El rey Román ahora está desnudo
Miguel Bertolotto, Clarín
El inmenso papelón que protagonizó Juan Román Riquelme, en la impresentable conferencia de prensa del viernes, que en realidad no fue conferencia de prensa porque el dueño de Boca no aceptó preguntas -a la manera de muchos funcionarios kirchneristas-, no hizo otra cosa que dejar más al descubierto que nunca la feroz interna que habita en el plantel. Riquelme intentó desactivar la bomba, pero sus conceptos (indefendibles) provocaron el efecto contrario: el estallido, que ya se había producido puertas adentro del vestuario, resultó convalidado de modo indirecto por un ingenioso declarante que esta vez volcó feo. “Un compañero (por Pablo Ledesma) hizo una conferencia de prensa normal”, enfatizó Riquelme. O sea: para él, es normal lo que anunció Ledesma sobre la existencia de un buchón en el grupo. Para Agustín Orion, se ve que eso no es normal: terminó a las trompadas con Ledesma. ¿Hay interna o no, Riquelme?
Mientras Carlos Bianchi (a propósito: ¿dónde quedó su autoridad?) no podía ocultar su incomodidad, al avalar con su presencia y con su silencio los dichos de Riquelme, el capitán responsabilizó a la prensa de confundir al hincha, la acusó de ser la que inventa todos los males de Boca y le exigió que muestre las pruebas de la infamia. Un absurdo por donde se lo mire. El que más confunde y engaña al hincha es Riquelme, quien desde tiempos inmemoriales niega que existan las internas (¿qué pensará Martín Palermo, a esta altura?) y lo único que hace es esconder la basura debajo de la alfombra. Así está Boca, dentro y fuera de la cancha.
Desde que dirigentes sin agallas y técnicos complacientes (incluido Bianchi) le permitieron hacer lo que se le canta, sin ponerle el menor límite, Riquelme ejecutó a la perfección aquella máxima política de Maquiavelo: divide y reinarás. Agitó una interna tras otra, obligó a irse a sus enemigos de turno y construyó un poder sin fronteras. Es rey en el césped (cuando juega). Y es rey más allá de la línea de cal. La cuestión es que con sus actitudes, con su hipocresía y con su egoísmo, el rey se va quedando desnudo. Cada vez más desnudo.
El inmenso papelón que protagonizó Juan Román Riquelme, en la impresentable conferencia de prensa del viernes, que en realidad no fue conferencia de prensa porque el dueño de Boca no aceptó preguntas -a la manera de muchos funcionarios kirchneristas-, no hizo otra cosa que dejar más al descubierto que nunca la feroz interna que habita en el plantel. Riquelme intentó desactivar la bomba, pero sus conceptos (indefendibles) provocaron el efecto contrario: el estallido, que ya se había producido puertas adentro del vestuario, resultó convalidado de modo indirecto por un ingenioso declarante que esta vez volcó feo. “Un compañero (por Pablo Ledesma) hizo una conferencia de prensa normal”, enfatizó Riquelme. O sea: para él, es normal lo que anunció Ledesma sobre la existencia de un buchón en el grupo. Para Agustín Orion, se ve que eso no es normal: terminó a las trompadas con Ledesma. ¿Hay interna o no, Riquelme?
Mientras Carlos Bianchi (a propósito: ¿dónde quedó su autoridad?) no podía ocultar su incomodidad, al avalar con su presencia y con su silencio los dichos de Riquelme, el capitán responsabilizó a la prensa de confundir al hincha, la acusó de ser la que inventa todos los males de Boca y le exigió que muestre las pruebas de la infamia. Un absurdo por donde se lo mire. El que más confunde y engaña al hincha es Riquelme, quien desde tiempos inmemoriales niega que existan las internas (¿qué pensará Martín Palermo, a esta altura?) y lo único que hace es esconder la basura debajo de la alfombra. Así está Boca, dentro y fuera de la cancha.
Desde que dirigentes sin agallas y técnicos complacientes (incluido Bianchi) le permitieron hacer lo que se le canta, sin ponerle el menor límite, Riquelme ejecutó a la perfección aquella máxima política de Maquiavelo: divide y reinarás. Agitó una interna tras otra, obligó a irse a sus enemigos de turno y construyó un poder sin fronteras. Es rey en el césped (cuando juega). Y es rey más allá de la línea de cal. La cuestión es que con sus actitudes, con su hipocresía y con su egoísmo, el rey se va quedando desnudo. Cada vez más desnudo.