Bruselas afronta sin recursos legales el auge de los separatismos

El referéndum de Escocia plantea el temor a un ‘efecto dominó’ en otros países

Guillermo Altares
Madrid, El País
La construcción europea aporta soluciones sencillas a problemas nacionales que parecían imposibles de resolver. La ampliación hacia el Este y el Mediterráneo de 2004 se planteaba como el bálsamo definitivo para movimientos nacionalistas tras el estallido de la antigua Yugoslavia. Sin embargo, coincidiendo con la crisis económica, es un frente que ha vuelto a abrirse. No se trata solo de Escocia, que celebra un referéndum de independencia en septiembre con el visto bueno de Londres; ni de Cataluña, que quiere celebrarlo aunque no cuenta con la autorización de Madrid, o de Bélgica, un país que se sostiene con alfileres y que estuvo 589 días sin Gobierno, pese a que el nacionalismo flamenco ha renunciado al independentismo. Como explica José Enrique Ruiz-Domènec, catedrático de Historia Medieval en la Universidad Autónoma de Barcelona, “la Historia ha regresado a Europa con todos sus rasgos y, por lo tanto, la idea nacional”.


En este mismo sentido, Manuel Medina, catedrático de Derecho Internacional y exeurodiputado socialista que acaba de publicar El derecho de secesión en la UE (Marcial Pons), constata un “fenómeno nuevo” por el que “determinados movimientos, grupos o partidos de regiones o territorios de algunos de los Estados miembros reivindican el derecho de secesión para constituirse en nuevos Estados independientes”.

Desde la firma del Tratado de Roma en 1957, con el que se constituyó la Comunidad Económica Europea, la UE nunca se ha enfrentado a lo que ocurriría si se produjese una secesión dentro de uno de sus Estados. Siempre se ha tratado como un asunto interno, aunque es indudable que tendría repercusiones para todos dado el nivel creciente de interrelación en la UE. ¿Cómo afectaría al euro? ¿A Schengen? ¿Afectaría la inestabilidad política a la recuperación? No hay una respuesta unánime. En caso de secesión, la mayoría cree que el nuevo país saldría de la UE y todos coinciden en que afectaría a los tratados, con lo que esto representa en un momento donde el euroescepticismo campa a sus anchas y países como el Reino Unido plantean un referéndum para salir.

“Por un lado, pertenecer a la UE hace más fáciles algunos movimientos separatistas porque, a pesar de la secesión, la pretensión es seguir perteneciendo al mismo club. Pero, como es un club de Estados, siempre trata de disuadir y evitar una mayor fragmentación”, explica César Colino, profesor de la UNED experto en federalismo y asuntos territoriales.

Pese al afán de secesión, todos quieren seguir en el club europeo

Un estudio del think tank European Policy Center difundido la semana pasada trataba de responder a la pregunta: “¿Cuál es la política de la UE hacia los separatismos?”. Este trabajo, como el libro de Medina, demuestra que el debate va a más. “No se puede decir mucho como respuesta porque la UE nunca se ha enfrentado a ella”, explicaba el autor, el galés Graham Avery, que ha pasado 40 años en las instituciones europeas. Su conclusión es que “la mayoría de los miembros se resisten a la división de otros Estados europeos”.

“La UE no tiene una política, aunque hay un temor a que se produzca un efecto dominó en Europa central si gana el sí en Escocia”, señala Colino.

En el corazón mismo de la idea de la UE está la unión política y económica de Estados y la segregación es algo que se queda necesariamente fuera. “Europa nace con la idea de que desaparezcan las fronteras. La idea central es paliar el efecto nacional”, señala Ruiz-Doménec, autor de Europa. Las claves de su historia (RBA). Medina, eurodiputado entre 1987 y 2009, mantiene que “la UE representa un proceso de integración a través de los Estados basada en el Estado de derecho, que es lo contrario del estado de hecho. Situaciones como Ucrania o Yugoslavia serían inconcebibles”.

Hay reclamaciones regionales en más de una quincena de países de la UE

Europa es el producto de dos guerras mundiales, un laberinto de fronteras y pueblos construido sobre imperios difuntos. La complejidad de sus nacionalismos es casi infinita y resulta difícil cuantificar el número de países que pueden enfrentarse a problemas más o menos agudos. Y no todos los movimientos separatistas significan el intento de salida de un territorio. En el viejo continente las cosas siempre son más complicadas. Más allá de Reino Unido, España y Bélgica, hasta casi una decena de países de la UE (Francia, Italia, Hungría, Bulgaria, Chipre, Austria, Croacia, Dinamarca, Grecia, Eslovaquia, los países bálticos) experimentan reclamaciones regionales o étnicas.

Parecía que las ampliaciones de 2004 y 2007 iban a cerrar uno de los grandes conflictos abiertos desde la I Guerra Mundial: la presencia de minorías húngaras (1,6 millones de personas) en Eslovenia, Eslovaquia, Rumanía, Croacia, Ucrania y Serbia tras la disolución del Imperio Austrohúngaro. La mayoría de los húngaros en el exterior iban a vivir de nuevo bajo la misma organización política. Sin embargo, la llegada del nacionalista Viktor Orbán al poder empezó a remover las aguas; primero porque concedió el derecho de voto en 2010 a los húngaros del exterior. El sábado, durante la toma de posesión de su segundo mandato, Orbán provocó la irritación de sus vecinos al afirmar que “los húngaros del exterior tienen derecho a la autonomía”, una reclamación nueva.

El analista Andrés Ortega ha estudiado los tres cambios en las fronteras interiores que se han producido desde que existe la UE. La independencia de Argelia, en 1962, provocó su salida automática de la CEE y no se produjo ninguna reclamación para reingresar. “Pero figuró en los tratados hasta Maastricht”, firmado en febrero de 1992, explica Ortega, porque Argelia formaba parte de Francia como un Departamento. El segundo caso es Groenlandia, que se retiró la CEE en 1985 por un referéndum aunque sigue perteneciendo a Dinamarca, que sí es miembro de la UE. “No es un caso cerrado, porque todavía no ha terminado de perfilar su relación con Dinamarca”, prosigue. El tercer caso es la unificación alemana, que produjo ajustes jurídicos. En los tres hubo que retocar tratados. Fuera de estos precedentes, que no tienen nada que ver con Escocia o Cataluña, la mayoría de los expertos y los responsables europeos lo tienen claro: el reingreso del Estado saliente en la UE no está garantizado y tendría que realizarse mediante una negociación. “Creo que es un debate cerrado en el mundo académico”, explica el profesor Colino.

La crisis, que llegó a poner en peligro el euro, acabó con el espejismo de que la UE iba a significar el final de los problemas de Europa. Viejas heridas han vuelto a resurgir. No tienen nada en común salvo que están basadas en diferentes interpretaciones de la historia y en que apelan al pasado como si formase parte del presente. La solución no es, en ningún caso, sencilla. Como escribió Ruiz-Doménec: “El cosmos europeo constituye un ordenamiento complejo de la realidad con más de 1.500 años. Históricamente marcó el devenir de un mosaico de pueblos con tradiciones, lenguas y puntos de vista diferentes, incluso opuestos, origen de confesiones, recuerdos y heridas”.

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