Las afganas quieren más
El patriarcado frena los avances logrados por las mujeres, que exigen igualdad y empleos, tras la caída de los talibanes
Ángeles Espinosa (enviada especial)
Kabul, El País
Las afganas han ocupado por unas horas la sede de la Loya Jirga, la tradicional asamblea de notables. Un millar de mujeres han acudido a escuchar a Habiba Sarabi, una de las tres candidatas a vicepresidenta en las elecciones del sábado (la única con posibilidades de pasar a la segunda vuelta). “Hombres y mujeres somos iguales y debemos trabajar para hacerlo efectivo”, dice la popular exgobernadora de Bamiyán en un mitin que hubiese puesto los pelos de punta a los talibanes.
Mujeres a cara descubierta, alguna incluso con el velo caído sobre los hombros, un coro femenino con solista y una animadora que pedía a las asistentes que dieran palmadas más fuerte para acompañar el ritmo, mientras un puñado de hombres ajustaba los altavoces o movía las sillas. Nada de ello hubiera sido posible a principios de este siglo, cuando los extremistas islámicos gobernaban Afganistán con un puritanismo que a menudo alcanzaba la crueldad. Prohibieron la música, el sonido de los tacones y hasta las risas femeninas.
A pesar de errores y críticas, el nuevo orden político que trajo la intervención estadounidense para desalojar al régimen talibán ha beneficiado a las afganas. Conversaciones con una quincena, desde una limpiadora a una médico, pasando por maestras y universitarias, confirman su satisfacción con el cambio. Por nada del mundo, quisieran dar marcha atrás. Al contrario, existe, sobre todo entre las jóvenes (y el 68% de la población tiene menos de 25 años), un deseo de avanzar para que los derechos conseguidos sobre el papel sean una realidad cotidiana.
“Me quedé viuda con siete hijos, y con los talibanes no podía trabajar, ni siquiera salir a comprar al bazar”, recuerda Parigul Surgari, maestra en paro. “Estamos mucho mejor; nuestras condiciones de vida han mejorado, ya no estamos confinadas en casa”, asegura Mari, una contable de 22 años, que recuerda el terror que le causaban de niña los barbudos.
“Es cierto que ahora hay tres millones de niñas escolarizadas, que podemos salir a la calle, hay más oportunidades de trabajo y volvemos a pensar en el futuro cuando antes no teníamos esperanza”, señala Arzafi, una licenciada en Historia Islámica y gestión de empresas, que a sus 21 años dirige la sección femenina de la Organización Nacional de la Juventud. “Pero hacen falta más centros educativos porque no hay plazas suficientes, y las chicas que terminan sus estudios no encuentran trabajo”, precisa.
Marjan Onabi, 30 años, es una de ellas. Regresó hace un par de meses a Afganistán tras licenciarse en Medicina en Rumanía gracias a una beca de la UE. Sin embargo, y a pesar de la necesidad de médicos, no encuentra trabajo. ¿Lo tendría si fuera hombre? “Sería más fácil”, asegura aún incrédula. Se da de plazo hasta agosto. “Si no, buscaré alguna otra beca para irme a hacer la especialidad”. ¿Qué le gustaría? “Cardio o cirugía, pero tal vez termine eligiendo ginecología porque es la única especialidad en la que las mujeres tenemos posibilidades aquí”, explica.
“Se ha progresado, pero esperábamos más”, resume Nilab, que estudia Geografía y Ciencias Sociales. Apunta que, a pesar de los avances en la legislación, “las mujeres siguen privadas de sus derechos a causa de las tradiciones”.
Si una mujer casada quiere visitar a sus padres y el marido se opone, no le queda más remedio que quedarse en casa. No digamos ya si lo que desea es socializar con amigas. Tampoco una chica puede estudiar si se opone su padre. Ninguna ley respalda esos comportamientos, pero la sociedad y el qué dirán pesa sobre las familias que siguen ateniéndose a códigos de conducta trasnochados. En las zonas rurales, aún es frecuente el uso de las hijas para saldar disputas vecinales a falta de un sistema judicial decente.
Consultadas sobre cómo romper ese círculo vicioso, todas coinciden en que se requiere que haya un clima de paz, aumente la educación de mujeres y hombres, y se ponga fin a la pobreza extrema en que vive buena parte de la población. La licenciada en Medicina atribuye una parte de responsabilidad a las mujeres. “Muchas no cuestionan el estado de cosas porque nunca han conocido algo distinto y ni siquiera lo imaginan. Pero incluso entre las que tienen preparación, no confían lo suficiente en sí mismas y en su capacidad de cambiar la sociedad”, manifiesta.
Aun así son numerosas las que han dado un paso al frente para convertir en realidad las transformaciones que anhelan. La periodista Humaira Saqib lo hace desde un programa de radio con el que trata de concienciar a sus conciudadanas. Por su parte, Sakeela Naweed, dirige HAMCO una ONG de asistencia a madres y niños. “Tres décadas de guerras han dejado a muchos niños sin padre y toda la responsabilidad recae en las madres. Las mujeres tienen que trabajar, pero carecen de oportunidades”, expone. En su opinión, el problema es que en todos los sectores los jefes son hombres y cuando necesitan personal o colaboradores “lo buscan entre sus amigos”, afirma antes de quejarse del nepotismo y la corrupción que lastra el desarrollo.
También les preocupa la inseguridad, un concepto difuso que incluye desde los atentados talibanes hasta los actos de violencia de los que a menudo son víctimas.
Ángeles Espinosa (enviada especial)
Kabul, El País
Las afganas han ocupado por unas horas la sede de la Loya Jirga, la tradicional asamblea de notables. Un millar de mujeres han acudido a escuchar a Habiba Sarabi, una de las tres candidatas a vicepresidenta en las elecciones del sábado (la única con posibilidades de pasar a la segunda vuelta). “Hombres y mujeres somos iguales y debemos trabajar para hacerlo efectivo”, dice la popular exgobernadora de Bamiyán en un mitin que hubiese puesto los pelos de punta a los talibanes.
Mujeres a cara descubierta, alguna incluso con el velo caído sobre los hombros, un coro femenino con solista y una animadora que pedía a las asistentes que dieran palmadas más fuerte para acompañar el ritmo, mientras un puñado de hombres ajustaba los altavoces o movía las sillas. Nada de ello hubiera sido posible a principios de este siglo, cuando los extremistas islámicos gobernaban Afganistán con un puritanismo que a menudo alcanzaba la crueldad. Prohibieron la música, el sonido de los tacones y hasta las risas femeninas.
A pesar de errores y críticas, el nuevo orden político que trajo la intervención estadounidense para desalojar al régimen talibán ha beneficiado a las afganas. Conversaciones con una quincena, desde una limpiadora a una médico, pasando por maestras y universitarias, confirman su satisfacción con el cambio. Por nada del mundo, quisieran dar marcha atrás. Al contrario, existe, sobre todo entre las jóvenes (y el 68% de la población tiene menos de 25 años), un deseo de avanzar para que los derechos conseguidos sobre el papel sean una realidad cotidiana.
“Me quedé viuda con siete hijos, y con los talibanes no podía trabajar, ni siquiera salir a comprar al bazar”, recuerda Parigul Surgari, maestra en paro. “Estamos mucho mejor; nuestras condiciones de vida han mejorado, ya no estamos confinadas en casa”, asegura Mari, una contable de 22 años, que recuerda el terror que le causaban de niña los barbudos.
“Es cierto que ahora hay tres millones de niñas escolarizadas, que podemos salir a la calle, hay más oportunidades de trabajo y volvemos a pensar en el futuro cuando antes no teníamos esperanza”, señala Arzafi, una licenciada en Historia Islámica y gestión de empresas, que a sus 21 años dirige la sección femenina de la Organización Nacional de la Juventud. “Pero hacen falta más centros educativos porque no hay plazas suficientes, y las chicas que terminan sus estudios no encuentran trabajo”, precisa.
Marjan Onabi, 30 años, es una de ellas. Regresó hace un par de meses a Afganistán tras licenciarse en Medicina en Rumanía gracias a una beca de la UE. Sin embargo, y a pesar de la necesidad de médicos, no encuentra trabajo. ¿Lo tendría si fuera hombre? “Sería más fácil”, asegura aún incrédula. Se da de plazo hasta agosto. “Si no, buscaré alguna otra beca para irme a hacer la especialidad”. ¿Qué le gustaría? “Cardio o cirugía, pero tal vez termine eligiendo ginecología porque es la única especialidad en la que las mujeres tenemos posibilidades aquí”, explica.
“Se ha progresado, pero esperábamos más”, resume Nilab, que estudia Geografía y Ciencias Sociales. Apunta que, a pesar de los avances en la legislación, “las mujeres siguen privadas de sus derechos a causa de las tradiciones”.
Si una mujer casada quiere visitar a sus padres y el marido se opone, no le queda más remedio que quedarse en casa. No digamos ya si lo que desea es socializar con amigas. Tampoco una chica puede estudiar si se opone su padre. Ninguna ley respalda esos comportamientos, pero la sociedad y el qué dirán pesa sobre las familias que siguen ateniéndose a códigos de conducta trasnochados. En las zonas rurales, aún es frecuente el uso de las hijas para saldar disputas vecinales a falta de un sistema judicial decente.
Consultadas sobre cómo romper ese círculo vicioso, todas coinciden en que se requiere que haya un clima de paz, aumente la educación de mujeres y hombres, y se ponga fin a la pobreza extrema en que vive buena parte de la población. La licenciada en Medicina atribuye una parte de responsabilidad a las mujeres. “Muchas no cuestionan el estado de cosas porque nunca han conocido algo distinto y ni siquiera lo imaginan. Pero incluso entre las que tienen preparación, no confían lo suficiente en sí mismas y en su capacidad de cambiar la sociedad”, manifiesta.
Aun así son numerosas las que han dado un paso al frente para convertir en realidad las transformaciones que anhelan. La periodista Humaira Saqib lo hace desde un programa de radio con el que trata de concienciar a sus conciudadanas. Por su parte, Sakeela Naweed, dirige HAMCO una ONG de asistencia a madres y niños. “Tres décadas de guerras han dejado a muchos niños sin padre y toda la responsabilidad recae en las madres. Las mujeres tienen que trabajar, pero carecen de oportunidades”, expone. En su opinión, el problema es que en todos los sectores los jefes son hombres y cuando necesitan personal o colaboradores “lo buscan entre sus amigos”, afirma antes de quejarse del nepotismo y la corrupción que lastra el desarrollo.
También les preocupa la inseguridad, un concepto difuso que incluye desde los atentados talibanes hasta los actos de violencia de los que a menudo son víctimas.