15 años de tratado contra las minas: una historia inspiradora

Tribuna Abierta
Coincidiendo con el Día Internacional de información sobre el peligro de las minas, que se celebra este 4 de abril, Jordi Armadans, director de la ONG FundiPau relata en esta tribuna abierta la 'inspiradora' historia de la lucha contra las minas.


Hace 15 años, el Tratado de Ottawa, que prohíbe la fabricación, comercialización y uso de las minas, entraba en vigor.

Hablamos de una historia inspiradora. Una historia que nos habla de compromiso, de denuncia ante la barbarie, de lucha por conseguir hacer prevaler la dignidad. Una historia de éxito, sí.

El mundo está plagado de armas. De todo tipo. Todas las armas matan. Pero dentro de todo ese gran arsenal de armas, las hay que son especialmente crueles: las que tienen efectos indiscriminados; las que están pensadas no tanto para usar en un enfrentamiento armado como pensadas para matar, herir y malherir a la población civil; las que impactan principalmente en mujeres, infancia, etc.

Las minas eran armas de este tipo: sembradas, dispersadas o lanzadas para aterrorizar la población 'enemiga', causar bajas y provocar desánimo. Con el tiempo, e incluso, llegando a alcanzar un acuerdo de paz, algunas minas seguían sin explotar. 'Colocarlas' era relativamente fácil, recordar dónde estaban, desactivarlas y retirarlas, un trabajo lento y caro.

Así que muchas minas continuaban ahí, sembrando pánico y muerte, afectando gravemente al desarrollo de los países del Sur, dificultando el aprovechamiento de la agricultura, amenazando a la gente, colapsando el sistema de salud pública, ya de por sí precario o, en algunos casos, inexistente.

El uso de las minas, muy impulsado en los conflictos de baja intensidad o en los conflictos intra-estatales, que enfrentaban a actores armados sin demasiada capacidad de producir o acceder al mercado de armas convencionales pesadas, provocaban la muerte o la mutilación de cerca de 20.000 personas cada año.

Desactivando un campo de minas

Una auténtica epidemia humanitaria ante la que empezaron a reaccionar las ONG dedicadas al desarrollo, la ayuda humanitaria, la defensa de los derechos humanos y la construcción de la paz.

En 1992 varias ONG internacionales lanzaban la Campaña para la prohibición de las minas. Era una campaña diferente a otras que, anteriormente, había impulsado el movimiento por la paz. No pretendían cambiarlo todo: sólo buscaban prohibir un tipo de arma concreto, especialmente cruel, a partir de su estigmatización social. Tejieron una alianza con periodistas, famosos, y diplomáticos y consiguieron meter una idea en el debate público: un mundo civilizado no puede tolerar unas armas tan incivilizadas.

Pese a las reticencias y frenos que el proceso encontró en el seno de las Naciones Unidas, no por la institución sino por el veto que algunos países ejercieron para evitar un acuerdo, algunos de los Estados aliados con la campaña iniciaron un proceso diplomático al margen de las Naciones Unidas. Un proceso que culminó el 1997 con la aprobación del Tratado y que, en 1999, después de las ratificaciones necesarias, consiguió entrar en vigor.

Hoy en día, 161 estados son parte del Tratado ¿El principal éxito? Que, en general, incluso los países que no quisieron firmar el Tratado, han dejado de fabricar, producir y usar las minas. Las minas están estigmatizadas: nadie admite públicamente que sea un arma aceptable.

La campaña y el éxito contra las minas impulsó otros proceso de desarme: el de las bombas de racimo (2008) y el más reciente que, sin ser de desarme sí supone un importante paso en el control de armas: la regulación mundial de su comercio (2013).

Que la humanidad fuera capaz de crear un arma tan mortífera, sanguinaria e indiscriminada es francamente desolador. Que la ciudadanía, con ciertos apoyos de la diplomacia, la política, la cultura y el periodismo, haya sido capaz de conseguir su prohibición, es un signo de esperanza: construir un mundo más justo y pacífico, es muy difícil, pero no imposible.

@Jordi_Armadans

Entradas populares