El Madrid se desmaya en la Liga
Se adelantó con un tanto de fortuna de Cristiano Ronaldo y su dominio fue abrumador, pero Rakitic fue el jefe del partido y Bacca mató a un Diego López transparente.
Madrid, As
El pasado domingo, el Madrid, líder del campeonato, soñaba con aventajar al Barça en siete puntos. Cuatro días después es tercero, a ocho jornadas del final, y con la hazaña como única escapatoria. Ese es el efecto de la derrota contra el Sevilla, un equipo que sacó el máximo rendimiento de su talento y su plan, y que se encuentra ahora a seis puntos de la Champions.
El partido fue extraño. Antes del primer minuto, el Sevilla tuvo una oportunidad de marcar. Fue una jugada ensayada en la que falló el último actor. Pareció una pista falsa. A partir de ese instante, el Madrid se adueñó del partido con la colaboración de su oponente. En posición defensiva, el Sevilla entregaba dos tercios del campo. El plan era arriesgado, por no decir suicida. No había presión. Sólo la esperanza de que el Madrid terminara sus jugadas sin hacer gol.
Y no tardó en hacerlo. El gol, no obstante, tuvo más conexión con la insistencia que con la lógica. Cristiano sacó una falta directa y el balón golpeó en el brazo de Bacca, que lo sacó a pasear mortalmente, como un aspa de molino. La barrera, por cierto, fue un descalzaperros.
El Madrid se puso en ventaja y con el mundo tan a favor que sólo debía preocuparse de los esporádicos contragolpes del Sevilla. Pero no se preocupó demasiado. Cinco minutos después, un error de Xabi Alonso provocó la avalancha sevillista y el gol de Bacca, esta vez con un pie y en la portería correcta.
No hubo cambio de planes. El Sevilla siguió entregando campo e iniciativa, y el Madrid se vio obligado a un ejercicio que le gusta poco: pensar, cocinar las jugadas, hacer chup-chup. Pese a todo, disfrutó de buenas ocasiones, casi siempre gracias a ocurrencias de Benzema. Beto salvó dos remates de Cristiano y Bale que no hubiera parado cualquiera. El mérito es doble, o triple, porque Beto es un portero que viste de amarillo y luce el dorsal trece. Pese a tanta provocación, el gafe, de momento, parece controlado y los dioses contentos. La fortuna le ayudó cuando Cristiano estrelló un balón contra el palo y el árbitro le ayudó después al pasar por alto un atropello a su compatriota que bien pudo ser penalti.
La buena noticia para el Sevilla fue el descanso. La mala, que Rakitic apenas había acertado en dos pases. El Madrid, por su parte, tenía a favor el viento y la estadística. Contaba con la pelota y su rival acampaba a muchísimos metros del área Diego López.
Así las cosas, de vuelta del descanso, Sevilla y Madrid sostuvieron su apuesta. Cada uno tomó como aliado al reloj. Los locales para descontar minutos (incluso segundos) y los visitantes para animarse con el tiempo por jugar, mucho, bastante, algo menos.
A los 17 minutos de la reanudación llegó el gol. En el Calderón. El Atlético apretaba a 500 kilómetros. Poco después, marcó el Sevilla. Contra la lógica y contra el viento. Fue la primera vez que Rakitic estuvo a la altura, inmensa, de Rakitic: sombrero a Pepe con la espuela, carrera y pase medido a Bacca, que no es rumiante, sino carnívoro. Quizá Diego López pudo hacer más. Tal vez Casillas lo hubiera hecho.
El Madrid no entendió nada y empezó a dudar de todo, de los manuales del fútbol y del sentido de la vida. Zidane salió del banquillo y Rakitic extendió su imperio. No hubo acoso, al contrario. El Sevilla vivió su rato más plácido. Ya no estaba solo. Se había aliado con el millón de enemigos que martilleaban la cabeza de su rival. Inseguridad, se llama eso.
El pasado domingo, el Madrid, líder del campeonato, soñaba con aventajar al Barça en siete puntos. Cuatro días después es tercero, a ocho jornadas del final, y con la hazaña como única escapatoria. Ese es el efecto de la derrota contra el Sevilla, un equipo que sacó el máximo rendimiento de su talento y su plan, y que se encuentra ahora a seis puntos de la Champions.
El partido fue extraño. Antes del primer minuto, el Sevilla tuvo una oportunidad de marcar. Fue una jugada ensayada en la que falló el último actor. Pareció una pista falsa. A partir de ese instante, el Madrid se adueñó del partido con la colaboración de su oponente. En posición defensiva, el Sevilla entregaba dos tercios del campo. El plan era arriesgado, por no decir suicida. No había presión. Sólo la esperanza de que el Madrid terminara sus jugadas sin hacer gol.
Y no tardó en hacerlo. El gol, no obstante, tuvo más conexión con la insistencia que con la lógica. Cristiano sacó una falta directa y el balón golpeó en el brazo de Bacca, que lo sacó a pasear mortalmente, como un aspa de molino. La barrera, por cierto, fue un descalzaperros.
El Madrid se puso en ventaja y con el mundo tan a favor que sólo debía preocuparse de los esporádicos contragolpes del Sevilla. Pero no se preocupó demasiado. Cinco minutos después, un error de Xabi Alonso provocó la avalancha sevillista y el gol de Bacca, esta vez con un pie y en la portería correcta.
No hubo cambio de planes. El Sevilla siguió entregando campo e iniciativa, y el Madrid se vio obligado a un ejercicio que le gusta poco: pensar, cocinar las jugadas, hacer chup-chup. Pese a todo, disfrutó de buenas ocasiones, casi siempre gracias a ocurrencias de Benzema. Beto salvó dos remates de Cristiano y Bale que no hubiera parado cualquiera. El mérito es doble, o triple, porque Beto es un portero que viste de amarillo y luce el dorsal trece. Pese a tanta provocación, el gafe, de momento, parece controlado y los dioses contentos. La fortuna le ayudó cuando Cristiano estrelló un balón contra el palo y el árbitro le ayudó después al pasar por alto un atropello a su compatriota que bien pudo ser penalti.
La buena noticia para el Sevilla fue el descanso. La mala, que Rakitic apenas había acertado en dos pases. El Madrid, por su parte, tenía a favor el viento y la estadística. Contaba con la pelota y su rival acampaba a muchísimos metros del área Diego López.
Así las cosas, de vuelta del descanso, Sevilla y Madrid sostuvieron su apuesta. Cada uno tomó como aliado al reloj. Los locales para descontar minutos (incluso segundos) y los visitantes para animarse con el tiempo por jugar, mucho, bastante, algo menos.
A los 17 minutos de la reanudación llegó el gol. En el Calderón. El Atlético apretaba a 500 kilómetros. Poco después, marcó el Sevilla. Contra la lógica y contra el viento. Fue la primera vez que Rakitic estuvo a la altura, inmensa, de Rakitic: sombrero a Pepe con la espuela, carrera y pase medido a Bacca, que no es rumiante, sino carnívoro. Quizá Diego López pudo hacer más. Tal vez Casillas lo hubiera hecho.
El Madrid no entendió nada y empezó a dudar de todo, de los manuales del fútbol y del sentido de la vida. Zidane salió del banquillo y Rakitic extendió su imperio. No hubo acoso, al contrario. El Sevilla vivió su rato más plácido. Ya no estaba solo. Se había aliado con el millón de enemigos que martilleaban la cabeza de su rival. Inseguridad, se llama eso.