El Real Madrid jugó con fuego
Conviene decirlo. Los leones juegan con ventaja en su relación con las gacelas. Ellas no tienen colmillos. Ni garras como cuchillas. Lo máximo que puede hacer una gacela después de burlar a un león es comerse un saltamontes. Esa mínima venganza le quedará al Málaga después de perder contra el Madrid. Es un hecho: el rey de la selva sólo teme a los de su especie o a Messi con salacot.
Ahora cuesta afirmar si el Málaga planteó un partido abierto, o si las costuras se le abrieron de forma natural. Hay que admitir que el equipo se incorporó al ataque con valentía. El problema, siempre hay uno, es que por cada ocasión propia el Madrid generaba varias, y mucho más claras. Si de algo se puede culpar al Málaga (a Schuster, concretamente) es de no reducir los espacios, de no aplicarse a esa tarea reductora con obsesión. Con metros por delante, el visitante jugaba a sus anchas porque jugaba a la contra, su plato favorito. La primera ley de la calle es concluyente al respecto: nunca intercambies golpes con alguien más grande que tú. Ni carreras con alguien más rápido.
En esas condiciones, el Madrid se sintió permanentemente en boca de gol. A los cinco minutos Bale reclamó penalti y lo hizo con toda la razón. Angeleri, de natural impetuoso, se lo llevó por delante después de un recorte dentro del área. Entonces pensamos que el árbitro ninguneaba al galés por novato y barbilampiño. Al rato supimos que el señor Martínez Munuera es liberal y considera de mal gusto pitar todas las faltas.
El partido, laxo en los marcajes, engrandeció desde el primer minuto al holandés Amrabat, de 26 años y origen marroquí, cedido por el Galatasaray. El chico es dinámico, vertical, ofensivo, buen pasador y chutador aceptable. Los ojeadores de Europa debieron sentir anoche un íntimo escalofrío de placer.
A los 22 minutos marcó Cristiano. El gol nos demostró que nadie en el mundo ve la portería más grande. El astro controló en el área con la diestra, dudó si doblar o chutar y, naturalmente, chutó. Poco le importó que Angeleri, Duda y Sergio Sánchez quisieran taparle el disparo; ninguno llegó a tiempo.
Los minutos que siguieron fueron propiedad del magnífico portero del Málaga, al que llamaremos Caballero desatendiendo a lo escrito en su camiseta. Ustedes disculparán, pero es imposible llamar Willy a un calvo tan imponente si no hay confianza o parentesco directo. Si acaso Don Willy. Cuando se enfrenta al Madrid, muchas de sus paradas merecen una calle. No se entiende que la selección argentina le siga ignorando.
Benzema se lesionó a la media hora (entró Di María) y Bale torturó a Antunes con sus carreras por la banda derecha. Amrabat, entretanto, predicaba en el desierto. Las ocasiones del Madrid se sucedían y el descanso se presentó al rescate del Málaga.
En contra de lo previsto, el agua del grifo sentó mejor a los locales, que avanzaron el paso que retrocedió su adversario. Pese a todo, Isco pudo sentenciar nada más reanudarse el partido. Di María se recorrió el campo (el de Gibraltar) para asistir a su compañero, pero al malagueño se le hizo la portería pequeña o la infancia muy grande. El público, guasón y sentimental, comenzó a corear su hombre.
Sin llamar la atención, como sube la marea, el Málaga comenzó a dominar del partido. El equipo mejoró con Portillo y Amrabat siguió siendo el jugador con más filo. La oportunidad más clara la tuvo Sergio Sánchez al empalmar alto un balón perdido en el área. No es fácil cambiar la programación de un central barbudo.
El equipo de Schuster aporreaba la puerta mientras el de Ancelotti, en cada incursión, sacaba la navaja para afeitar un poco más la cabeza de Caballero. Así terminó el duelo. Tres puntos más para el Madrid y aceptables excusas para el Málaga. El león y la gacela. Tenía razón el fabulista italiano.