El Madrid se refugia en los goles

Se deshizo con extrema facilidad del Rayo en un duelo frío y sin sal. Bale firmó un doblete y dio una asistencia. Cristiano, Carvajal y Morata completaron la goleada.


Madrid, As
Como llovía en Madrid, quisimos imaginar un partido épico de estilo británico, de ida y vuelta, de caras manchadas de barro. No hubo suerte. No era esa lluvia, ni esa noche. No caía agua de la que inspira, sino de la que hace charco en los zapatos. Tampoco hay barro en la hierba de diseño. Así es la lluvia, por otro lado: puede propiciar partidos épicos o duelos tristes, como de amantes abandonados.


En la primera parte, el Madrid acumuló ocasiones para sentenciar y guarecerse, pero sólo marcó un gol, de Cristiano a pase de Bale, magnífico contragolpe. Por si se lo preguntan, les disiparé la duda: después del gol, los protagonistas se abrazaron, diría que sinceramente.

Las siguientes ocasiones pasaron del suspiro al abucheo. Benzema acaparó los pitos. Cuando no se topó con Rubén lo hizo con su propia indeterminación. A Higuaín se le condenó por menos, o exactamente por lo mismo. Es normal que Morata se haya rasurado el flequillo: quizá así le tomen más en serio.

En los partidos extraños suceden estas cosas y otras peores. Bale es un buen ejemplo. Di María lanzó una contra y el purasangre se plantó ante Rubén con todo a favor. Quizá fue eso lo que le cegó, pues llegado el momento de rematar chutó contra el césped y rodó por el suelo como un dominguero. En la segunda mitad se hizo perdonar. Primero con un gol sin tropiezos, regalo de Di María; después con una galopada de 70 metros que culminó masticando chicle.

El Rayo cumplió con su primer objetivo, tener la pelota, pero fracasó en los siguientes. Ni las piruetas tácticas le sirvieron para corregir el rumbo. A los 23 minutos, Paco hizo su primer movimiento estratégico: José Carlos por Rochina. Nada que oponer siempre y cuando el club disponga de un solvente gabinete psicológico de atención a los sustituidos. A falta de otras aportaciones tácticas, José Carlos dejó un par de controles exquisitos con los que podría haber ganado un concurso de poesía.

En la segunda mitad, la lógica se filtró con la lluvia. Carvajal marcó el segundo al aprovechar una dejada de Cristiano. Acto seguido, el lateral se sacó una espinillera serigrafiada y le dedicó el gol a una imagen por determinar: virgen, novia o amor de madre. Jóvenes. Paciencia.

Un remate de Saúl al palo fue lo más cerca que estuvo el Rayo del gol. Después llegó el turno de Bale y más tarde el de Morata. El chico estrenó imagen patibularia con un gol estupendo, uno de esos derechazos con rosca que patentó Figo. El chaval lo celebró con rabia y si no gritó “me lo merezco” es porque todavía no había nacido en el Mundial de Italia.

Al final, lo relevante es que el Madrid sumó los tres puntos y continúa en persecución de Atlético y Barça, nada mejor que la lluvia para lavar la imagen. Queda mucho, ojo, aunque queda menos.

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