La presión de Renzi sobre Letta pone a Italia ante una crisis de Gobierno

El presidente Napolitano recibirá al primer ministro, Enrico Letta, para buscar una salida

Pablo Ordaz
Roma, El País
La política italiana se enfrenta en los próximos días a una encrucijada con tres posibles salidas, ninguna de ellas fácil. La primera consistiría en una profunda remodelación del cada vez más cuestionado Gobierno de Enrico Letta. El jefe del Ejecutivo no solo tendría que cambiar a varios ministros, sino convencer a diestra y siniestra —desde el presidente de la República, Giorgio Napolitano, hasta su propia formación, el Partido Democrático, pasando por empresarios y sindicatos— de que puede seguir dirigiendo un país que aún no encuentra el camino de la recuperación.


La segunda salida pasaría por apartarse a un lado y dejar que sea Matteo Renzi, el cada vez más poderoso líder del centroizquierda, quien asuma la presidencia del Ejecutivo. La tercera —tal vez la más improbable— sería la convocatoria de elecciones generales. Por lo pronto, Letta —a quien la presión continua de Renzi le está amargando la existencia— tiene previsto acudir hoy o mañana al palacio del Quirinal para recibir instrucciones del presidente Napolitano.

Durante los dos últimos años y medio, ha sido él, el casi nonagenario presidente de la República (Nápoles, 1925), quien ha cortado el bacalao de la política italiana, hasta el punto de dejarse en el camino algunos jirones de su indudable prestigio. Fue Napolitano quien, en noviembre de 2011, sacó a Silvio Berlusconi del Gobierno y puso en su lugar a un primer ministro técnico, el profesor Mario Monti.


Y también fue Napolitano quien, ante la incapacidad de Pier Luigi Bersani de rentabilizar la pírrica victoria electoral del centroizquierda en febrero de 2013, impuso a Enrico Letta como presidente de un Gobierno de coalición del que, el pasado mes de septiembre, terminó descolgándose Berlusconi. Lo curioso del asunto es que Letta, que logró sobrevivir al órdago de Berlusconi e incluso provocar la traición de Angelino Alfano —quien prefirió seguir de vicepresidente del Gobierno que de delfín sin futuro de Il Cavaliere—, no está siendo capaz ahora de soportar la presión constante de Renzi.
Diez días clave para el futuro de Letta

El primer ministro, Enrico Letta, tiene previsto reunirse hoy o mañana con el presidente Napolitano.

Mañana, el Congreso empieza a tramitar la reforma de la ley electoral promovida por Renzi de acuerdo con Berlusconi.

El próximo día 19, el primer ministro se reunirá con la patronal, que reclama mayor eficacia de gobierno.

El día 20, está convocada una reunión de la directiva del Partido Democrático.

Aunque casi coetáneos —solo se llevan siete años—, toscanos ambos, de parecidos orígenes democristianos y militantes del PD, Letta y Renzi son, en todos los sentidos, como la noche y el día. Pero, sobre todo, Letta es fiel heredero de una casta política —su tío, Gianni Letta, es uno de los viejos bastiones de Berlusconi— que Renzi sueña con hacer saltar por los aires.

Tras su llegada, hace solo dos meses, a la secretaría general del PD, el joven alcalde de Florencia ha revolucionado la política italiana. No solo ha logrado pactar con Berlusconi una nueva ley electoral que esta semana —salvo emboscadas nunca descartables en Roma— empezará a recibir la luz verde del Parlamento, sino que ha puesto las bases de una reforma del Senado que enterrará el bicameralismo perfecto, uno de los grandes impedimentos para la gobernabilidad de Italia. Y todo ello, incluido el sacrilegio de resucitar a Berlusconi, con el apoyo de la práctica totalidad de las bases del PD, las mismas que hace un año le negaban el pan y la sal por su estilo difícilmente homologable a la izquierda tradicional.

El problema ahora es dilucidar cuál es la salida correcta después de que Letta, además de los continuos aguijonazos de Renzi para que el Gobierno saque a Italia del dique seco, haya logrado el extraño mérito de poner a sindicatos y empresarios de acuerdo en su contra.

La primera salida —remodelar el Gobierno e intentar liderar políticas destinadas al crecimiento— tendría en principio el apoyo de Napolitano, que no quiere ni oír hablar de unas elecciones —la tercera posibilidad— a las que habría que acudir con una ley electoral declarada inconstitucional y que podría arrojar una situación de ingobernabilidad parecida a la actual. La segunda salida —el relevo de Renzi por Letta— tiene, entre otros, el inconveniente de que el alcalde de Florencia sería el tercer presidente del Gobierno consecutivo —después de Monti y del propio Letta— que accedería al palacio Chigi sin el voto expreso de los ciudadanos.

Un gran regalo, sobre todo en vísperas de la campaña electoral europea, a quienes, como el Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo, basan su fortaleza en canalizar la rabia ciudadana hacia una casta política cuyo único objetivo es mantenerse en el poder.

Siendo consciente de ello, y mientras sus respectivos escuderos ya se baten en duelo por las esquinas de los periódicos y las redes sociales, Renzi y Letta se cruzan mensajes tan gentiles como envenenados. Al anuncio del primer ministro de que en las próximas horas verá a Napolitano para retomar el timón, el alcalde de Florencia responde: “Ya era hora”. Renzi no es partidario de un relevo al frente del Gobierno “sin antes pasar por las urnas”, pero tampoco de que Letta alargue su agonía. Consciente de su fuerza, hasta se ha permitido dar un ultimátum al primer ministro: el día 20 será examinado por la dirección del Partido Democrático.

El gen autodestructivo de la izquierda

Y, a todo esto, ¿qué hace Silvio Berlusconi? Pues, como decía Celia Cruz, “muerto de risa y merendando”. El viejo líder de Forza Italia, condenado en firme por fraude fiscal, pendiente de su inhabilitación y a la espera de que los jueces decidan qué servicios sociales debe cumplir para descontar su pena, no se había visto en otra igual —sobre todo, sin tener que sobornar a nadie—.

Por obra y gracia de las necesidades de Matteo Renzi, ha pasado de ser un muerto político en toda regla a una pieza vital de las reformas. Il Cavaliere no solo parece dispuesto a votar la nueva ley electoral y la reforma del Senado —que quedaría reducido a 150 senadores, sin sueldo y, sobre todo, sin capacidad de dar o quitar la confianza al Gobierno—, sino que asiste complacido a uno de sus espectáculos preferidos: la capacidad de la izquierda italiana para autodestruirse.

El duelo entre Letta y Renzi, y sobre todo la posibilidad de que el segundo sustituya al primero al frente del Gobierno, ha puesto en guardia a los viejos líderes. El ex primer ministro Romano Prodi ha recordado que ya sucedió lo mismo en 1998 cuando él fue sustituido por Massimo D'Alema: “Aquello fue un suicidio político, espero que no vuelva a suceder. Entonces no solo se liquidó un proyecto de Gobierno, sino también la esperanza de un país”.

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