Inobjetable triunfo de Aurora en el clásico
Aurora ratificó en el Capriles su levantada en la misma medida que Wilstermann retornó a su cruda realidad. La exhibición de los celestes no se reflejó suficientemente en el marcador (2-0), pero condenó a su oponente a una imagen patética. Fue evidente, por enésima ocasión, que en la adversidad Wilstermann se borra: sus pérdidas de balón son una invitación al gol y su minusvalía técnica una garantía para el repliegue. La presión de Castellón y Díaz sobre los volantes y defensas rojos le garantizó a Aurora el control estratégico de la batalla, luego ratificado por la superior jerarquía del medio campo, más abundante y más capacitado.
Aplicado en todas las líneas, el equipo celeste se entregó a la explosiva tarea de Francisco Rodríguez, que anoche se reveló como un futbolista extraordinario, capaz de todo. Su partido reunió los ingredientes de las grandes consagraciones: letales desbordes y una asistencia decisiva.
Para Wilstermann, la derrota en el clásico tiene menos valor que las condiciones que soporta el equipo, reprobado por su afición de una manera estruendosa, con un ensañamiento que hará imposible cualquier progreso en la Liga. El entrenador y los jugadores se sintieron lapidados por la gente. Wilstermann, que jugaba defectuosamente y excesivamente expuesto en defensa, terminó sin juego, de rodillas, con el único amparo de la voluntad de los futbolistas. Pero los síntomas de la fractura son gravísimos. Si Wilstermann abraza, utópicamente, la incierta posibilidad de conseguir algún cupo clasificatorio será por un ejercicio heroico de supervivencia del equipo frente a la lacerante mediocridad de una conducción repudiada por la grada. Desde el principio hubo tambores de guerra en el Capriles, donde la gente vive con la úlcera abierta. El perfil medio del aficionado wilstermanista es el de un tipo que vive en estado de ansiedad, impaciente, con tendencias eruptivas. Es un público que exige mucho, anima poco y disfruta menos.
En las últimas jornadas (agravadas con la suma de temporadas frustrantes), el Capriles es un lugar inhóspito para su equipo, que se obliga a jugar en un estado de máxima tensión, contra sus rivales y contra el dedo de la afición que no pasa una. Algunos dirán que esa actitud es el producto de la impaciencia, de una exigencia desmedida e irracional, pero la impresión es que en el principio de todo está el cansancio por tanto fracaso.
SIN GOL
Wilstermann ha anotado un solo gol en los últimos 450 minutos (Ramallo a Sport Boys). Este lunes no fue capaz de hacerlo ni de penal y, lo que es peor, en ningún momento dio sensación de poder marcar. Al cuadro celeste le bastó con ahogar a su rival en el centro del campo y asustarle a base de contraataques rápidos. La tela de araña de Aurora, a partir de la línea de centro del campo, fue un frontón infranqueable para un equipo, como el de Carballo, harto de cultivar una posesión flagrantemente inútil.
Con Alonso pegado a la banda y Berodia en el centro, sin acompañantes cercanos, el fútbol de los rojos se produjo de forma atolondrada, imprecisa, impropia de un conjunto aparente. Un lujo impagable para el rival. Berodia es al talento lo que Alonso a la tosquedad. Con el primero preso en la banda y el segundo abandonado (e impreciso) en el lugar de los genios, Wilstermann tendía al fracaso de forma manifiesta. Además, Ramallo andaba perdido en la media punta y Andaveris decepcionaba en la punta, donde no ofrecía soluciones de clase.
El error táctico permitió la primacía de Aurora. En cuanto desplegó a sus laterales (especialmente a Francisco Rodríguez), el desajuste de Wilstermann alcanzó momentos épicos. Sometido ya el partido a un duelo físico en el centro del campo, Wilstermann echó humo en la misma medida que Aurora resolvía su problema futbolístico. A los 20 minutos el duelo ya transcurría por los cánones previstos por Zazhu: poderío físico en la parcela central para que Rodríguez y Cardozo abrieran surco por las bandas y encendieran las pilas de Castellón y Díaz (sus corridas al vacío constituyeron un problema sin solución para Zenteno).
Aurora reservó su contundencia para las tareas defensivas mientras que el cuadro rojo no era capaz de dar argumentos válidos para variar el rumbo del partido y los balones aéreos eran un arma banal contra la envergadura de la zaga celeste (Santos Amador, Ayala y León). Las internadas de Félix Quero por la banda, que habían hecho estragos en días menos aciagos, se perdieron en el barullo, en la más absoluta esterilidad. Y si, por estos días, a los hombres de Carballo les cuesta crear ocasiones para marcar, frente a Aurora ni siquiera llegaron al área rival.
INFLEXIÓN
Un solo momento tenso tuvo el encuentro en esta fase. El árbitro José Jordán señaló al borde del descanso un penalti a favor de los rojos (por presunta mano del defensor León). Curiosamente, en ese instante a Wilstermann se le fundieron los plomos por partida triple. Primero, porque al despilfarrar el penal (Berodia lo ejecutó con repudiable displicencia) perdió una ventaja estratégica que hubiese sido decisiva para el curso de la batalla. Segundo, porque con la expulsión de Zenteno perdió más, desde lo táctico, que Aurora con la salida de León. Tercero, porque ante el nuevo escenario táctico (fruto de las expulsiones), el comando técnico careció de respuestas.
El gol celeste (en el linde del descanso) fue fruto del pecado de su ponente. El futbolista más tosco del partido, Alonso, extravió su marca (de hecho, nunca la encontró) y propició un profundo contragolpe que derivó en un córner. Castellón lo ejecutó, provocando un incendio. Andaveris erró en el despeje y Charles, de atropellada, ancló el balón en la red. Era la primera vez que Aurora disparaba al arco, pero ciertamente lo hacía en las condiciones pretendidas.
La desventaja acentuó el estado de precariedad de Wilstermann. Lejos de estabilizarse en el descanso, ajustar la táctica y cobrar aire, pasó un calvario en la segunda parte. Incapaz de manejar con solvencia el balón, el trámite tuvo un carácter agónico para los rojos, que se vieron desbordados por la ofensiva de Aurora, donde los méritos del equipo de Zazhu fueron innegables. El ajuste de Lora sobre Berodia cegó la creación en el medio campo y dejó a Wilstermann expuesto a las ocurrencias de los centrocampistas de Aurora. Cada jugada se convirtió en una amenaza para Suárez, que vivió sobresaltado. Quebrado por la mitad, sin fútbol, sin táctica, expuesto a las réplicas del rival, Wilstermann sobrevivió por cuestiones más relacionadas con la fortuna que con el juego y las oportunidades.
Las llegadas de Aurora se hicieron cada vez más frecuentes y sencillas, propiciadas por la desintegración del medio campo rojo (Machado no alcanzaba para frenar la estampida posterior a cada pérdida de pelota). El segundo gol se anunció varias veces, ante la desesperación de los aficionados, que pidieron las sales para aliviarse del susto que produjo el mano a mano de Díaz con Suárez, los piques de Vallecillo (sustituyó a Charles para tener más velocidad en las llegadas) y las sucesivas apariciones de delanteros y centrocampistas en el área.
El segundo tanto (internada de Rodríguez y pase profundo a Vallecillo) consumó el naufragio de Wilstermann, sometido ya para entonces a la dictadura de Díaz. El jugador tarijeño gusta de comandar tropas, luce en la infantería. En un santiamén agarró el partido y lo estiró hasta la portería de Suárez, borrando de un plumazo a sus teóricos oponentes.
INERTE
Carballo en el banquillo era el único espectador que veía posibilidades de supervivencia. Sólo cuando el segundo gol le dejó sin flotadores y su equipo se manejaba con notable patetismo introdujo esos cambios que sólo sirven para que los suplentes se hagan también partícipes de la derrota. Costó entender cómo pretendía resolver el drama de una escuálida elaboración (reservada a un impreciso Berodia) prescindiendo de volantes con presuntas facultades creativas (Berodia y Alonso) y sustituyéndolos por poco explosivos atacantes (Suárez y Espinoza), abiertamente expuestos al desabastecimiento. En esa misma línea de razonamiento, la permanencia de Ramallo (de paupérrima tarea) ingresó en el terreno de los cuestionamientos.
La expulsión de Lora frenó el escarnio. Aurora perdió voltaje ante la súbita necesidad de mayor refugio. Zazhu repobló el centro del campo con el retroceso de Vallecillo para ocupar espacios y reforzar (junto a Robles y Boda) la primera línea de resistencia. En consecuencia, al privilegiar la protección perdió potencia, mermando la estampida que desquició a la pobre defensa roja.
Aún con un hombre demás, Wilstermann exhibía una carencia básica: le
falta corpulencia y sobre todo capacidad para leer los partidos, amén de
banquillo. Entonces, andaba como siempre,
sin saber qué hacer, repitiendo una y otra vez la misma jugada y exasperando a
la grada. Wilstermann se resumía en los intentos de Belfortti (que sustituyó a Machado) y en las llegadas tardías de Ramallo, anulado con solvencia por Ayala y desesperado por sus fallos en la boca de gol. Dos tuvo dentro del área y ambas se le escaparon. Y todo por necesitar un amague más. Ya la gente se hartó de su carrusel.
Con el balón en su poder, Wilstermann se movió con parsimonia, ejecutando un fútbol rutinario. Con esa tesitura, fracasó en todas las líneas. La defensa se regaló toda la noche,
los centrocampistas jugaron como novatos y los delanteros se encontraron
aislados en medio de la confusión, especialmente Andaveris, un futbolista limitado, que tiene la virtud de cazar goles en el área, cuando lo buscan para ese menester. No es poco, pero en lo demás es
un mueble. Como Wilstermann no alcanzó el área del golero Dituro, la presencia de Andaveris en el partido se convirtió en algo parecido a una cábala. Su
equipo necesitaba más consistencia defensiva y más gente en el medio campo,
donde Alonso confirmó que es un caso flagrante de futbolista sobrevalorado y Machado manifestó su inmadurez. Carballo prefirió llenar el partido de atacantes, pese a no disponer de volantes. Hasta su expulsión, Andaveris retomó la obligación de actuar en todo el carril. Obligado a condenarse porque le quedaron lejos las
dos áreas. Fue una manera de desperdiciar sus escasas facultades.
En realidad, el segundo gol clausuró el partido. Aurora se sintió seguro en la misma medida que su rival se daba de bruces con su antigua imagen. El espejo se hizo trizas y Wilstermann se vio por los suelos, con la misma fragilidad e incompetencia que exhibía con Alfaro al mando. Zazhu, en cambio, no sólo ha dotado, a su equipo, de paz interior y buen criterio futbolístico, sino que además su laboriosidad supera cualquier examen de producción. Quitarse a este equipo de encima no es tarea fácil, sobre todo si se carece de la más elemental técnica futbolística. Wilstermann le dio demasiada ventaja táctica y lo pagó.
Aurora, angustiado con el promedio, dio una lección de raciocinio y de control de la situación. Wilstermann está sumergido en un pozo futbolístico y este lunes, en el Capriles, subió el nivel del agua a la altura de la barbilla. Con un fútbol simple, sin contemplaciones, Aurora obtuvo su primera victoria tras seis clásicos en ayunas. En un partido muy táctico tuvo el rigor, la inteligencia y la fortaleza necesarios para buscar el resultado. Contra este Wilstermann aburguesado, sin alma y sin conducción, son argumentos suficientes para ganar.
AURORA | 2 - 0 | WILSTERMANN | ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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