2015), la AFA pide el 50% más de lo que percibe ahora a cambio de 70 partidos más para transmitir, lo que incluye mayor disponibilidad al aire de propaganda oficialista. Brillante.
Conclusiones
El dinero debe vertirse en los clubes y no en los bolsillos de las personas. Sin inversiones no habrá futuro. El “circuito productivo” se rompió porque ya no asoman las promesas y las figuras juegan en el exterior. Lo que ingresa se utiliza para contratar jugadores y técnicos, solventar los movimientos de los barras, permitir que los dirigentes no quiebren sus empresas privadas y, por supuesto, acompañar el adorable gesto “no lucrativo” de los empresarios e intermediaros para armar los planteles. Los jugadores tampoco rinden cuentas y mucho menos los hinchas auspiciados, quienes se han dado el gusto de apuñalar gente por doquier, además de participar en la venta de entradas y otros negocios turbios. El avance de los barras generó una medida salomónica y cobarde: en vez de enfrentarlos, el Estado y la AFA decidieron que las hinchadas visitantes no asistan a los estadios.
La deducción de toda la ecuación da más ingresos desde el Estado, poca inversión, mayores gastos y, como resultado, un producto decadente. Podríamos definirlo con una sola palabra: bancarrota. Todo se improvisa. Los clubes se funden y la cuerda se estira cada vez mas. El futuro es incierto y los responsables andan sueltos por la calle… Viamonte.