Rusia aboca a la UE a más reformas
El desafío de Putin obliga a la UE a acelerar los cambios en la política energética y de defensa . La reducción de la dependencia de gas y petróleo llevará años
Claudi Pérez
Bruselas, El País
Jamás hay que desaprovechar un buen shock: “Solo una crisis, real o percibida, da lugar a un cambio verdadero; cuando llega esa crisis las respuestas dependen de las ideas que flotan en el ambiente”, decía Milton Friedman, uno de los padres del neoliberalismo. Esa danza macabra que es la crisis del euro ha servido para acelerar el proyecto europeo con cesiones de soberanía impensables hace unos años y con un sensacional paquete de recortes —conocidos también como reformas— en la periferia. La tensión con Rusia aboca a Europa a acometer una segunda ronda de reformas, esta vez solo tangencialmente relacionadas con la economía, para corregir las debilidades que quedan al descubierto con el desafío de Vladímir Putin: la enorme dependencia energética y la vacilante política de defensa.
Ya hay en Bruselas un enjambre de lobistas y de representantes de diversas instituciones tratando de influir para sacar partido de los cambios que se avecinan. “La crisis ucrania no es un conflicto militar: es una crisis política y en todo caso energética”, afirman fuentes europeas. Y, aunque no pase a mayores, ha funcionado como despertador: “Obliga a Europa a repensar o quizás acelerar sus estrategias, aunque la dependencia rusa de Occidente es mucho mayor que la dependencia europea de Rusia”, añade Anders Aslund, del Peterson.
Los socios europeos, alineados con EE UU, persiguen buscar un nuevo punto de equilibrio con Moscú para limitar los daños, a sabiendas de que una escalada no beneficia a nadie. Europa, en fin, sigue atenta, pendiente y vigilante el desenlace de la crisis en Ucrania, pero no quiere más tensión en medio de una policrisis financiera, económica y política de la que apenas empieza a recuperarse. Tampoco quiere líos Washington, como ha dejado claro el presidente Barack Obama en su visita a Bruselas. Pero es que ya ni siquiera parece quererlos Rusia, que el viernes sugirió una solución diplomática al conflicto desatado tras la anexión de Crimea.
Las razones de que nadie quiera un conflicto a gran escala son variadas, pero tanto en el desafío ruso como en el capítulo actual de la crisis, en medio de una especie de calma tensa, hay que rebuscar en las procelosas aguas de la economía para comprender algunas aristas del conflicto. Por un lado, el tablero geopolítico tiene ante sí una creciente rivalidad energética, y la región del Cáucaso es clave: de ahí —y de las garantías defensivas que busca Rusia creando un cinturón de seguridad en Ucrania— la bravata de Putin. Por otro, la economía global, y en especial Europa y Rusia, no está para más sacudidas. Ni EE UU ni Japón tienen grandes lazos económicos con Rusia; en Europa son más estrechos, especialmente en el capítulo del gas y el petróleo. Aun así, si la economía rusa entrara en barrena, con caídas cercanas al 10% del PIB —similares a la crisis del rublo en 1998—, los daños para Alemania se limitarían a medio punto de PIB, según Deutsche Bank. En cambio, la amenaza de sanciones ha provocado ya desperfectos en Rusia: una sensacional huida de capitales y un descalabro de la bolsa y del rublo ante la constatación de que el país es muy dependiente de los ingresos procedentes de Europa y del centro financiero de la City de Londres.
La UE busca desesperadamente formas de reducir la dependencia energética de Rusia, pese a que ni siquiera durante la guerra fría Moscú se atrevió a cortarle el gas a Occidente. Bruselas pide un ejercicio de realismo: no hay atajos y eso llevará tiempo; años. En el caso del petróleo ni siquiera es deseable en el cortísimo plazo: “Buscar otros proveedores de crudo solo llevaría a un incremento de precios que favorecería a Rusia”, reconocen fuentes comunitarias. “Aun así, la crisis es un catalizador: los europeos se han dado cuenta de que hay que invertir en interconexiones, desarrollar las renovables y pensar qué hacer con el shale gas y lo nuclear”.
Algo parecido puede decirse de la política de defensa. Solo en los tres primeros años de la crisis —hasta 2010—, el gasto europeo en defensa se redujo en 45.000 millones, recortes que no han hecho sino aumentar desde entonces. Obama criticó con dureza esa tendencia en Bruselas. La crisis ucrania no va a permitir grandes alegrías presupuestarias, pero sí puede detener esa caída, según las fuentes consultadas; especialmente en los países más cercanos a la zona de conflicto. “Hay gente frotándose las manos con este asunto: la seguridad europea es más frágil de lo que pensábamos y es posible que haya llegado el momento de un punto de inflexión en ese frugal gasto militar europeo”, según fuentes diplomáticas. Aun así, es el segundo del mundo: en torno a 200.000 millones de dólares anuales, cinco veces más que China; ocho veces más que Rusia. Sobre el papel, Europa en su conjunto tiene muchos soldados, pero esas fuerzas son poco desplegables, están muy poco coordinadas y mal equipadas. “Hay planes para que eso cambie. Veremos si el aviso de Rusia los activa”, cierran las mismas fuentes.
Claudi Pérez
Bruselas, El País
Jamás hay que desaprovechar un buen shock: “Solo una crisis, real o percibida, da lugar a un cambio verdadero; cuando llega esa crisis las respuestas dependen de las ideas que flotan en el ambiente”, decía Milton Friedman, uno de los padres del neoliberalismo. Esa danza macabra que es la crisis del euro ha servido para acelerar el proyecto europeo con cesiones de soberanía impensables hace unos años y con un sensacional paquete de recortes —conocidos también como reformas— en la periferia. La tensión con Rusia aboca a Europa a acometer una segunda ronda de reformas, esta vez solo tangencialmente relacionadas con la economía, para corregir las debilidades que quedan al descubierto con el desafío de Vladímir Putin: la enorme dependencia energética y la vacilante política de defensa.
Ya hay en Bruselas un enjambre de lobistas y de representantes de diversas instituciones tratando de influir para sacar partido de los cambios que se avecinan. “La crisis ucrania no es un conflicto militar: es una crisis política y en todo caso energética”, afirman fuentes europeas. Y, aunque no pase a mayores, ha funcionado como despertador: “Obliga a Europa a repensar o quizás acelerar sus estrategias, aunque la dependencia rusa de Occidente es mucho mayor que la dependencia europea de Rusia”, añade Anders Aslund, del Peterson.
Los socios europeos, alineados con EE UU, persiguen buscar un nuevo punto de equilibrio con Moscú para limitar los daños, a sabiendas de que una escalada no beneficia a nadie. Europa, en fin, sigue atenta, pendiente y vigilante el desenlace de la crisis en Ucrania, pero no quiere más tensión en medio de una policrisis financiera, económica y política de la que apenas empieza a recuperarse. Tampoco quiere líos Washington, como ha dejado claro el presidente Barack Obama en su visita a Bruselas. Pero es que ya ni siquiera parece quererlos Rusia, que el viernes sugirió una solución diplomática al conflicto desatado tras la anexión de Crimea.
Las razones de que nadie quiera un conflicto a gran escala son variadas, pero tanto en el desafío ruso como en el capítulo actual de la crisis, en medio de una especie de calma tensa, hay que rebuscar en las procelosas aguas de la economía para comprender algunas aristas del conflicto. Por un lado, el tablero geopolítico tiene ante sí una creciente rivalidad energética, y la región del Cáucaso es clave: de ahí —y de las garantías defensivas que busca Rusia creando un cinturón de seguridad en Ucrania— la bravata de Putin. Por otro, la economía global, y en especial Europa y Rusia, no está para más sacudidas. Ni EE UU ni Japón tienen grandes lazos económicos con Rusia; en Europa son más estrechos, especialmente en el capítulo del gas y el petróleo. Aun así, si la economía rusa entrara en barrena, con caídas cercanas al 10% del PIB —similares a la crisis del rublo en 1998—, los daños para Alemania se limitarían a medio punto de PIB, según Deutsche Bank. En cambio, la amenaza de sanciones ha provocado ya desperfectos en Rusia: una sensacional huida de capitales y un descalabro de la bolsa y del rublo ante la constatación de que el país es muy dependiente de los ingresos procedentes de Europa y del centro financiero de la City de Londres.
La UE busca desesperadamente formas de reducir la dependencia energética de Rusia, pese a que ni siquiera durante la guerra fría Moscú se atrevió a cortarle el gas a Occidente. Bruselas pide un ejercicio de realismo: no hay atajos y eso llevará tiempo; años. En el caso del petróleo ni siquiera es deseable en el cortísimo plazo: “Buscar otros proveedores de crudo solo llevaría a un incremento de precios que favorecería a Rusia”, reconocen fuentes comunitarias. “Aun así, la crisis es un catalizador: los europeos se han dado cuenta de que hay que invertir en interconexiones, desarrollar las renovables y pensar qué hacer con el shale gas y lo nuclear”.
Algo parecido puede decirse de la política de defensa. Solo en los tres primeros años de la crisis —hasta 2010—, el gasto europeo en defensa se redujo en 45.000 millones, recortes que no han hecho sino aumentar desde entonces. Obama criticó con dureza esa tendencia en Bruselas. La crisis ucrania no va a permitir grandes alegrías presupuestarias, pero sí puede detener esa caída, según las fuentes consultadas; especialmente en los países más cercanos a la zona de conflicto. “Hay gente frotándose las manos con este asunto: la seguridad europea es más frágil de lo que pensábamos y es posible que haya llegado el momento de un punto de inflexión en ese frugal gasto militar europeo”, según fuentes diplomáticas. Aun así, es el segundo del mundo: en torno a 200.000 millones de dólares anuales, cinco veces más que China; ocho veces más que Rusia. Sobre el papel, Europa en su conjunto tiene muchos soldados, pero esas fuerzas son poco desplegables, están muy poco coordinadas y mal equipadas. “Hay planes para que eso cambie. Veremos si el aviso de Rusia los activa”, cierran las mismas fuentes.