El grande de Europa fue el Atleti
El grande de Europa fue el Atleti. Enorme. Llegó el Milán al Manzanares con siete Copas de Europa en la maleta y salió con cuatro goles y mil magulladuras propias de quien se ha visto arrollado por un rival hambriento, sin memoria histórica, con un delantero deslumbrante y un sueño que cobra forma. Eran 36 años sin superar una eliminatoria de Copa de Europa, 17 sin alcanzar los cuartos de final (será la sexta vez que los juegue) y un eterno penar lejos de la élite mundial. Ya ha vuelto. Y quien quiera echarle tendrá que superar un reto mayúsculo: ir a un cuerpo a cuerpo contra él y salir en pie. Palabras mayores...
El ambiente del Manzanares, impresionante, recordaba que a este estadio se le debía una fiesta que fuera la suma de El Guateque, Desmadre a la americana y Resacón en Las Vegas en hora y media. Todos los días grandes de esta resurrección del Atleti llegaron fuera del Calderón: Hamburgo, Bucarest, Mónaco, Chamartín... Ya le tocaba ser el anfitrión y elegir la música. El himno de la Champions, por supuesto. A todo volumen. Y nadie anima una noche como Diego Costa.
En el primer minuto, su presión desenfrenada ya tenía acongojados a los centrales rivales, profesión de riesgo cuando se desencadena la bestia. Y en el segundo marcó un gol. Un golazo, disculpen. Gabi, siempre Gabi, le birló el balón a Essien pegado a la banda, se la dio a Koke en la frontal y éste metió un centró cruzado al corazón del área. Un poco largo, parecía. Pero no, allí voló la fiera y estiró la pierna izquierda hasta el punto de romperse algo si fuera humano. Pero tal vez no lo sea y llegó, justo con la puntera, a empujar el balón a la red. Locura general.
Los primeros 20 minutos del Atleti desnudaron al Milán, una antigua belleza que no ha asumido el paso del tiempo y se empeña en disimularlo con bótox y trajes dorados. No cuela. Mientras el rival, más joven, más exuberante, despliega su físico, no tiene nada que hacer. Sin embargo, el Atleti se vio tan sobrado que, respeto a la vieja gloria, bajó un punto el ritmo y ahí resurgió el orgullo, la vieja llama, el talento que se marchita pero no muere. Kaká, vamos.
Si al Milán le haces correr, ni lo intenta. Pero si le permites llegar al trote hasta la frontal, se convierte en una cobra. Balotelli avisó con una primera llegada que sirvió para comprobar que Courtois aún juega en el Atleti. Con los grandes futbolistas, como con las relaciones, el truco es disfrutar mientras duran y no vivir con miedo a que se acaben. Si es que van a acabarse. Hoy, el belga es rojiblanco y espero que cuando llegue a casa mi chica siga allí o no haya cambiado la cerradura. Con eso basta. Mañana dios, digo Arda, dirá.
Volvamos a Kaká. En el minuto 27, el Atleti cometió uno de sus escaso desajustes defensivos: Filipe no cerró a Poli, Godín salió a taparle y el centro del italiano acabó en la espalda de Juanfran, ese Triángulo de las Bermudas futbolístico, donde suceden fenómenos extraños, los balones se pierden de vista y aparecen delanteros de la nada. Kaká cabeceó y el balón batió a Courtois tras tocar en el lateral derecho. Tras el empate, zozobró el Atleti y Kaká, que aún saca el máximo rendimiento de cada leve esfuerzo, a punto estuvo de marcar el 1-2. Temblor general.
Y cuando acechaba el miedo, apareció Arda, que siempre está cuando sus fieles le necesitan. Decidió que 40 minutos de timidez en semejante escenario eran impropios de él y asumió el mando. Y en cuanto le llegó un balón en la frontal del área, lo mandó a la red. Su disparo, las cosas como son, golpeó en Rami y cambió de dirección, dejando a Abbiati indefenso, pero ¿quiénes somos nosotros para juzgar cómo le da la gana marcar gol a un mesías? Que el Ardaturanismo era de Champions estaba escrito.
Tras el 2-1, el Atleti recuperó el color y el Manzanares casi se viene abajo cuando Raúl García (titular dejando de nuevo a Villa en el banquillo) intentó el gol del año. Una chilena de museo a centro de Juanfran que cambió de idea en el último instante y se marchó fuera cuando la escuadra parecía su destino natural. Son las cosas del navarro, que justifica la confianza de Simeone a base de remates e inteligencia. Nada más. Y nada menos.
Justo antes de empezar la segunda parte, Balotelli, enfadadísimo con el mundo toda la noche, se puso a hablar con Arda y éste le convirtió en un minuto: el ogro empezó a reírse. Nada más sacar quedó claro que el delantero rival no había cambiado de humor. A los quince segundos tiró cruzado, a los tres minutos condujo a la perfección una contra y habilitó a Gabi (gigantesco toda la noche) para que rematase al poste. Diego Costa desencadenado es un espectáculo digno de ser visto.
Sin embargo, el tercer gol se resistía y Seedorf miró a su banquillo de arte antiguo y encontró a Robinho. Durante diez minutos, el brasileño pareció capaz de cambiar el partido, pero las balas resultaron ser de fogueo. Una versión reducida de lo que ha sido su carrera. Eso sí, al menos Robinho apareció por las cercanías del balón, cosa que no hizo Taarabt. Una vez más el marroquí volvió a alimentar a sus críticos, tras el partidazo de la ida, petardazo a la vuelta. Ni se le vio.
Cada minuto era una hora para los italianos y un suspiro para Diego Costa. Un tuya mía con Arda en el área anunció el 3-1 que marcó, poca sorpresa, Raúl García de cabeza a balón parado. Este gol es la versión feliz del Día de la Marmota, parece que el Atleti lo marca cada partido. Y no. Creo que no. De inmediato, Kaká y Robinho fabricaron la última ocasión lombarda, que acabó en el larguero. El resto fue Diego Costa pinchando clasicazos hasta el amanecer. Que no acabe la fiesta.
Cuando Costa marcó el cuarto con una gran maniobra y tiro cruzado (lleva siete goles en 374 minutos de Champions, uno cada 53’) el Calderón era el lugar más feliz del mundo. Su equipo acababa de barrer a una leyenda y está entre los ocho mejores de Europa. Tal vez sea la última gran alegría del año; quizás sólo un anticipo de lo que espera. Pero hay algo seguro: es un orgullo ser del Atleti.