El Madrid se marcha de la Liga


Valladolid, As
Observada con filtro blanco, la noche empezó mal y acabó peor. A los ocho minutos, Cristiano abandonó el campo lesionado. A seis del final empató Osorio y en la prolongación se lastimó Di María. Suerte que el árbitro sólo añadió cuatro minutos al tiempo reglamentario. Desde una visión más blanquivioleta, la conquista del Valladolid fue extraordinaria. El equipo de JIM logró que, por una vez, los minutos dejaran de correr en favor del Madrid. Eso es tanto como hacer que las agujas de un reloj caminen al revés. Tanto como no rendirse.


Cuando el árbitro pitó el final, pucelanos y barcelonistas se abrazaron estrechamente, en cuerpo o en alma. Para completar el castigo al Madrid, la Liga pasa a depender ahora del Barça, que será campeón si gana los dos partidos que le faltan (Elche y Atlético). La reconciliación entre rojiblancos y merengues siempre ha sido altamente improbable, pero ahora mismo es completamente imposible. El Madrid falló a su vecino y el Atlético sale tan abatido de Pucela como su eterno rival: el Barça ya no será un anfitrión amable en la última jornada.

No nos extenderemos en todo lo que pierde el Madrid con este empate para no caer en el error del Barcelona, que dio la Liga por perdida hace exactamente cuatro días, borrón y cuenta nueva, nos vemos en septiembre, cuídense todos. Hasta el entrenador se despidió del club. Señalaremos, únicamente, que el Madrid, para seguir vivo en el campeonato, necesita una carambola cósmica con espuma de supernova.

El resultado fue justo, no sé si lo comenté. El Valladolid mereció puntuar antes del gol del Madrid y lo siguió mereciendo mientras remó a contracorriente. Su rival cometió varios pecados y el primero fue darse por satisfecho, no advertir el peligro, no alarmarse por lo incierto del resultado, por el orgullo de su adversario. Una prueba irrefutable: Marcelo sustituyó a Benzema a falta de un cuarto de hora para la conclusión.

El Madrid creyó que le bastaría el tanto de Ramos, la magia que lo acompañaba, golazo de padre primerizo, formidable libre directo. Admito que quien esto escribe también lo creyó, embriagado por los mismos efluvios paternales que atrapan al central en las últimas horas. El desarrollo de mi teoría de la paternidad y los superpoderes, texto de gran calado, pasa a editarse en el limbo y nos deja a Sergio Ramos y a mí en la misma situación: chupándonos el pulgar.

A media hora del final, el Valladolid era dueño de partido y el Madrid se entregaba al contragolpe, ejercicio que no resulta igual en ausencia de Cristiano y Bale. Morata no tuvo ni acierto ni suerte. Di María, tampoco. Ni nadie, salvo Sergio Ramos, que siempre saltó por encima de sus adversarios.

Osorio remató en el 84’, y lo hizo en el amplio sentido de la expresión. Para mayor desgarro, el colombiano ganó en la pugna a Illarramendi, que llevaba diez minutos sobre el césped y no sumará muchos más hasta Lisboa. Lo merecía el Valladolid. Lo que no está tan claro es si también lo merecía el Barcelona. O el Atlético. Seguiremos informando.

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