“¿No son asesinos quienes lo mataron?”
La madre de David Moreira, golpeado por varios vecinos hasta la muerte, relata cómo era su hijo
Francisco Peregil
Buenos Aires, El País
David Moreira murió a los 18 años. Fue la primera víctima de la ola de linchamientos que se inició en Argentina hace tres semanas. El sábado 22 de marzo varios vecinos de la ciudad de Rosario lo atraparon cuando, supuestamente, acaba de robar el bolso a una mujer junto a otro joven que logró escapar. “Yo acudí al hospital”, relató su madre, Lorena Torres, al canal TN. “Y a David ya lo estaban operando”. Contó que la cara estaba tan desfigurada a causa de los golpes que el padre solo pudo reconocer al hijo por unas iniciales que llevaba tatuadas en el tobillo con el nombre de sus hermanos. Falleció tres días después a causa de los golpes que recibió en la cabeza. Su madre publicó una carta en la revista La Garganta Poderosa donde describe a su hijo. A continuación reproducimos un extracto:
“Nació el 4 de enero de 1996, en el Hospital Centenario de Rosario. Era hermoso, de pelito negro y de piel blanquita, un principito según todos. Creció en un hogar humilde, pero a su lado tenía a quienes lo amaban de verdad, como su adorada tía Anabel, que le enseñó a caminar. Era tímido, se ponía colorado y sentía mucha vergüenza cuando alguien le decía lo lindo que era. Dejó amigos por toda la ciudad, que hoy en día van cayendo en mi casa para consolarme, a medida que se van enterando de la triste noticia.
Tuvo tres hermanos más: Micaela, Elías y Tomás. Los adoraba. Los vivía aconsejando, como hacía su papá, que es vendedor ambulante y a veces no estaba en todo el día, por lo que David era para ellos un segundo papá. Después de dos años, debió abandonar la secundaria para ayudar a esos hermanos. Y yo me enojé muchísimo con él, pero su decisión era que no les faltara nada. Entonces, empezó a trabajar como albañil y también en una fábrica de calzado con su tío Gastón, a quien quería tanto...
David era mi compañero, tomábamos mate juntos y, si salía hasta tarde, me avisaba, o nos llamábamos continuamente. De hecho, ese día fatal estuvo conmigo. Me dio su billetera con lo que había cobrado, y me dijo: "Poné la pava [recipiente para calentar el agua] ya vengo, y si necesitás algo, sacá".
No llegaba. Salí a esperarlo afuera, pero no estaba. Lo esperé. No me llamaba. No lo podía encontrar por ningún lado, y sus amigos tampoco lo habían visto (…) Jamás imaginé verlo así... Mi marido lo reconoció por un tatuaje que se hizo en el tobillo cuando cumplió 18 años, con las iniciales de sus hermanos. Y así, se me fue un ángel de la peor manera, un chico al que le encantaba ayudar a todos, conocidos o no. No sabía decir no y, si veía a alguien sin zapatillas, era capaz de sacarse las suyas para dárselas... Por eso, opté por donar sus órganos: para que siguiera ayudando, a siete personas de la lista de espera. Pues él lo hubiera querido así.
Se fue mi mano derecha, mi David querido, pero hay muchos David que pueden ser asesinados o maltratados. Y eso no puede ser así de ningún modo, así sean culpables o inocentes del delito que se los esté acusando. ¿O acaso esas personas enfurecidas que lo mataron a golpes y patadas de la peor manera, como si fuese un animal, no son culpables?
Ahora, ya nadie podrá devolverme a mi hijo, pero encima pareciera ser que quienes lo mataron no son asesinos. ¿No lo son? Por favor, que esto no ocurra nunca más y que la Justicia esté en manos de quienes deben garantizarla”.
Francisco Peregil
Buenos Aires, El País
David Moreira murió a los 18 años. Fue la primera víctima de la ola de linchamientos que se inició en Argentina hace tres semanas. El sábado 22 de marzo varios vecinos de la ciudad de Rosario lo atraparon cuando, supuestamente, acaba de robar el bolso a una mujer junto a otro joven que logró escapar. “Yo acudí al hospital”, relató su madre, Lorena Torres, al canal TN. “Y a David ya lo estaban operando”. Contó que la cara estaba tan desfigurada a causa de los golpes que el padre solo pudo reconocer al hijo por unas iniciales que llevaba tatuadas en el tobillo con el nombre de sus hermanos. Falleció tres días después a causa de los golpes que recibió en la cabeza. Su madre publicó una carta en la revista La Garganta Poderosa donde describe a su hijo. A continuación reproducimos un extracto:
“Nació el 4 de enero de 1996, en el Hospital Centenario de Rosario. Era hermoso, de pelito negro y de piel blanquita, un principito según todos. Creció en un hogar humilde, pero a su lado tenía a quienes lo amaban de verdad, como su adorada tía Anabel, que le enseñó a caminar. Era tímido, se ponía colorado y sentía mucha vergüenza cuando alguien le decía lo lindo que era. Dejó amigos por toda la ciudad, que hoy en día van cayendo en mi casa para consolarme, a medida que se van enterando de la triste noticia.
Tuvo tres hermanos más: Micaela, Elías y Tomás. Los adoraba. Los vivía aconsejando, como hacía su papá, que es vendedor ambulante y a veces no estaba en todo el día, por lo que David era para ellos un segundo papá. Después de dos años, debió abandonar la secundaria para ayudar a esos hermanos. Y yo me enojé muchísimo con él, pero su decisión era que no les faltara nada. Entonces, empezó a trabajar como albañil y también en una fábrica de calzado con su tío Gastón, a quien quería tanto...
David era mi compañero, tomábamos mate juntos y, si salía hasta tarde, me avisaba, o nos llamábamos continuamente. De hecho, ese día fatal estuvo conmigo. Me dio su billetera con lo que había cobrado, y me dijo: "Poné la pava [recipiente para calentar el agua] ya vengo, y si necesitás algo, sacá".
No llegaba. Salí a esperarlo afuera, pero no estaba. Lo esperé. No me llamaba. No lo podía encontrar por ningún lado, y sus amigos tampoco lo habían visto (…) Jamás imaginé verlo así... Mi marido lo reconoció por un tatuaje que se hizo en el tobillo cuando cumplió 18 años, con las iniciales de sus hermanos. Y así, se me fue un ángel de la peor manera, un chico al que le encantaba ayudar a todos, conocidos o no. No sabía decir no y, si veía a alguien sin zapatillas, era capaz de sacarse las suyas para dárselas... Por eso, opté por donar sus órganos: para que siguiera ayudando, a siete personas de la lista de espera. Pues él lo hubiera querido así.
Se fue mi mano derecha, mi David querido, pero hay muchos David que pueden ser asesinados o maltratados. Y eso no puede ser así de ningún modo, así sean culpables o inocentes del delito que se los esté acusando. ¿O acaso esas personas enfurecidas que lo mataron a golpes y patadas de la peor manera, como si fuese un animal, no son culpables?
Ahora, ya nadie podrá devolverme a mi hijo, pero encima pareciera ser que quienes lo mataron no son asesinos. ¿No lo son? Por favor, que esto no ocurra nunca más y que la Justicia esté en manos de quienes deben garantizarla”.