Mou revoluciona la Premier
Liverpool, As
Mourinho, el Chelsea, su manera de entender el fútbol apareció cuando tocaba. No le gusta a casi nadie su estilo de juego, pero le da títulos y victorias trascendentales. Estaba siendo la temporada del Liverpool, la de Steven Gerrard, pero en el mayor de los escenarios, nueve hombres detrás del balón rompieron el encanto. ¿Hay que elogiar la táctica? Los dos tantos vienen de errores del rival, justo lo que buscaba el Chelsea. Sí, aunque pese, los de Mou hicieron lo que necesitaban para ganar.
La primera duda del encuentro se resolvió pronto. Mourinho siempre podrá decir que, por culpa de la federación y su calendario, puso a un equipo debilitado porque utilizó un once con cinco jugadores no habituales, pero cuatro de ellos (Lampard, Mikel, Saha, Matic) no pueden jugar en Europa (y el Atlético jugó más tarde que el Chelsea) así que su diatriba estuvo tan vacía como de costumbre. Pero dirigió los titulares de la semana. No habían pasado ni quince minutos y el ímpetu del Liverpool, de Anfield, del dolor de muchas derrotas y de pérdidas inolvidables, empujó al equipo y Coutinho, Sakho y Sterling tuvieron, como consecuencia, claras ocasiones de gol.
No combinaba demasiado el equipo local, no hacía falta. Atropellaban a los londinenses, llevaban rápido por abajo el balón arriba y ahí un gesto de Luis Suárez, una carrera de Sterling o una aparición desde segunda línea de Coutinho traían de cabeza a los de Mourinho. Esta es una de esas rivalidades modernas en las que saltan chispas: la hinchada del Liverpool ha estado años resignada al dominio del Manchester United y a la aparición del Manchester City, pero siempre ha luchado contra lo que, a ojos suyo, representa el Chelsea: la afición red se ve pura, universal y nacida en tiempos inmemorables, a diferencia del rival de ayer, considerado un nuevo rico entregado a su multimillonario ruso. Con el Chelsea siempre se ha jugado una competición paralela.
Las ocasiones seguían siendo del Liverpool, al que le faltaba Sturridge que no está para 90 minutos todavía. Pero poco a poco el conjunto local se fue apagando: se estaba jugando en el último tercio, el que defendía el Chelsea, que de nuevo dejó pocos efectivos en el ataque a excepción de las jugadas a balón parado. Pero ya se sabe: Mourinho les había pedido a los suyos esperar su momento. Las matemáticas están con él: el equipo que tiene más balón comete más errores en el pase. Uno de ellos puede costarles un partido. El regalo del Liverpool en el peor de los momentos, justo antes del descanso: un balón que Gerrard no controló al resbalar, dejó a Demba Ba, espléndido todo el encuentro en su lucha solitaria con los defensores, con una carrera en solitario hacia la portería.
El primer tanto del encuentro castigaba el primer error flagrante del capitán, del que más quiere esta liga, quizá en toda la temporada. Nadie dijo que iba a ser fácil. Con el gol en contra, el Liverpool no encontraba pasillos interiores, quizá escaso en respuestas ofensivas o de calidad. Los centros a la olla no hacían daño y a la hora salió un Sturridge renqueante, pero que no pudo ayudar. Veintitrés tiros a puerta del Liverpool no será la estadística a recordar, sino dos errores defensivos. El segundo fue completado por una carrera de Torres que cedió a Willian para que marcara a portería vacía. Ahora queda todo en manos del City: si gana todos los partidos que les queda, serán campeones.
Mourinho, el Chelsea, su manera de entender el fútbol apareció cuando tocaba. No le gusta a casi nadie su estilo de juego, pero le da títulos y victorias trascendentales. Estaba siendo la temporada del Liverpool, la de Steven Gerrard, pero en el mayor de los escenarios, nueve hombres detrás del balón rompieron el encanto. ¿Hay que elogiar la táctica? Los dos tantos vienen de errores del rival, justo lo que buscaba el Chelsea. Sí, aunque pese, los de Mou hicieron lo que necesitaban para ganar.
La primera duda del encuentro se resolvió pronto. Mourinho siempre podrá decir que, por culpa de la federación y su calendario, puso a un equipo debilitado porque utilizó un once con cinco jugadores no habituales, pero cuatro de ellos (Lampard, Mikel, Saha, Matic) no pueden jugar en Europa (y el Atlético jugó más tarde que el Chelsea) así que su diatriba estuvo tan vacía como de costumbre. Pero dirigió los titulares de la semana. No habían pasado ni quince minutos y el ímpetu del Liverpool, de Anfield, del dolor de muchas derrotas y de pérdidas inolvidables, empujó al equipo y Coutinho, Sakho y Sterling tuvieron, como consecuencia, claras ocasiones de gol.
No combinaba demasiado el equipo local, no hacía falta. Atropellaban a los londinenses, llevaban rápido por abajo el balón arriba y ahí un gesto de Luis Suárez, una carrera de Sterling o una aparición desde segunda línea de Coutinho traían de cabeza a los de Mourinho. Esta es una de esas rivalidades modernas en las que saltan chispas: la hinchada del Liverpool ha estado años resignada al dominio del Manchester United y a la aparición del Manchester City, pero siempre ha luchado contra lo que, a ojos suyo, representa el Chelsea: la afición red se ve pura, universal y nacida en tiempos inmemorables, a diferencia del rival de ayer, considerado un nuevo rico entregado a su multimillonario ruso. Con el Chelsea siempre se ha jugado una competición paralela.
Las ocasiones seguían siendo del Liverpool, al que le faltaba Sturridge que no está para 90 minutos todavía. Pero poco a poco el conjunto local se fue apagando: se estaba jugando en el último tercio, el que defendía el Chelsea, que de nuevo dejó pocos efectivos en el ataque a excepción de las jugadas a balón parado. Pero ya se sabe: Mourinho les había pedido a los suyos esperar su momento. Las matemáticas están con él: el equipo que tiene más balón comete más errores en el pase. Uno de ellos puede costarles un partido. El regalo del Liverpool en el peor de los momentos, justo antes del descanso: un balón que Gerrard no controló al resbalar, dejó a Demba Ba, espléndido todo el encuentro en su lucha solitaria con los defensores, con una carrera en solitario hacia la portería.
El primer tanto del encuentro castigaba el primer error flagrante del capitán, del que más quiere esta liga, quizá en toda la temporada. Nadie dijo que iba a ser fácil. Con el gol en contra, el Liverpool no encontraba pasillos interiores, quizá escaso en respuestas ofensivas o de calidad. Los centros a la olla no hacían daño y a la hora salió un Sturridge renqueante, pero que no pudo ayudar. Veintitrés tiros a puerta del Liverpool no será la estadística a recordar, sino dos errores defensivos. El segundo fue completado por una carrera de Torres que cedió a Willian para que marcara a portería vacía. Ahora queda todo en manos del City: si gana todos los partidos que les queda, serán campeones.