Holanda se moviliza contra los insultos de Wilders a los marroquíes
La sociedad civil condena en un acto ecuménico las ideas del líder xenófobo
Isabel Ferrer
La Haya, El País
Amin Lachir, un chico holandés de origen marroquí de 11 años, regresó el pasado jueves a su casa en Tilburg (al sur del país), hecho polvo. Mientras veía con sus compañeros de clase el informativo juvenil, emitido por la cadena estatal de televisión (NOS), éstos le cantaron a coro “menos, menos, menos”. Los niños, de primaria, repitieron el mismo son entonado un día antes, en pleno escrutinio de las elecciones municipales, por los seguidores de Geert Wilders, líder político antimusulmán. Wilders les preguntó cuántos “marroquíes” querían en Holanda y obtuvo la misma respuesta que coreaban los niños.
El 72% de los votantes considera inaceptables sus palabras —según el último sondeo—. Desde entonces, y al ver que no se retractaba, el resto del Parlamento le ha hecho el vacío y le han abandonado tres diputados de su grupo. Pero lo más significativo es la reacción de la sociedad civil considerada autóctona. Los holandeses blancos, por decirlo claramente. Al margen de las manifestaciones antirracistas, ayer por primera vez un servicio religioso ecuménico abierto al público rechazó las ideas del político.
Convocado en La Haya por la iglesia protestante, acudieron representantes católicos, judíos, musulmanes e hindúes, entre otros credos. El alcalde de la ciudad, el liberal Jozias van Aartsen, recordó que la Constitución “iguala a todos los ciudadanos ante la ley”. También ha dicho que la convivencia y el respeto mutuos, “pasan por algo tan simple como no hacerle al otro lo que no quisieras para ti mismo”. Dos ideas universales aprovechadas por un regidor que fue ministro de Exteriores, y tiene singular interés en arrinconar a Wilders.
La Haya gusta de presentarse ante el mundo como el lugar de la paz y la justicia, gracias a los tribunales internacionales que alberga. Aquí están el de Justicia de la ONU, la Corte Penal, el de la antigua Yugoslavia y el de Líbano. Además, cerca de la mitad de su medio millón de habitantes es de origen inmigrante, o bien expatriados temporales. Así que las soflamas del líder extremista rechinan aquí especialmente.
Hay otro detalle relevante en una sociedad donde una disculpa pública a tiempo salva carreras políticas. Wilders ha dicho que solo se refería a los “delincuentes marroquíes”, y no al resto de esa comunidad. En consecuencia, no piensa pedir perdón. “He seguido nuestro programa electoral, que confirma el elevado número de marroquíes con problemas policiales. Para que haya menos, siempre hemos propuesto frenar la inmigración y fomentar las repatriaciones. Seguiré adelante sin disculparme por algo que no he hecho”, dijo. Las comparaciones de los últimos días, que le emparejan con figuras como Hitler, le parecen “abyectas” y “una caza de brujas”. “Si el Parlamento impone un cordón sanitario a mi alrededor, arremeterá contra una formación que representa casi a un millón de personas”, concluye.
Aunque su partido fue el segundo más votado de las municipales en La Haya, y ganó en Almere, la otra ciudad donde concursaba, el mismo sondeo de última hora le resta cinco escaños virtuales. Wilders tiene hoy 12 diputados en un Parlamento de 150. Una semana antes de la consulta local, la intención de voto le daba 27 escaños. Ahora serían 22. Una rebaja considerable, pero de convertirse en realidad en unos comicios legislativos, le situarían como el tercer partido más votado del país. Por detrás del empate entre liberales de izquierda y socialistas radicales.
Que el extremismo del político tiene gancho en Holanda es innegable. Wilders siempre apela a la libertad de expresión, y exhibe la decena de guardaespaldas que le protege como el precio pagado “por decir la verdad”. En su momento, los candidatos a la expulsión fueron los inmigrantes polacos, rumanos y búlgaros. Los “marroquíes”, de todos modos, son su bestia negra. En La Haya, hasta hay tenderos que prefieren decir que son de ascendencia turca, otra comunidad mayoritaria, pero menos visible en su radar. Con todo, la frase más escuchada estos días es que “se ha pasado de la raya”. Hasta sus correligionarios, dispuestos a apoyar el ideario del grupo, admiten que el líder ha ido demasiado lejos. En privado, los más indulgentes apuntan que “lo de los marroquíes induce a error y no debería formularlo así”. Ahora, la pregunta es si su jefe conseguirá legitimar ante el electorado la expulsión de un grupo étnico concreto, nacido en Holanda y con pasaporte del país.
Isabel Ferrer
La Haya, El País
Amin Lachir, un chico holandés de origen marroquí de 11 años, regresó el pasado jueves a su casa en Tilburg (al sur del país), hecho polvo. Mientras veía con sus compañeros de clase el informativo juvenil, emitido por la cadena estatal de televisión (NOS), éstos le cantaron a coro “menos, menos, menos”. Los niños, de primaria, repitieron el mismo son entonado un día antes, en pleno escrutinio de las elecciones municipales, por los seguidores de Geert Wilders, líder político antimusulmán. Wilders les preguntó cuántos “marroquíes” querían en Holanda y obtuvo la misma respuesta que coreaban los niños.
El 72% de los votantes considera inaceptables sus palabras —según el último sondeo—. Desde entonces, y al ver que no se retractaba, el resto del Parlamento le ha hecho el vacío y le han abandonado tres diputados de su grupo. Pero lo más significativo es la reacción de la sociedad civil considerada autóctona. Los holandeses blancos, por decirlo claramente. Al margen de las manifestaciones antirracistas, ayer por primera vez un servicio religioso ecuménico abierto al público rechazó las ideas del político.
Convocado en La Haya por la iglesia protestante, acudieron representantes católicos, judíos, musulmanes e hindúes, entre otros credos. El alcalde de la ciudad, el liberal Jozias van Aartsen, recordó que la Constitución “iguala a todos los ciudadanos ante la ley”. También ha dicho que la convivencia y el respeto mutuos, “pasan por algo tan simple como no hacerle al otro lo que no quisieras para ti mismo”. Dos ideas universales aprovechadas por un regidor que fue ministro de Exteriores, y tiene singular interés en arrinconar a Wilders.
La Haya gusta de presentarse ante el mundo como el lugar de la paz y la justicia, gracias a los tribunales internacionales que alberga. Aquí están el de Justicia de la ONU, la Corte Penal, el de la antigua Yugoslavia y el de Líbano. Además, cerca de la mitad de su medio millón de habitantes es de origen inmigrante, o bien expatriados temporales. Así que las soflamas del líder extremista rechinan aquí especialmente.
Hay otro detalle relevante en una sociedad donde una disculpa pública a tiempo salva carreras políticas. Wilders ha dicho que solo se refería a los “delincuentes marroquíes”, y no al resto de esa comunidad. En consecuencia, no piensa pedir perdón. “He seguido nuestro programa electoral, que confirma el elevado número de marroquíes con problemas policiales. Para que haya menos, siempre hemos propuesto frenar la inmigración y fomentar las repatriaciones. Seguiré adelante sin disculparme por algo que no he hecho”, dijo. Las comparaciones de los últimos días, que le emparejan con figuras como Hitler, le parecen “abyectas” y “una caza de brujas”. “Si el Parlamento impone un cordón sanitario a mi alrededor, arremeterá contra una formación que representa casi a un millón de personas”, concluye.
Aunque su partido fue el segundo más votado de las municipales en La Haya, y ganó en Almere, la otra ciudad donde concursaba, el mismo sondeo de última hora le resta cinco escaños virtuales. Wilders tiene hoy 12 diputados en un Parlamento de 150. Una semana antes de la consulta local, la intención de voto le daba 27 escaños. Ahora serían 22. Una rebaja considerable, pero de convertirse en realidad en unos comicios legislativos, le situarían como el tercer partido más votado del país. Por detrás del empate entre liberales de izquierda y socialistas radicales.
Que el extremismo del político tiene gancho en Holanda es innegable. Wilders siempre apela a la libertad de expresión, y exhibe la decena de guardaespaldas que le protege como el precio pagado “por decir la verdad”. En su momento, los candidatos a la expulsión fueron los inmigrantes polacos, rumanos y búlgaros. Los “marroquíes”, de todos modos, son su bestia negra. En La Haya, hasta hay tenderos que prefieren decir que son de ascendencia turca, otra comunidad mayoritaria, pero menos visible en su radar. Con todo, la frase más escuchada estos días es que “se ha pasado de la raya”. Hasta sus correligionarios, dispuestos a apoyar el ideario del grupo, admiten que el líder ha ido demasiado lejos. En privado, los más indulgentes apuntan que “lo de los marroquíes induce a error y no debería formularlo así”. Ahora, la pregunta es si su jefe conseguirá legitimar ante el electorado la expulsión de un grupo étnico concreto, nacido en Holanda y con pasaporte del país.