Dos papas vivos y dos papas santos
La Iglesia celebra hoy en Roma la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II
Será una ceremonia concelebrada por Francisco y Benedicto XVI
Pablo Ordaz
Roma, El País
Si Pascal, que era matemático, admitió que “hay razones que la razón no entiende”, explicar lo que sucederá hoy en la plaza de San Pedro sin tener en cuenta la fe es prácticamente imposible. Sobre todo porque es la fe —el reconocimiento de la existencia de Dios propuesta por la Iglesia— la frontera que hará de la ceremonia en la que dos papas vivos, Francisco y Benedicto XVI, proclamarán santos a otros dos papas recientes, Juan XXIII y Juan Pablo II, un acto histórico y emocionante para algunos o sencillamente incomprensible para otros. La santidad del italiano Angelo Giuseppe Roncalli (1881-1963) y del polaco Karol Woktyla (1920-2005) se basa, además, en la aceptación de que es Dios mismo, a través de los distintos milagros concedidos por intercepción de Juan XXIII y Juan Pablo II, quien certifica que tanto uno como otro vivieron una auténtica vida de virtud. Por tanto, ante dos caminos que difícilmente se cruzan —la fe de los católicos y el escepticismo de los no creyentes— tal vez la mejor táctica sea la que, el pasado jueves, puso en práctica con desparpajo Floribeth Mora, la mujer costarricense de 51 años cuya curación de un aneurisma cerebral se atribuye a Juan Pablo II. Cuando un periodista le preguntó si no hay gente que desconfía y la toma por loca, ella respondió: “Claro que hay gente que me toca por loca, pero bendita sea esta locura, porque estoy sana y estoy aquí”.
Así que, ya sea por verdadera fe o por un acto de diplomacia debida con un Estado cuyo reino no es de este mundo, al menos 24 jefes de Estado —entre ellos el rey Juan Carlos— y delegaciones oficiales de casi un centenar de países asistirán, a partir de las diez de la mañana, a la canonización de los dos papas. También estarán presentes representantes de otras confesiones religiosas.
Aunque se desarrollará bajo el llamado rito simplificado, la ceremonia será concelebrada por Jorge Mario Bergoglio y Joseph Ratzinger junto a unos 150 cardenales, 1.000 obispos y unos 6.000 sacerdotes. Junto al altar, situado de espaldas a la basílica, donde desde hace unos días ya lucen los retratos de los nuevos santos, se colocarán las respectivas reliquias, una ampolla de sangre en el caso de Juan Pablo II y un pedazo de piel desprendido durante la exhumación en el caso de Juan XXIII. Está previsto que la reliquia de Wojtyla sea portada por algunas de las personas sobre las que obró los milagros —la mujer costarricense y la religiosa francesa Marie Simon-Pierre— y las de Roncalli por sus familiares, entre ellos por Marco Roncalli, su sobrino nieto y también su biógrafo. En la plegaria eucarística se hará referencia por primera vez a San Juan XXIII y a San Juan Pablo II, cuyos días de veneración han sido asignados al 11 de octubre y al 22 de octubre, respectivamente. Ya son 80 los papas que han sido elevados a santos de un total de 226. Nunca antes se había dado la circunstancia de que dos papas fueran canonizados a la vez y mucho menos que en la canonización estuviera presentes otros dos pontífices, uno en funciones y otro emérito.
Todo ello —con o sin fe— hace de la ceremonia un momento de especial atracción, amplificado por el hecho del gran interés mundial que desde su elección suscita el papa Francisco. Entre medio millón y un millón de peregrinos han llegado en las últimas horas a una ciudad ya de por sí repleta de turistas en estas fechas. Se da por hecho, además, que, si bien la canonización de Juan Pablo II se la encontró ya preparada, la de Juan XXIII —al que eximió del segundo milagro preceptivo— lleva la firma del papa argentino.
No son una sino muchas las semejanzas que los expertos encuentran entre Roncalli, campechano, simpático, alérgico a la pompa y el boato tan vaticanos, y Bergoglio, cuya primera seña de identidad ha sido la de rebajar desde el mismo día de su elección —una sencilla cruz plateada, unos negros zapatos gastados, un utilitario azul en vez de un negro Mercedes blindado— los signos externos de ostentación. Pero también en un discurso más proclive al perdón y a la esperanza que a la amenaza del castigo.
Juan XXIII ya hablaba durante su pontificado de la “medicina de la misericordia”, lo que se traduce medio siglo después, en palabras de Francisco, en “la misericordina”. Tanto Roncalli entonces como Bergoglio ahora basaron sus pontificados en sacar a la Iglesia del Vaticano, llevarla a los más alejados, ya estuvieran en los barrios periféricos, los hospitales o las cárceles.
En Roma aún se recuerda “el discurso de la luna” pronunciado la noche del 11 de octubre de 1962 por Juan XXIII. Aquel discurso terminó con la petición a los padres de que cuando regresaran a sus casas le llevaran a sus hijos ya dormidos una caricia del Papa. También Francisco suele reclamar especial atención para con los más jóvenes y los más viejos de la casa. Dos papas muy parecidos separados por medio siglo y una ceremonia —tal vez heredada— que mostrará ante el mundo la misma Iglesia poderosa y ensimismada que el propio Bergoglio se esfuerza en combatir.
Será una ceremonia concelebrada por Francisco y Benedicto XVI
Pablo Ordaz
Roma, El País
Si Pascal, que era matemático, admitió que “hay razones que la razón no entiende”, explicar lo que sucederá hoy en la plaza de San Pedro sin tener en cuenta la fe es prácticamente imposible. Sobre todo porque es la fe —el reconocimiento de la existencia de Dios propuesta por la Iglesia— la frontera que hará de la ceremonia en la que dos papas vivos, Francisco y Benedicto XVI, proclamarán santos a otros dos papas recientes, Juan XXIII y Juan Pablo II, un acto histórico y emocionante para algunos o sencillamente incomprensible para otros. La santidad del italiano Angelo Giuseppe Roncalli (1881-1963) y del polaco Karol Woktyla (1920-2005) se basa, además, en la aceptación de que es Dios mismo, a través de los distintos milagros concedidos por intercepción de Juan XXIII y Juan Pablo II, quien certifica que tanto uno como otro vivieron una auténtica vida de virtud. Por tanto, ante dos caminos que difícilmente se cruzan —la fe de los católicos y el escepticismo de los no creyentes— tal vez la mejor táctica sea la que, el pasado jueves, puso en práctica con desparpajo Floribeth Mora, la mujer costarricense de 51 años cuya curación de un aneurisma cerebral se atribuye a Juan Pablo II. Cuando un periodista le preguntó si no hay gente que desconfía y la toma por loca, ella respondió: “Claro que hay gente que me toca por loca, pero bendita sea esta locura, porque estoy sana y estoy aquí”.
Así que, ya sea por verdadera fe o por un acto de diplomacia debida con un Estado cuyo reino no es de este mundo, al menos 24 jefes de Estado —entre ellos el rey Juan Carlos— y delegaciones oficiales de casi un centenar de países asistirán, a partir de las diez de la mañana, a la canonización de los dos papas. También estarán presentes representantes de otras confesiones religiosas.
Aunque se desarrollará bajo el llamado rito simplificado, la ceremonia será concelebrada por Jorge Mario Bergoglio y Joseph Ratzinger junto a unos 150 cardenales, 1.000 obispos y unos 6.000 sacerdotes. Junto al altar, situado de espaldas a la basílica, donde desde hace unos días ya lucen los retratos de los nuevos santos, se colocarán las respectivas reliquias, una ampolla de sangre en el caso de Juan Pablo II y un pedazo de piel desprendido durante la exhumación en el caso de Juan XXIII. Está previsto que la reliquia de Wojtyla sea portada por algunas de las personas sobre las que obró los milagros —la mujer costarricense y la religiosa francesa Marie Simon-Pierre— y las de Roncalli por sus familiares, entre ellos por Marco Roncalli, su sobrino nieto y también su biógrafo. En la plegaria eucarística se hará referencia por primera vez a San Juan XXIII y a San Juan Pablo II, cuyos días de veneración han sido asignados al 11 de octubre y al 22 de octubre, respectivamente. Ya son 80 los papas que han sido elevados a santos de un total de 226. Nunca antes se había dado la circunstancia de que dos papas fueran canonizados a la vez y mucho menos que en la canonización estuviera presentes otros dos pontífices, uno en funciones y otro emérito.
Todo ello —con o sin fe— hace de la ceremonia un momento de especial atracción, amplificado por el hecho del gran interés mundial que desde su elección suscita el papa Francisco. Entre medio millón y un millón de peregrinos han llegado en las últimas horas a una ciudad ya de por sí repleta de turistas en estas fechas. Se da por hecho, además, que, si bien la canonización de Juan Pablo II se la encontró ya preparada, la de Juan XXIII —al que eximió del segundo milagro preceptivo— lleva la firma del papa argentino.
No son una sino muchas las semejanzas que los expertos encuentran entre Roncalli, campechano, simpático, alérgico a la pompa y el boato tan vaticanos, y Bergoglio, cuya primera seña de identidad ha sido la de rebajar desde el mismo día de su elección —una sencilla cruz plateada, unos negros zapatos gastados, un utilitario azul en vez de un negro Mercedes blindado— los signos externos de ostentación. Pero también en un discurso más proclive al perdón y a la esperanza que a la amenaza del castigo.
Juan XXIII ya hablaba durante su pontificado de la “medicina de la misericordia”, lo que se traduce medio siglo después, en palabras de Francisco, en “la misericordina”. Tanto Roncalli entonces como Bergoglio ahora basaron sus pontificados en sacar a la Iglesia del Vaticano, llevarla a los más alejados, ya estuvieran en los barrios periféricos, los hospitales o las cárceles.
En Roma aún se recuerda “el discurso de la luna” pronunciado la noche del 11 de octubre de 1962 por Juan XXIII. Aquel discurso terminó con la petición a los padres de que cuando regresaran a sus casas le llevaran a sus hijos ya dormidos una caricia del Papa. También Francisco suele reclamar especial atención para con los más jóvenes y los más viejos de la casa. Dos papas muy parecidos separados por medio siglo y una ceremonia —tal vez heredada— que mostrará ante el mundo la misma Iglesia poderosa y ensimismada que el propio Bergoglio se esfuerza en combatir.