Rosario, ciudad de búnkeres y soldaditos

La eclosión del narcotráfico en Argentina ofrece su cara más cruel en el municipio con mayor tasa de homicidios en el país

Francisco Peregil
Rosario, El País
El soldadito tiene menos de 16 años. Vende droga en una especie de garita a la que llaman búnker. La puerta es muy baja y a veces el chiquillo entra gateando. Un adulto lo encierra desde afuera con varios candados. Así quedan a buen recaudo el niño, el dinero y la droga. El aire penetra a través de un boquete del tamaño de un ladrillo por el que el soldadito va sacando la cocaína y recogiendo los billetes. Al cabo de unas ocho horas alguien le abrirá la puerta, el niño entregará la droga sobrante junto al dinero recaudado y otro soldadito tomará el relevo. Ganan 400 pesos (36 euros) por día y el derecho a portar arma. En la ciudad de Rosario (un millón de habitantes, a tres horas en auto desde Buenos Aires) hay cientos de búnkeres y soldaditos. Hace dos años en Rosario no se usaban las palabras búnker, soldadito ni sicario. Pero la eclosión del narcotráfico ha incorporado nuevos conceptos y una sorpresa cada mañana. La de este sábado fue la siguiente conversación:

-Lo único que te pido es que me consigas dónde vive. Dónde vive, nada más. Y el auto que tiene, que después yo me encargo.

-¿De salchicha?

-Sí.


Salchicha es el juez Juan Carlos Vienna, quien investiga a la banda de Los Monos, el mayor grupo de narcotraficantes de Rosario. La conversación fue grabada la semana pasada por orden judicial. Hablan dos presos recluidos en dos cárceles de la provincia de Santa Fe, a la que pertenece Rosario. Uno de los interlocutores es el sargento de policía Germán Almirón, detenido por facilitar la fuga de un integrante de Los Monos. Estudiaban la opción de matar al juez Vienna y al fiscal Guillermo Camporini mediante un sicario apodado Anteojito. En otro tramo de la conversación el policía afirma:

-Nunca pasó en la historia de Santa Fe que mataran a un fiscal o a un juez. Hasta que no pase todo va a seguir igual. Los dueños del poder son los jueces y los fiscales porque nunca les pasó nada.

Argentina en general y Rosario en particular están viviendo en los últimos años demasiadas situaciones relacionadas con el narcotráfico que parecían exclusivas de México o Colombia. El diario rosarino La Capital, estrechamente ligado al poder provincial del socialismo, fue baleado hace meses durante la madrugada. El periódico silenció el suceso y algunos de sus empleados no se enteraron hasta esta semana, aunque aún puede apreciarse el impacto de una bala en la puerta de hierro y el de otras en la fachada. También han sido rociadas con balas de ametralladora las tiendas concesionarias de autos de lujo. Los soldaditos de un búnker comentan que algunos concesionarios les deben dinero a Los Monos. En enero murió una niña de cinco años que jugaba en la calle cuando se produjo un tiroteo entre bandas, esta semana enterraron a una joven de quince a la que también alcanzó una bala perdida... Cada mañana trae una sorpresa que cada vez sorprende menos. “Hace un mes mataron a un alumno mío en la puerta de la casa porque se enfrentó a los muchachos que vendían droga en el búnker”, explica un maestro que solicita el anonimato.

Uno de los búnkeres más famosos es el que se encuentra en un asentamiento de infraviviendas en el barrio Refinería, frente a las Torres Dolfinas, los dos rascacielos más altos de la ciudad. A pocos metros del búnker vive Hugo Godoy, pastor evangélico de 51 años, varios hijos y 35 años de adicción a la cocaína. “En mis tiempos había códigos, pero ya no. Ahora usan a los pibes porque saben que al ser menores de 16 años, hagan lo que hagan no irán a la cárcel. Aquí se mueve demasiada plata. Jamás vi tanta gente haciendo cola como veo ahora. A veces no hay droga y la gente tiene que esperar un par de horas. Cuando viene por fin la merca el soldadito se lleva las manos a la boca, grita ‘¡que ya llegó!’ y esto parece la maratón de Nueva York”.

“¿Sabés lo que es un fusil ruso de asalto?”, continúa Godoy. “Yo lo había visto sólo en las películas. El sábado vienen a recoger las ganancias que hizo el búnker en la noche del viernes. Llegan en un auto y se bajan con el fusil ruso al hombro, sin esconderse de nadie. La policía no hace nada. Al contrario, todos los policías se matan por trabajar en la Brigada de Drogas Peligrosas, porque es ahí donde pueden ganar más dinero”.

Mientras los narcos ofrecen a los niños la fuerza del grupo, el arma y el estatus, el Estado cada vez parece más lejano. Juan Monteverde, miembro de la formación izquierdista Giros, explica: “La respuesta del Gobierno provincial no puede ser más demagógica. De vez en cuando avisa a los medios y derriba algún búnker. Pero no hay nada más fácil que construir un búnker dos días después. El Estado ha ido abandonando las políticas sociales en los barrios mientras los narcos les ofrecen una identidad a los pibes”.

Monteverde reconoce que el problema es complejo y no tiene una única solución. Pero no cree que sirva de mucho implantar más agentes en las calles. “En México ya se ha visto que al negocio del narco se le sumó el negocio de la guerra contra el narco. Hay que explorar el camino de la despenalización de las drogas”.

Rosario es la ciudad donde nacieron el Che Guevara, el escritor Roberto Fontanarrosa, el músico Fito Páez, los entrenadores Marcelo Loco Bielsa y Gerardo Tata Martino, el madridista Ángel di María y Lionel Messi. Si uno se limita a pasear por los plácidos boulevares del centro o por la orilla del río Paraná, llena de terrazas y gente practicando deporte, entran ganas de quedarse a vivir. Cuesta pensar que hace dos años en esta ciudad murieron 183 personas de forma violenta. Es difícil creer que el año pasado se cometieron 264 asesinatos y que la tasa de homicidio ya es de 22 muertos por cada 100.000 habitantes, la más alta de Argentina, cuatro veces mayor que la media del país. “Y en un barrio de la periferia la tasa es de 30, la misma que tiene ahora Medellín”, explica Carlos del Frade. “La explicación a esos contrastes es que Rosario es una ciudad archipiélago, con islas de seguridad y otras islas donde se palpa la violencia en cada esquina”, añade.

Ahora Rosario es conocida también en Argentina por ser la ciudad de la banda de los Monos, la de la familia Cantero. También es la ciudad en la que el pasado octubre cuatro encapuchados dispararon 14 balazos contra la casa del Gobernador socialista de la provincia de Santa Fe, Antonio Bonfatti. Y es una de las dos ciudades argentinas –la otra es Córdoba- donde fueron detenidos el año pasado el jefe de la policía y el jefe de la sección anti drogas, acusados de encubrir y proteger a los narcos. En el juicio contra la banda de los Monos 10 de los 36 imputados son agentes provinciales.

¿Por qué Rosario? Porque aquí confluyen carreteras con conexiones internacionales a Bolivia y Paraguay; porque cuenta con varios puertos privados en la orilla del río Paraná, indispensables para exportar la droga al exterior. Pero hay más razones de fondo. Varios movimientos sociales colaboraron en un documental que se titula La Ciudad del Boom y del Bang. En él se explica cómo la producción de soja en la provincia y su exportación a través de los puertos generó grandes capitales. El dinero se invirtió en terrenos y edificios. Y con las viviendas sobrevino una burbuja inmobiliaria. “La gran masa de capital atrajo también el dinero ilegal, apto para lavar”, señala Del Frade. “¿Y qué mejor sitio que las viviendas para lavar dinero? En Rosario hay 40.000 departamentos vacíos”.

Pedro Salinas, miembro del movimiento barrial 26 de junio, lamenta que el socialista Bonfatti no haya querido acometer una reforma integral de la policía provincial. Este periódico ha intentado sin éxito recabar la versión de Bonfatti, el gobernador al que le balearon la casa.

La buena noticia es que en Argentina la penetración del narcotráfico en las estructuras del Estado solo parece incipiente. La banda de Los Monos no llega a ser ni una caricatura del cártel mexicano de Sinaloa o el de Medellín. La mala es que el narcotráfico se sigue usando como arma arrojadiza electoral y no se vislumbra ninguna política de Estado por parte del Gobierno de Cristina Fernández. Y tampoco desde la oposición.

“La policía ya no controla a las bandas”

F. P., Rosario

Hasta hace dos años, todas las muertes del narcotráfico solían ocultarse en la ciudad bajo el rótulo de “ajustes de cuentas”. La alfombra bajo la que la sociedad escondía los cadáveres funcionó hasta que el 1 de enero a las cuatro de la madrugada en el barrio humilde de Moreno, lleno de casas con techos de uralitas, se cometió un triple crimen. Tres jóvenes a los que rápido se calificó como narcotraficantes. La cosa intentó saldarse también como un ajuste de cuentas. Pero resultó que eran trabajadores sociales del Movimiento 26 de Junio a los que unos sicarios confundieron con otros narcos.

Eduardo Trasante, padre de Jeremías, uno de los asesinados, recuerda que a partir de aquella noche comenzó a destaparse la complicidad de muchos policías con los sicarios. “La sociedad tomó conciencia de que esto no es sólo un problema entre narcos, de que mueren también muchos inocentes”, explica Trasante.

Juan Monteverde, militante del movimiento izquierdista Giros, explica que a raíz de ese crimen la justicia tuvo que emplearse a fondo, fueron detenidos los mandos policiales de la provincia, se recrudeció la disputa entre bandas y algunos crímenes llegaron a la apacible zona de los bulevares, donde transita la clase media. “La sociedad comenzó a alarmarse. Hasta entonces parecía que no había que preocuparse porque solo se mataban entre pobres”, afirma.

“Aún hoy la sociedad continúa anestesiada”, señala un docente que da clases en uno de los barrios más violentos. “Los medios siguen vendiendo las muertes como ajustes de cuentas. Como que se matan entre ellos. Es como cuando al inicio de la dictadura, en 1976, desaparecía alguien y la gente comentaba ‘algo habrá hecho’. No nos damos cuenta de que esas muertes nos afectan a todos”.

“Incluso aunque fuera solo una cuestión entre bandas, el Estado no puede desentenderse”, explica Pedro Salinas, dirigente del movimiento de barrio al que pertenecían los tres jóvenes. “Porque eso es lo que ha llevado a esta situación”, continúa Salinas. “Los Estados provinciales delegan la seguridad pública en la policía provincial. Y la policía, en su mayor parte corrupta, acuerda con los delincuentes en qué partes de la ciudad pueden cometer delitos y dónde no. El problema es que el negocio ya mueve demasiado dinero, hay disputas entre bandas rivales y la policía ya no ejerce sobre ellas el control que mantenía hace años”.

En resumen, lo que reclaman estos dirigentes barriales de la ciudad de Rosario es una mayor presencia del Estado en las zonas más pobres y violentas. Pero no solo de policías, sino de políticas de asistencia social.

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