Santos, pero opuestos
Francisco canoniza a Juan XXIII y Juan Pablo II, dos visiones distintas de la Iglesia
Pablo Ordaz
Roma, El País
La llegada al papado de Francisco y sus explosivos titulares periodísticos —aquel “¿Quién soy yo para juzgar a los gais?” o aquel otro “Jamás fui de derechas”— causó honda preocupación en el sector más retrógrado de la Iglesia católica. No fueron pocos los que se alarmaron ante la posibilidad de que bajo las formas sencillas de Jorge Mario Bergoglio se escondiera lo nunca visto: ¡Un papa rojo! Sin embargo, la canonización conjunta de Juan XXIII y Juan Pablo II, dos papas tan parecidos como la noche y el día, ha venido a demostrar que Francisco, más que ser de izquierdas, lo que tiene es mucha mano izquierda. La suficiente para, piano piano, hacer de su capa un sayo sin que nadie —ni siquiera los ultraconservadores más furibundos— pueda rasgarse las vestiduras. La de ayer en Roma fue, además de la histórica jornada de la canonización de dos papas ante la presencia de otros dos, la constatación de que Bergoglio ya es el rey absoluto de un Estado tan difícil de gobernar como el de la Ciudad del Vaticano.
Y si no, ahí estaba ayer Benedicto XVI, flanqueado y venerado por los mismos cardenales que lo dejaron consumirse bajo las intrigas vaticanas, ejemplo vivo de que la Iglesia necesita un papa fuerte. Y Francisco demostró ayer que lo es por partida triple. En primer lugar, haciendo coincidir la canonización de Karol Wojtyla —que le habían servido en bandeja y por vía de urgencia— con la de Angelo Roncalli, destinada a dormir para siempre el sueño de los justos. En segundo lugar, diseñando una ceremonia de canonización sobria para las costumbres vaticanas. De hecho, el perfil que trazó Francisco de sus predecesores santos —hombres valerosos que no se abrumaron frente a las tragedias del siglo XX— fue menos papista que el impresionante despliegue de loa mediática. Y, en tercer lugar, desatando la locura de los fieles —de los amantes del perfil conservador de Juan Pablo II y de los del aperturismo de Juan XXIII— cuando salió con el papamóvil de la plaza de San Pedro y llegó hasta el umbral mismo del castillo de Sant' Angelo.
Una jornada en la que la Iglesia se daba un homenaje por el pasado terminó resultando una apuesta por el futuro. Durante su homilía, Jorge Mario Bergoglio dijo que los dos nuevos santos fueron “sacerdotes, obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte”. Francisco destacó que “san Juan XXIII” fue “el papa de la docilidad del Espíritu Santo”, mientras que “san Juan Pablo II fue el papa de la familia”. Uno y otro, añadió, “restauraron y actualizaron la Iglesia según su fisonomía originaria”. La ceremonia —concelebrada por 150 cardenales y 700 obispos ante la presencia de 24 jefes de Estado— fue seguida en directo por más de 800.000 peregrinos por pantallas instaladas en las principales plazas de Roma.
La proclamación se produjo al inicio de la ceremonia. El cardenal Angelo Amato, prefecto para la Congregación para las Causas de los Santos, presentó ante el papa Francisco las tres peticiones de la doble canonización tal como dicta el ritual: primero con “gran fuerza”, a continuación con “mayor fuerza” y, finalmente, con “grandísima fuerza”. Como respuesta, el Papa pronunció la fórmula: “En honor de la Santísima Trinidad, por la exaltación de la fe católica y el incremento de la vida cristiana, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo y de los santos apóstoles Pedro y Pablo, después de haber reflexionado largamente e invocado la ayuda divina y escuchando el parecer de muchos de nuestros hermanos obispos, declaramos santos a Juan XXIII y a Juan Pablo II”.
El día histórico fue, en realidad, solo una pausa. Hoy Francisco retomará su cargada agenda. Por la mañana recibirá en audiencia a los Reyes de España —a los que ya saludó ayer tras la doble canonización— y luego se reunirá con el llamado G-8 del Vaticano, el consejo de ocho cardenales que le están ayudando a transformar el Gobierno de la Iglesia.
Pablo Ordaz
Roma, El País
La llegada al papado de Francisco y sus explosivos titulares periodísticos —aquel “¿Quién soy yo para juzgar a los gais?” o aquel otro “Jamás fui de derechas”— causó honda preocupación en el sector más retrógrado de la Iglesia católica. No fueron pocos los que se alarmaron ante la posibilidad de que bajo las formas sencillas de Jorge Mario Bergoglio se escondiera lo nunca visto: ¡Un papa rojo! Sin embargo, la canonización conjunta de Juan XXIII y Juan Pablo II, dos papas tan parecidos como la noche y el día, ha venido a demostrar que Francisco, más que ser de izquierdas, lo que tiene es mucha mano izquierda. La suficiente para, piano piano, hacer de su capa un sayo sin que nadie —ni siquiera los ultraconservadores más furibundos— pueda rasgarse las vestiduras. La de ayer en Roma fue, además de la histórica jornada de la canonización de dos papas ante la presencia de otros dos, la constatación de que Bergoglio ya es el rey absoluto de un Estado tan difícil de gobernar como el de la Ciudad del Vaticano.
Y si no, ahí estaba ayer Benedicto XVI, flanqueado y venerado por los mismos cardenales que lo dejaron consumirse bajo las intrigas vaticanas, ejemplo vivo de que la Iglesia necesita un papa fuerte. Y Francisco demostró ayer que lo es por partida triple. En primer lugar, haciendo coincidir la canonización de Karol Wojtyla —que le habían servido en bandeja y por vía de urgencia— con la de Angelo Roncalli, destinada a dormir para siempre el sueño de los justos. En segundo lugar, diseñando una ceremonia de canonización sobria para las costumbres vaticanas. De hecho, el perfil que trazó Francisco de sus predecesores santos —hombres valerosos que no se abrumaron frente a las tragedias del siglo XX— fue menos papista que el impresionante despliegue de loa mediática. Y, en tercer lugar, desatando la locura de los fieles —de los amantes del perfil conservador de Juan Pablo II y de los del aperturismo de Juan XXIII— cuando salió con el papamóvil de la plaza de San Pedro y llegó hasta el umbral mismo del castillo de Sant' Angelo.
Una jornada en la que la Iglesia se daba un homenaje por el pasado terminó resultando una apuesta por el futuro. Durante su homilía, Jorge Mario Bergoglio dijo que los dos nuevos santos fueron “sacerdotes, obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte”. Francisco destacó que “san Juan XXIII” fue “el papa de la docilidad del Espíritu Santo”, mientras que “san Juan Pablo II fue el papa de la familia”. Uno y otro, añadió, “restauraron y actualizaron la Iglesia según su fisonomía originaria”. La ceremonia —concelebrada por 150 cardenales y 700 obispos ante la presencia de 24 jefes de Estado— fue seguida en directo por más de 800.000 peregrinos por pantallas instaladas en las principales plazas de Roma.
La proclamación se produjo al inicio de la ceremonia. El cardenal Angelo Amato, prefecto para la Congregación para las Causas de los Santos, presentó ante el papa Francisco las tres peticiones de la doble canonización tal como dicta el ritual: primero con “gran fuerza”, a continuación con “mayor fuerza” y, finalmente, con “grandísima fuerza”. Como respuesta, el Papa pronunció la fórmula: “En honor de la Santísima Trinidad, por la exaltación de la fe católica y el incremento de la vida cristiana, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo y de los santos apóstoles Pedro y Pablo, después de haber reflexionado largamente e invocado la ayuda divina y escuchando el parecer de muchos de nuestros hermanos obispos, declaramos santos a Juan XXIII y a Juan Pablo II”.
El día histórico fue, en realidad, solo una pausa. Hoy Francisco retomará su cargada agenda. Por la mañana recibirá en audiencia a los Reyes de España —a los que ya saludó ayer tras la doble canonización— y luego se reunirá con el llamado G-8 del Vaticano, el consejo de ocho cardenales que le están ayudando a transformar el Gobierno de la Iglesia.