Ya es primavera en el Madrid
El partido transcurrió sin grandes aportaciones a la historia de la humanidad, salvo el corte del pelo de Sergio Ramos. El Madrid, especialmente en su estadio, ha alcanzado tanta solidez que no se ve afectado por lo imprevisible del fútbol, esa mezcla de azar absurdo y vengador que ataca a otros equipos cuando se confían, o cuando suman los puntos antes de jugar. Al Madrid no hay quien le castigue un pecado, probablemente porque peca poco. Su superioridad es enorme y sus futbolistas pueden jugar (y ganar) tarareando canciones, como si en lugar de librar una batalla estuvieran colgando un cuadro. Así volvió a ocurrir ayer. Tres martillazos y a casa.
Nada nos resultó demasiado sorprendente, ni siquiera los prodigios de Keylor Navas, de los que teníamos nutrida documentación. El duelo, de hecho, comenzó tal y como estaba previsto. A los cinco minutos el portero costarricense evitó el gol de Cristiano, y a los diez poco pudo hacer por impedirlo. Di María sacó un córner y Cristiano despegó como un Harriet para cabecear desde el punto de penalti, un metro sobre el suelo. El remate fue estupendo, picado, engominado, imparable para cualquier portero, pero quizá alcanzable para Keylor, que llegó a tocar la pelota pese a reaccionar algo tarde (una milésima o dos).
Hasta ese momento, y a partir de entonces, el Madrid dominó a placer, dispuesto a borrar los dibujos de la pelota. A diferencia de otras tardes, acumuló más posesión que oportunidades. O tal vez las minimizó Keylor Navas, cuya parada de mayor mérito fue también la que más le dolió a él y nosotros, pues despejó con las blanduras de la entrepierna. Benzema fue el responsable de esa tortilla desestructurada.
Al Levante, en ese tramo (y juraría que hasta el minuto 70), no se le recuerda un tiro entre palos. Ivanschitz enganchó una volea espectacular, pero sin precisión, un bonito ensayo. Lo demás fueron aproximaciones con pocos efectivos y escasísima fe. Palpados los bíceps del Madrid y después de observar cómo violaban su espacio aéreo, el objetivo del visitante ya no fue robar un punto, sino prepararse un digno entierro.
Keylor retrasó el segundo gol al desviar un cabezazo de Benzema con sus únicas yemas útiles; las de los dedos; el balón pegó luego en el palo y salió huyendo. Contra Marcelo, de vuelta del descanso, no tuvo antídoto. No lo había. Marcelo apareció en el área como un nueve, regateó como un diez (amagó con el cuerpo) y marcó como un siete, con un derechazo inapelable. No está nada mal para un lateral izquierdo.
Así las cosas, Keylor Navas decidió concentrarse en Benzema, al que le dedicó todo su repertorio (quizá en venganza por aquel balonazo): palomitas, bocajarros y otros conjuros. Tan inspirado parecía Keylor que el tercer gol lo tuvo que marcar su compañero Nikos Karabelas, estupendo remate el suyo (golpeo a bote pronto) con un solo inconveniente: la portería elegida.
Sergio Ramos provocó la tarjeta amarilla que le dejará limpio para el Clásico y David Navarro fue expulsado por una entrada por detrás a Cristiano en la que pesaron decisivamente sus antecedentes penales. La lesión de Carvajal nos recordó luego que los minutos de la basura son los más peligrosos; el diablo, cuando se aburre, mata moscas con el rabo. Poco más: el Madrid sigue líder y en su horizonte sólo hay primavera.