OPINIÓN / Comunicar con Putin
El fin del Estado cleptocrático deja un paisaje de tierra quemada
Francisco G. Basterra, El País
La revolución desatada en Ucrania, que recuerda a las revueltas que desintegraron el imperio soviético en Europa del Este, y más cerca en el tiempo a la de la plaza de Tarhir en El Cairo, devuelven a nuestro continente al tablero de ajedrez de la guerra fría. Los dramáticos acontecimientos en marcha en la exrepública soviética, 46 millones de habitantes, una superficie ligeramente superior a la de España y por donde transita entre el 60% y el 80% del gas natural ruso que calienta a Europa, rebobinan la historia. Una multiforme masa ciudadana que va desde los ultranacionalistas a las depauperadas clases medias, transformada en poder constituyente en Kiev; un intento de autodeterminación de la península de Crimea, la región más rusófila de Ucrania que alberga a la flota rusa del mar Negro en el puerto de Sebastopol; milicias armadas prorrusas, no identificadas, ocupando los aeropuertos de la península. Exceso de material inflamable.
Valdímir Putin, el gran hermano ruso, se declara decidido a defender a los suyos dentro de Ucrania. Para el Kremlin, Rusia y Ucrania son un mismo pueblo que comparte no solo una historia sino también una cultura. El poder en la calle, la democracia directa, no precisamente al estilo de Suiza. Un nuevo campo de batalla geopolítico que ha pillado a la UE y a Estados Unidos a contrapié. Pero también a Putin, al que le ha estallado la torpeza y latrocinio de su vasallo Víctor Yanukóvich, refugiado en Rusia. Sin embargo, el presidente ruso tiene las llaves para controlar la tormenta perfecta desencadenada en Ucrania. No puede permitir una guerra civil, cuyas consecuencias desbordarían sobre Rusia; un estado fallido sería una carga para Moscú; una intervención militar tendría consecuencias impensables a pesar de la distracción estratégica en la que está sumido EE UU de Barack Obama, replegados en la política de reconstrucción doméstica.
Y Europa, metastizada de populismo y minada por el escepticismo ciudadano, tendrá que dejar de mirarse el ombligo y pagar la estabilización de Ucrania. El derrocamiento del Estado cleptocrático deja un paisaje económico de tierra quemada. Necesita, señora Merkel, una ayuda inmediata de 26.000 millones de euros; está al borde del abismo, todo ha sido robado. La implosión de la URSS se cerró en falso. El menosprecio de Putin por Obama, también por la UE, ha sido un grave error de cálculo; al igual que el boicoteo político occidental de los Juegos de Sochi. Su Rusia, aún autocrática y poco respetuosa del imperio de la ley y de los derechos civiles, cuenta mucho en el tablero internacional. Occidente debe recapacitar y reconocer a la que todavía es una gran potencia y dejar de ningunear a su presidente, que ambiciona una Gran Rusia y una esfera de influencia europea sin sentirse amenazado. Estados Unidos y Europa deben deshacer urgentemente la incomunicación con Putin. Ucrania no puede ser metida con calzador en la OTAN, deberá mantener a la vez una relación estrecha con Rusia y también con la UE, una nueva Finlandia.
Francisco G. Basterra, El País
La revolución desatada en Ucrania, que recuerda a las revueltas que desintegraron el imperio soviético en Europa del Este, y más cerca en el tiempo a la de la plaza de Tarhir en El Cairo, devuelven a nuestro continente al tablero de ajedrez de la guerra fría. Los dramáticos acontecimientos en marcha en la exrepública soviética, 46 millones de habitantes, una superficie ligeramente superior a la de España y por donde transita entre el 60% y el 80% del gas natural ruso que calienta a Europa, rebobinan la historia. Una multiforme masa ciudadana que va desde los ultranacionalistas a las depauperadas clases medias, transformada en poder constituyente en Kiev; un intento de autodeterminación de la península de Crimea, la región más rusófila de Ucrania que alberga a la flota rusa del mar Negro en el puerto de Sebastopol; milicias armadas prorrusas, no identificadas, ocupando los aeropuertos de la península. Exceso de material inflamable.
Valdímir Putin, el gran hermano ruso, se declara decidido a defender a los suyos dentro de Ucrania. Para el Kremlin, Rusia y Ucrania son un mismo pueblo que comparte no solo una historia sino también una cultura. El poder en la calle, la democracia directa, no precisamente al estilo de Suiza. Un nuevo campo de batalla geopolítico que ha pillado a la UE y a Estados Unidos a contrapié. Pero también a Putin, al que le ha estallado la torpeza y latrocinio de su vasallo Víctor Yanukóvich, refugiado en Rusia. Sin embargo, el presidente ruso tiene las llaves para controlar la tormenta perfecta desencadenada en Ucrania. No puede permitir una guerra civil, cuyas consecuencias desbordarían sobre Rusia; un estado fallido sería una carga para Moscú; una intervención militar tendría consecuencias impensables a pesar de la distracción estratégica en la que está sumido EE UU de Barack Obama, replegados en la política de reconstrucción doméstica.
Y Europa, metastizada de populismo y minada por el escepticismo ciudadano, tendrá que dejar de mirarse el ombligo y pagar la estabilización de Ucrania. El derrocamiento del Estado cleptocrático deja un paisaje económico de tierra quemada. Necesita, señora Merkel, una ayuda inmediata de 26.000 millones de euros; está al borde del abismo, todo ha sido robado. La implosión de la URSS se cerró en falso. El menosprecio de Putin por Obama, también por la UE, ha sido un grave error de cálculo; al igual que el boicoteo político occidental de los Juegos de Sochi. Su Rusia, aún autocrática y poco respetuosa del imperio de la ley y de los derechos civiles, cuenta mucho en el tablero internacional. Occidente debe recapacitar y reconocer a la que todavía es una gran potencia y dejar de ningunear a su presidente, que ambiciona una Gran Rusia y una esfera de influencia europea sin sentirse amenazado. Estados Unidos y Europa deben deshacer urgentemente la incomunicación con Putin. Ucrania no puede ser metida con calzador en la OTAN, deberá mantener a la vez una relación estrecha con Rusia y también con la UE, una nueva Finlandia.