Kiev debe priorizar la unidad

Cuando Rusia deje atrás la península y avance por el este ucranio no podremos fingir estar sorprendidos

Marcin Zaborowski, El País
Al llegar a Jarkov hace unos días, me sorprendió la relativa calma de la ciudad. Era un día soleado y los grandes espacios abiertos y bulevares de esta típica ciudad postsoviética casi parecían serenos. Mientras caminábamos hacia el Ayuntamiento, no vimos indicios de tensión en la ciudad, ni siquiera de un fervor inusual. Los centros comerciales estaban llenos de gente que aprovechaba el fin de semana para comprar. La única pista de algo fuera de lo habitual eran las cintas negras y naranjas que algunos transeúntes llevaban prendidas en la chaqueta. Más tarde supe que eran el emblema de San Jorge, en recuerdo a los caídos durante la guerra.


A medida que nos acercábamos a la plaza principal de la ciudad, el ambiente empezó a volverse tenso. Había cordones de policías ucranios bloqueando la entrada del Ayuntamiento, frente a una multitud de manifestantes prorrusos que agitaban banderas rusas y gritaban “Rossía [Rusia]” y “referéndum”. Alrededor del gigantesco monumento a Lenin había otra muchedumbre que afirmaba estar allí para defender la estatua frente a los nacionalistas ucranios. Puede que estos grupos estuviesen furiosos, pero eran poco numerosos y solo sumaban unos pocos cientos de personas que no parecían tener intenciones violentas. Los que hablaron con nosotros se quejaban de la ley lingüística, de la falta de puestos de trabajo y del acceso sin visado al territorio ruso, que tal vez desaparecería si las relaciones con Rusia se deterioraban, así como de las nuevas autoridades de Kiev, a las que los manifestantes no consideraban ni verdaderamente nuevas ni legítimas.

Me pregunto qué ha pasado para que, en el transcurso de una semana, una concentración de manifestantes relativamente tranquilos —preocupados, incluso descontentos con el cambio político ocurrido en Kiev, pero en absoluto radicales— se haya convertido en una multitud de alborotadores violentos que instigan protestas en las que ha muerto gente. Esto no habría sucedido sin un contexto político más amplio y una estrategia planeada de antemano, tal vez ideada en Moscú. La situación que se ha dado en Crimea —marcada por la llegada de las llamadas fuerzas de autodefensa y por la petición de un referéndum— puede repetirse pronto en Donetsk, Jarkov y otras zonas del este de Ucrania. Algunos de los elementos de esta situación estaban presentes en Jarkov hace ya una semana; por ejemplo, los manifestantes pedían un referéndum, pero cuando se les preguntaba para qué, las respuestas eran a menudo contradictorias y confusas. Aunque al principio los manifestantes mantenían un cierto orden y calma, parece que la llegada de los “turistas políticos” rusos en los últimos días ha cambiado el curso de las protestas y desatado la violencia.

Parece que el plan de Moscú en este asunto consiste en provocar una escalada de la violencia que desacredite a las autoridades ucranias y le dé a Rusia un pretexto para intervenir, como más o menos ha declarado tras los acontecimientos de Donetsk, en los que han muerto cuatro personas. Por tanto, ni siquiera podremos fingir estar sorprendidos cuando Rusia deje atrás Crimea y siga avanzando por el este de Ucrania, ya que sus intenciones están claras como el agua.

¿Puede Occidente hacer algo para evitar que esto suceda? Occidente no es impotente: puede, por ejemplo, apoyar al Ejército ucranio con un respaldo indirecto compartiendo información secreta y proporcionando ayuda no militar. Sin embargo, por encima de todo, esto pone a prueba la unidad nacional de los propios ucranios. Es importante que los ucranios de todas las tendencias tengan la sensación de que este Gobierno es realmente suyo. Esto exigiría ensanchar su base política e incluir en él a elementos patrióticos del Partido de las Regiones, así como a otros políticos del Este. Deben evitarse las leyes que generan descontento en el este, como la ley lingüística.

A los ucranios del Este les preocupan sobre todo su futuro económico, su seguridad y lo que consideran una amenaza para su identidad. El hecho de tranquilizarlos haciéndoles saber que el Gobierno de Kiev tiene en cuenta esas inquietudes y responderá a ellas haría más por el bien de la unidad de Ucrania que el apoyo occidental.

Marcin Zaborowski es director del Instituto Polaco de Asuntos Internacionales.

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