Ayrton Senna, el mito nació hace veinte años con su fallecimiento

Perdió la vida en Imola el 1 de mayo de 1994, al salirse en la curva Tamburello. Está considerado el mejor de siempre, el piloto más carismático de la historia.



Sao Paulo, As
Hay un instante eterno en el que empiezan a vivir los inmortales. Ayrton Senna, el mito, nació a las 18:40 del 1 de mayo de 1994, cuando su corazón dejó de latir. Hasta ese momento había tenido una vida que terminó con un accidente mortal en la curva de Tamburello cuando perdió el control de aquel Williams FW 16 por causas desconocidas, el coche chocó a más de 300 por hora contra las protecciones y la barra de suspensión le perforó la visera del casco, presionando su cabeza contra la parte de atrás del cockpit. Se le fracturó la base del cráneo. En ese momento su cuello se movió. Fue un impulso. Su último movimiento.


Senna, mito, leyenda, magia. Antes de que pasará aquello, antes de que se fuera, hubo señales. Muchas. Momentos, cosas, que alimentan la mística del piloto de Dios. En diciembre de 1988, Ayrton era el invitado especial de Xuxa, la cantante brasileña con la que mantuvo una relación y a la que siempre amó. Era Navidad y la rubia le deseó felicidad para varios años. “Feliz 1990, feliz 1991, feliz 1992, feliz 1993”, le decía a cada beso. No llegó a 1994. Es un ejemplo. Otro. Unos días antes de su muerte, Senna y su amigo Gerard Berger, que había tenido un accidente en Tamburello en 1989, estuvieron en Imola. Al llegar a aquel punto el paulista exclamó: “Si no cambiamos esta curva, alguien va a morir aquí”. O como el primer aviso de aquel fin de semana de tragedias: Rubens Barrichello volando para estrellarse contra las protecciones en los entrenamientos, el fatal accidente de Ratzenberger que tanto afectó a Ayrton y que debió servir para suspender el gran premio, la salida de la carrera con el choque entre Letho y Lamy con varios heridos entre el público. Tantas cosas... Incluso aquel fax que la vidente brasileña Adelaide Scritori envió a su oficina un día antes pidiendo que evitase liderar la carrera porque podía haber “tragedia en la pista a bordo del automóvil”. O aquello que le dijo Ayrton a su novia Adriana Galisteu, tenía un mal presentimiento, no estaba con ganas de correr. Y esa cabeza de héroe contemporáneo negando de un lado a otro antes de ponerse el casco dentro del coche, en la parrilla de salida. Cosas.

Antes de todo eso ya le había dado tiempo a hacer feliz a mucha gente, a ganar tres títulos mundiales en 1988, 1990 y 1991, protagonizando momentos para siempre como la carrera de Mónaco 84, Japón 88 o Donington 93. Talento puro, especialmente bajo la lluvia, velocidad innata, el mejor de los mejores, cuentan. Y vivir su batalla con Alain Prost y el que fuera presidente de la FIA, Balestre. Y sentir pánico. “Tengo miedo de la muerte y del dolor, pero convivo con eso. El miedo me fascina”, dijo una vez.

Y vivir sueños. “Si una persona no tiene sueños no tiene razón de vivir, soñar es necesario aún cuando el sueño va más allá de la realidad, para mí soñar es uno de los principios de la vida”, sentenció. Pero después se fue. Su amigo, el doctor Sid Watkins, médico de la F-1, le despidió con su cuerpo tendido en Tamburello. “Suspiró y su cuerpo se relajó. Pensé que su espíritu salía de su cuerpo”, susurraba el doctor. Se fue. Para vivir en la historia. Hoy cumple veinte años. Hay flores frescas en Morumbí.

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