El Madrid se ve en semifinales
Ni la goleada del pasado año (4-1) valdría al Borussia para eliminar al Real Madrid. Ni siquiera Lewandowski en conjunción con los astros parece suficiente para impedir la cuarta semifinal consecutiva de los madridistas. La razón es que la imagen casi importa tanto como el resultado, y sólo hubo un equipo en el Bernabéu, sólo uno grande.
Para el relato del partido sirve la historia natural. A los 40 segundos picó el mosquito: el Dortmund forzó su primer córner con una internada de Aubemeyang, el velocista de Gabón. A los dos minutos lo aplastó el elefante. El primer gol del Madrid nació de un balón largo de Pepe que Benzema amaestró en la banda derecha sin verse asediado por nadie. Con tiempo hasta para ajustarse el nudo de la corbata, el francés conectó con Carvajal. El lateral tomó la carta sin bajarse de la moto y se la entregó a Bale, cuyo control largo fue una bendición; le dejó el gol en bandeja. En los sueños no se imaginan mejores comienzos. En las pesadillas no los hay peores.
En ese preciso instante, el Dortmund recordó sus bajas, sus penas. Y las siguió lamentando durante todo el partido. Aquellos fueron los momentos más brillantes del Madrid. El campo se abrió e Isco comenzó a esparcir esencias como quien siembra petunias. Cristiano probó a Weidenfeller con un disparo de falta y los apuros del visitante se multiplicaron a cada minuto. No había cubos para achicar tanta agua. Y jarreaba por todos los flancos, como en las duchas de diseño.
Isco hizo el segundo tanto en el minuto 26. Alonso robó en la salida del Borussia (torpe) y el malagueño marcó un gol de puro pellizco, desde la frontal y casi sin armar la diestra. Si fue un homenaje a Juanito, fallecido hace 22 años, no pudo ser mejor; su paisano también los marcaba así. Isco, que sustituía a Di María, también vengaba con el gol la eliminación del Málaga ante el Borussia en cuartos de la pasada Champions. De paso renovaba su idilio con el Bernabéu.
Para Bale fue la siguiente falta en la frontal. Lo inquietante sucedió cuando le vimos talonar como Cristiano y copiarle el gesto. El tiro tampoco desmereció. Weidenfeller volvió a salvar a su equipo y el aplauso lo dimos todavía confusos ante esa figura híbrida, Garethiano Balenaldo.
La mínima reacción del Borussia partió de los pies de Reus, un futbolista por encima de su equipo, una joya que se disputarán los grandes de Europa este verano (excepción hecha del Barça, naturalmente). Varios disparos de Reus, siempre con aviesas intenciones, fueron taponados por los defensas del Madrid, casi siempre por Pepe. Sus pases resultaron igual de venenosos, pero nunca entendidos. Aubameyang desperdició el más claro por olvidar que tiene pierna izquierda; el temor es que en la cabeza no le quepan más cosas que el escudo rasurado del equipo.
El tercer gol lo consiguió Cristiano en estrecha colaboración con Modric, que robó y asistió. Ante la salida del portero, el portugués marcó enlazando regate y disparo. Pocos minutos después, con el trabajo hecho, Cristiano abandonó el campo lesionado.
El Madrid pudo marcar más goles, pero unos se perdieron por centímetros y otros por el impulso egoísta que en ocasiones ciega a Bale. Entretanto, el orgullo del Borussia (de Reus) se estrelló contra Pepe, clonado en mil Pepes, quizá dos mil, coreados todos por el público.
Ahí terminó la historia. El Madrid no se equivoca y eso es tan importante como acertar. Para el Dortmund queda el vago recuerdo de lo que fue en otra vida: un cazador de elefantes con camiseta fosforito.