Wilstermann tocó fondo al caer ante Bolívar
Los rojos, que continúan con su mal juego, perdieron (1-2) frente a Bolívar, que encontró la victoria sobre el final con anotación de Ferreira.
José Vladimir Nogales
Gerardo Berodia volvió a marcar un gol. Un explosivo tanto de cabeza. Novedad, pues no lo hacía desde febrero, cuatro partidos atrás, pero Wilstermann volvió a perder en los minutos finales. Norma habitual, asunto consuetudinario: hasta en cinco ocasiones ha consentido tantos el grupo que dirige Marcelo Carballo con la campana a punto de agitarse para marcar el final del partido. Fue catastrófico. El conjunto rojo apenas logró un triunfo en los últimos nueve partidos, perdió siete veces (cinco de los últimos seis juegos), tiene la peor delantera del campeonato (13 goles) y ocupa un ominoso penúltimo lugar (sólo dos puntos por encima de Nacional) y amenaza con una profunda crisis deportiva e institucional. Pero ésa es sólo la historia, triste para Wilstermann, de un tramo del partido. Antes y después hubo una historia.
Bolívar fue un equipo impecable durante casi todo el partido, frente a un Wilstermann caótico desde la formación, que inició los trámites de divorcio con su afición. El cuadro celeste acampó alrededor del círculo central y movió la pelota con calidad. El balón no fue suyo la mayor parte del tiempo, pero lo manejó mejor cuando lo tuvo.
PALIDEZ
Anímicamente golpeado y anclado en un exceso de táctica, Wilstermann afrontó un partido que dejó un nuevo rastro de escepticismo entre la hinchada. Tras una semana de terapia, el grupo de Carballo mostró otra vez un juego pálido. El equipo parece desvinculado de su propia génesis. Hay una brecha entre el conjunto deseado (que demandó cuantiosa erogación) y el que hoy sobrevive atormentado en la Liga. Da la impresión de haber borrado todas las huellas de su lejana grandeza. El conjunto en su totalidad es un mapa de cicatrices: Quero es una secuela de aquel extremo con piernas de pirata que recorría miles de kilómetros hasta toparse con el gol; Berodia ha perdido sus galones; Alonso ha descendido desde sus sueños europeos hasta el banquillo rojo; y Ramallo (lesionado en el amanecer del partido) ha puesto el intermitente mientras se adivina algún relevo.
En este estado, Wilstermann se dio de bruces con uno de esos duelos que sueñan los jugadores mientras se embadurnan de linimento en el vestuario: "Un gol pronto, que se abran y a liquidarlos". No fue así. A Wilstermann le costó mucho manejar la pelota. Harto ya del desorden y ante una presunta víctima propiciatoria, el técnico de los rojos optó por simular una revolución: muchos cambios en el equipo, algunos detalles y al final el mismo diseño, un ejército desordenado sin servicio de inteligencia y exceso de infantería. Como Bolívar también gusta del juego de posesión, la batalla resultó convencional, un choque de trenes de disímil tecnología que discurrían a trompicones por la vía. Bolívar tenía dos argumentos a los que sacar partido: uno, la capacidad destructiva de Miranda, que rompió las pocas ideas del local con un trabajo tan eficaz como incansable; el segundo era Callejón (que ingresó en la segunda mitad), un atacante vivaracho y técnicamente excelente que, con espacios disponibles, dio toda una lección de rentabilidad. Con esos dos argumentos y la infantería dispuesta, el equipo de Azkargorta desenterró una a una las miserias de Wilstermann. El equipo rojo, con unos u otros jugadores, revolución o no de por medio, no tiene cabeza y limita su creatividad al estado de ánimo de Berodia o la decisión de Quero, sus dos futbolistas más clarividentes. Lo demás es rutina.
Sin juego, sin brújula, sin referencias ofensivas (ausente Ramallo, la nada abrumaba en el área), acostado sobre la hierba, Wilstermann cedió el mando del centro del campo y perdió su primera seña de identidad: el balón. Berodia, tuvo horas y horas para recuperar tiempo de sueño. Sin él, y sin Ramallo (lesionado), el juego ofensivo de Wilstermann quedó supeditado al debutante Marcelo Flores, un tipo con ardor e interés, pero falto de las más elementales nociones de cómo moverse en ataque.
PACIENCIA
Con Berodia apagado y un impreciso Amilcar Sánchez, Belfortti se convirtió en la luz de todo el equipo. Se prestó en la faena y en los despachos del área. Como vértice del triángulo defensivo con Tordoya y Zanotti, fue el mejor sostén rojo. Y si bien de sus botas brotó fútbol fluido, Wilstermann se la pasó todo el primer tiempo tratando de sostener con su paciencia la incapacidad para penetrar la resistencia de Bolívar. Es cierto que los paceños se agruparon en 20 metros, entre su propia área y la mitad de la cancha, y evitaron que su rival tuviese un tránsito fluido de pelota en esa zona. Y Wilstermann, fiel a su convicción de que el que busca encuentra, se excedió de sereno. Hecho un fundamentalista de la paciencia, el equipo tocó y tocó a la espera del hueco que no apareció de principio a fin. Movió la pelota de un lado al otro, lateralizando, como quien no tiene ningún apuro. Y un punto fue eso: la nada misma. Porque tanto juego "paciente" pasó a ser apático, abúlico, sin encontrar una hendija por donde filtrar. Sólo el gol de Berodia (cabezazo a centro de Quero) fue una ocasión para saltar el cerco.
Antes del gol, el Bolívar de los buenos tiempos había asomado tímidamente. Un equipo festivo que, por fin, erradicaba sus miedos, que se animaba a jugar con grandeza, con la ambición propia de los candidatos. Su mayor déficit residía en la imposibilidad de traducir en la red lo que producía con la pelota. Es decir, dejaba a Wilstermann con vida. Le faltaba a Bolívar ese brutal instinto asesino que, en otro tiempo, le dotó de abrumador poder resolutivo y cuya carencia, en la actual coyuntura, pudo meterle en problemas (Pedriel erró clamorosamente dos oportunidades). Y así sucedió. Berodia anotó de cabeza y, de súbito, los celestes se encontraron con dificultades para rentabilizar su nítida ventaja en el juego.
OTRO JUEGO
A Wilstermann le esperaba otra clase de examen en la segunda parte. Tenía que medir su seguridad, su estado de ánimo, su capacidad para soportar la presumible reacción rival. El partido se alborotó: un equipo tenía que cuidar su ventaja en una condición precaria y el otro necesitaba precipitarse sobre el área. El choque procuró un juego confuso, del que quedó aparcada la clase en beneficio de la bravura. Wilstermann hizo un gran esfuerzo, pero apenas tuvo ocasiones. Era un barril agujereado. En el centro del campo, contestó con indolencia al asfixiante mensaje de Bolívar (que cambió el 4-4-2 inicial por un 4-2-3-1, con el ingreso de Callejón para ocupar las bandas junto a Cardozo). En la última línea, achicó balones con el peor estilo. Sólo pudo hacer algo cuando se inventó algún pase Berodia, tan ausente en tareas defensivas como vital para buscarle la espalda a la defensa rival. Al final, el partido reservaba una paradoja más: cuando la ofensiva celeste perdía intensidad, Carballo se decidió por un cambio incendiario: Quitó un defensa (Zanotti) para insertar a Dani Alonso. Para la magnitud del riesgo asumido (retirar a un puntal defensivo), el rédito por la inclusión del español fue inexistente. O peor, fue deficitario (Ignacio García quedó a la intemperie, asfixiado por la grosería de sus errores de párvulo). Wilstermann se desplomó en tres minutos. El azar acabó adecuándose a la lógica para restituir a Bolívar lo que siempre debió de ser suyo.
Tras la igualdad (cabezazo de Eguino que ágilmente escapó de su marca al internarse en el bosque), Wilstermann hizo el juego al revés. Hasta ahora ha fracasado por su descomposición táctica (Carballo diseña un 4-2-3-1 y termina jugando con un 4-2-1-3, por el anárquico desbande de los extremos), por su flagrante desequilibrio (los que van no vuelven para ayudar en la marca), escasez de recursos y excesiva lentitud. Frente a Bolívar convenía cambiar ése rutinario registro: juntar líneas, buscarse, asociarse, disciplinar a los extremos, hacer cambios de ritmo y tratar de ejecutar combinaciones cortas. Pero nada. Hizo lo de siempre, consciente de su inutilidad. Las dificultades se multiplicaron en todas las líneas. La defensa miraba y no participaba, con la excepción de Vargas, que cortó mucho y corrió por la banda derecha con abnegación, pero sin resultados. Los mediocampistas fracasaron: Sánchez estuvo fuera de onda (aportó manejo, pero erró todas las entregas), Gianakis Suárez se perdió en la banda izquierda (trazó desborrdes, pero no completó ninguno) y Quero tuvo poco peso en la banda derecha. En la delantera, Flores sufrió de pánico escénico y anduvo abúlico e inexpresivo toda la tarde. De Berodia nada se supo (no filtró un solo pase) y despilfarró muchas entregas.
Hay cosas simples en el fútbol. Una elemental es entregar el balón a los que tienen el mismo color de camiseta. Si esto resulta imposible, todo está perdido.
El duelo posterior fue bastante intenso. Wilstermann se obligó a un sobreesfuerzo para llegar al gol, pero su juego fue poco convincente. Le faltó llegada y claridad. Se empantanó en el medio campo de Bolívar, donde se libró un partido muy áspero, sin concesiones. Bolívar tenía la vista puesta en el contragolpe (pegó tres disparos en los palos, tras usufructuar dramáticas fisuras defensivas) y el local comenzaba a apretar las tuercas a la defensa rival, que –pese a la presión- bien podía haberse tirado a la bartola toda la tarde. Se nota que Wilstermann, que ha ganado uno de sus últimos nueve partidos, está seco de gol. Es obvio, por muchas pócimas de la fertilidad que se le ocurran a Carballo. Por mucho que acorrale al rival de turno, le sobran fórmulas y le falta pólvora. Y esa elocuente carencia (reflejada en la anemia realizadora) deja en evidencia a la política de fichajes, escasa de coherencia, conocimiento y sentido común. Se marcharon Aparicio y Mainz, pero nadie cubrió aquellas vacantes ofensivas. Llegó Alonso y nada mejoró. El español ha cargado, en su calvario sudamericano, un cero en lugar de cruz. Un cero pesado e incómodo que lo retrata.
A minutos del final, Ignacio García perdió un balón en mitad del campo, propiciando una vigorosa estampida en el descampado serrano. Callejón cabalgó al galope, sin fuego de morteros que evitar ni trincheras que sortear. El campo, desolado y yermo, ofrecía un horizonte fértil, promisorio, sin mácula. Allá lejos, al final de la llanura, yacía el preciado botín. Ferreira supo desenterrarlo para, luego, entonar cánticos triunfalistas.
Carballo no sabe dónde está parado. No le explicaron o no se dio cuenta, pero no tiene idea. Arma dobles turnos para diferenciarse de la conducción anterior, cambia jugadores espasmódicamente, pasa de mediocampos con dos de contención a otros con un solo tapón sin ritmo, busca hombres sobre las bandas y no los encuentra, no consigue afirmar una pareja de centrales. Ahora, ¿esto es culpa de Carballo? En gran parte no: él no da la talla (planteamientos y correctivos retratan su incapacidad). Pero la mayor parte de responsabilidad hay que buscarla por otro lado. Sobre todo en la pasividad e ingenuidad de los dirigentes, que se escondieron detrás del mismo Carballo (como gerente deportivo) y que ahora quedó desnudo, y en los desaciertos de este interinato y del anterior técnico y del resto de la dirigencia. Son ellos los que armaron este plantel desequilibrado, lleno de jugadores a los cuales la camiseta les queda grande. Carballo es sólo un avatar: hoy está, mañana quién sabe.
Nueva derrota. Nervios en Wilstermann. Nervios en su grada, bastante moderada con las desgracias de su equipo hasta el batacazo final. Esos minutos mostraron la fragilidad mental del equipo de Carballo, las dudas que corroen a sus futbolistas, la falta de sintonía entre el plantel y su técnico, la falta de confianza en sí mismos.
José Vladimir Nogales
Gerardo Berodia volvió a marcar un gol. Un explosivo tanto de cabeza. Novedad, pues no lo hacía desde febrero, cuatro partidos atrás, pero Wilstermann volvió a perder en los minutos finales. Norma habitual, asunto consuetudinario: hasta en cinco ocasiones ha consentido tantos el grupo que dirige Marcelo Carballo con la campana a punto de agitarse para marcar el final del partido. Fue catastrófico. El conjunto rojo apenas logró un triunfo en los últimos nueve partidos, perdió siete veces (cinco de los últimos seis juegos), tiene la peor delantera del campeonato (13 goles) y ocupa un ominoso penúltimo lugar (sólo dos puntos por encima de Nacional) y amenaza con una profunda crisis deportiva e institucional. Pero ésa es sólo la historia, triste para Wilstermann, de un tramo del partido. Antes y después hubo una historia.
Bolívar fue un equipo impecable durante casi todo el partido, frente a un Wilstermann caótico desde la formación, que inició los trámites de divorcio con su afición. El cuadro celeste acampó alrededor del círculo central y movió la pelota con calidad. El balón no fue suyo la mayor parte del tiempo, pero lo manejó mejor cuando lo tuvo.
PALIDEZ
Anímicamente golpeado y anclado en un exceso de táctica, Wilstermann afrontó un partido que dejó un nuevo rastro de escepticismo entre la hinchada. Tras una semana de terapia, el grupo de Carballo mostró otra vez un juego pálido. El equipo parece desvinculado de su propia génesis. Hay una brecha entre el conjunto deseado (que demandó cuantiosa erogación) y el que hoy sobrevive atormentado en la Liga. Da la impresión de haber borrado todas las huellas de su lejana grandeza. El conjunto en su totalidad es un mapa de cicatrices: Quero es una secuela de aquel extremo con piernas de pirata que recorría miles de kilómetros hasta toparse con el gol; Berodia ha perdido sus galones; Alonso ha descendido desde sus sueños europeos hasta el banquillo rojo; y Ramallo (lesionado en el amanecer del partido) ha puesto el intermitente mientras se adivina algún relevo.
En este estado, Wilstermann se dio de bruces con uno de esos duelos que sueñan los jugadores mientras se embadurnan de linimento en el vestuario: "Un gol pronto, que se abran y a liquidarlos". No fue así. A Wilstermann le costó mucho manejar la pelota. Harto ya del desorden y ante una presunta víctima propiciatoria, el técnico de los rojos optó por simular una revolución: muchos cambios en el equipo, algunos detalles y al final el mismo diseño, un ejército desordenado sin servicio de inteligencia y exceso de infantería. Como Bolívar también gusta del juego de posesión, la batalla resultó convencional, un choque de trenes de disímil tecnología que discurrían a trompicones por la vía. Bolívar tenía dos argumentos a los que sacar partido: uno, la capacidad destructiva de Miranda, que rompió las pocas ideas del local con un trabajo tan eficaz como incansable; el segundo era Callejón (que ingresó en la segunda mitad), un atacante vivaracho y técnicamente excelente que, con espacios disponibles, dio toda una lección de rentabilidad. Con esos dos argumentos y la infantería dispuesta, el equipo de Azkargorta desenterró una a una las miserias de Wilstermann. El equipo rojo, con unos u otros jugadores, revolución o no de por medio, no tiene cabeza y limita su creatividad al estado de ánimo de Berodia o la decisión de Quero, sus dos futbolistas más clarividentes. Lo demás es rutina.
Sin juego, sin brújula, sin referencias ofensivas (ausente Ramallo, la nada abrumaba en el área), acostado sobre la hierba, Wilstermann cedió el mando del centro del campo y perdió su primera seña de identidad: el balón. Berodia, tuvo horas y horas para recuperar tiempo de sueño. Sin él, y sin Ramallo (lesionado), el juego ofensivo de Wilstermann quedó supeditado al debutante Marcelo Flores, un tipo con ardor e interés, pero falto de las más elementales nociones de cómo moverse en ataque.
PACIENCIA
Con Berodia apagado y un impreciso Amilcar Sánchez, Belfortti se convirtió en la luz de todo el equipo. Se prestó en la faena y en los despachos del área. Como vértice del triángulo defensivo con Tordoya y Zanotti, fue el mejor sostén rojo. Y si bien de sus botas brotó fútbol fluido, Wilstermann se la pasó todo el primer tiempo tratando de sostener con su paciencia la incapacidad para penetrar la resistencia de Bolívar. Es cierto que los paceños se agruparon en 20 metros, entre su propia área y la mitad de la cancha, y evitaron que su rival tuviese un tránsito fluido de pelota en esa zona. Y Wilstermann, fiel a su convicción de que el que busca encuentra, se excedió de sereno. Hecho un fundamentalista de la paciencia, el equipo tocó y tocó a la espera del hueco que no apareció de principio a fin. Movió la pelota de un lado al otro, lateralizando, como quien no tiene ningún apuro. Y un punto fue eso: la nada misma. Porque tanto juego "paciente" pasó a ser apático, abúlico, sin encontrar una hendija por donde filtrar. Sólo el gol de Berodia (cabezazo a centro de Quero) fue una ocasión para saltar el cerco.
Antes del gol, el Bolívar de los buenos tiempos había asomado tímidamente. Un equipo festivo que, por fin, erradicaba sus miedos, que se animaba a jugar con grandeza, con la ambición propia de los candidatos. Su mayor déficit residía en la imposibilidad de traducir en la red lo que producía con la pelota. Es decir, dejaba a Wilstermann con vida. Le faltaba a Bolívar ese brutal instinto asesino que, en otro tiempo, le dotó de abrumador poder resolutivo y cuya carencia, en la actual coyuntura, pudo meterle en problemas (Pedriel erró clamorosamente dos oportunidades). Y así sucedió. Berodia anotó de cabeza y, de súbito, los celestes se encontraron con dificultades para rentabilizar su nítida ventaja en el juego.
OTRO JUEGO
A Wilstermann le esperaba otra clase de examen en la segunda parte. Tenía que medir su seguridad, su estado de ánimo, su capacidad para soportar la presumible reacción rival. El partido se alborotó: un equipo tenía que cuidar su ventaja en una condición precaria y el otro necesitaba precipitarse sobre el área. El choque procuró un juego confuso, del que quedó aparcada la clase en beneficio de la bravura. Wilstermann hizo un gran esfuerzo, pero apenas tuvo ocasiones. Era un barril agujereado. En el centro del campo, contestó con indolencia al asfixiante mensaje de Bolívar (que cambió el 4-4-2 inicial por un 4-2-3-1, con el ingreso de Callejón para ocupar las bandas junto a Cardozo). En la última línea, achicó balones con el peor estilo. Sólo pudo hacer algo cuando se inventó algún pase Berodia, tan ausente en tareas defensivas como vital para buscarle la espalda a la defensa rival. Al final, el partido reservaba una paradoja más: cuando la ofensiva celeste perdía intensidad, Carballo se decidió por un cambio incendiario: Quitó un defensa (Zanotti) para insertar a Dani Alonso. Para la magnitud del riesgo asumido (retirar a un puntal defensivo), el rédito por la inclusión del español fue inexistente. O peor, fue deficitario (Ignacio García quedó a la intemperie, asfixiado por la grosería de sus errores de párvulo). Wilstermann se desplomó en tres minutos. El azar acabó adecuándose a la lógica para restituir a Bolívar lo que siempre debió de ser suyo.
Tras la igualdad (cabezazo de Eguino que ágilmente escapó de su marca al internarse en el bosque), Wilstermann hizo el juego al revés. Hasta ahora ha fracasado por su descomposición táctica (Carballo diseña un 4-2-3-1 y termina jugando con un 4-2-1-3, por el anárquico desbande de los extremos), por su flagrante desequilibrio (los que van no vuelven para ayudar en la marca), escasez de recursos y excesiva lentitud. Frente a Bolívar convenía cambiar ése rutinario registro: juntar líneas, buscarse, asociarse, disciplinar a los extremos, hacer cambios de ritmo y tratar de ejecutar combinaciones cortas. Pero nada. Hizo lo de siempre, consciente de su inutilidad. Las dificultades se multiplicaron en todas las líneas. La defensa miraba y no participaba, con la excepción de Vargas, que cortó mucho y corrió por la banda derecha con abnegación, pero sin resultados. Los mediocampistas fracasaron: Sánchez estuvo fuera de onda (aportó manejo, pero erró todas las entregas), Gianakis Suárez se perdió en la banda izquierda (trazó desborrdes, pero no completó ninguno) y Quero tuvo poco peso en la banda derecha. En la delantera, Flores sufrió de pánico escénico y anduvo abúlico e inexpresivo toda la tarde. De Berodia nada se supo (no filtró un solo pase) y despilfarró muchas entregas.
Hay cosas simples en el fútbol. Una elemental es entregar el balón a los que tienen el mismo color de camiseta. Si esto resulta imposible, todo está perdido.
El duelo posterior fue bastante intenso. Wilstermann se obligó a un sobreesfuerzo para llegar al gol, pero su juego fue poco convincente. Le faltó llegada y claridad. Se empantanó en el medio campo de Bolívar, donde se libró un partido muy áspero, sin concesiones. Bolívar tenía la vista puesta en el contragolpe (pegó tres disparos en los palos, tras usufructuar dramáticas fisuras defensivas) y el local comenzaba a apretar las tuercas a la defensa rival, que –pese a la presión- bien podía haberse tirado a la bartola toda la tarde. Se nota que Wilstermann, que ha ganado uno de sus últimos nueve partidos, está seco de gol. Es obvio, por muchas pócimas de la fertilidad que se le ocurran a Carballo. Por mucho que acorrale al rival de turno, le sobran fórmulas y le falta pólvora. Y esa elocuente carencia (reflejada en la anemia realizadora) deja en evidencia a la política de fichajes, escasa de coherencia, conocimiento y sentido común. Se marcharon Aparicio y Mainz, pero nadie cubrió aquellas vacantes ofensivas. Llegó Alonso y nada mejoró. El español ha cargado, en su calvario sudamericano, un cero en lugar de cruz. Un cero pesado e incómodo que lo retrata.
A minutos del final, Ignacio García perdió un balón en mitad del campo, propiciando una vigorosa estampida en el descampado serrano. Callejón cabalgó al galope, sin fuego de morteros que evitar ni trincheras que sortear. El campo, desolado y yermo, ofrecía un horizonte fértil, promisorio, sin mácula. Allá lejos, al final de la llanura, yacía el preciado botín. Ferreira supo desenterrarlo para, luego, entonar cánticos triunfalistas.
Carballo no sabe dónde está parado. No le explicaron o no se dio cuenta, pero no tiene idea. Arma dobles turnos para diferenciarse de la conducción anterior, cambia jugadores espasmódicamente, pasa de mediocampos con dos de contención a otros con un solo tapón sin ritmo, busca hombres sobre las bandas y no los encuentra, no consigue afirmar una pareja de centrales. Ahora, ¿esto es culpa de Carballo? En gran parte no: él no da la talla (planteamientos y correctivos retratan su incapacidad). Pero la mayor parte de responsabilidad hay que buscarla por otro lado. Sobre todo en la pasividad e ingenuidad de los dirigentes, que se escondieron detrás del mismo Carballo (como gerente deportivo) y que ahora quedó desnudo, y en los desaciertos de este interinato y del anterior técnico y del resto de la dirigencia. Son ellos los que armaron este plantel desequilibrado, lleno de jugadores a los cuales la camiseta les queda grande. Carballo es sólo un avatar: hoy está, mañana quién sabe.
Nueva derrota. Nervios en Wilstermann. Nervios en su grada, bastante moderada con las desgracias de su equipo hasta el batacazo final. Esos minutos mostraron la fragilidad mental del equipo de Carballo, las dudas que corroen a sus futbolistas, la falta de sintonía entre el plantel y su técnico, la falta de confianza en sí mismos.
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