La estrella de Blair se eclipsa en Palestina

La labor del exgobernante británico como enviado del Cuarteto cosecha duras críticas
Israel le defiende sin entusiasmo y los palestinos le tachan de pasivo y parcial

D. Alandete / W. Oppenheimer
Jerusalén / Londres, El País
Mantiene una broma común en los círculos diplomáticos de Jerusalén que si algún día israelíes y palestinos llegan a sellar un acuerdo de paz, el enviado del Cuarteto a Oriente Próximo, Tony Blair, se enteraría al día siguiente de la firma. Denotan chascarrillos como este que el exprimer ministro británico, elegido para el puesto por Estados Unidos y nombrado el mismo día en que abandonó Downing Street en 2007, ha quedado completamente ausente de las rondas negociadoras reactivadas por el secretario norteamericano, John Kerry, en julio. Y aunque el gobierno de Israel defiende tímidamente su labor y dice ver en él a un gestor eficiente, los palestinos le retratan como un convidado de piedra, sin nada que aportar ni logros que reclamar como propios.


Como enviado del Cuarteto, Blair en teoría debería aunar en sus gestiones las voluntades diplomáticas de las cuatro fuerzas que lo integran, decisivas en el proceso de paz: EE UU, la Unión Europea, Rusia y Naciones Unidas. Y no es que Blair esté ausente de la zona. Ha visitado Jerusalén en más de 100 ocasiones y suele pasar en esta ciudad una semana al mes. En 2011 alquiló permanentemente la planta alta de un edifico en el barrio árabe de Sheikh Jarra, tras cuatro años ocupando 15 habitaciones en el hotel American Colony.

Pero al exprimer ministro ni se le ve ni se le intuye en un proceso negociador cuya batuta ha tomado Kerry, quien ha logrado que israelíes y palestinos negocien de nuevo e incluso ha elaborado un acuerdo marco que quiere presentar a ambas partes antes de final de abril.

“El señor Blair no hace nada. Nunca habla con la parte palestina. Sus únicas acciones se restringen a reunirse algunas veces con [el presidente palestino Mahmud] Abbas y nada más. Es una figura completamente ausente”, opina Mustafá Barghouti, legislador y exministro palestino, quien añade que “Blair no es imparcial, pues está completamente alineado con los intereses israelíes”.

Es cierto que sentó muy mal en Cisjordania y Gaza que en un discurso en el reciente funeral del polémico exprimer ministro israelí Ariel Sharon, Blair le homenajeara como “un gigante de esta tierra, la unión de gran espíritu y gran corazón”. Previamente había enfurecido al presidente palestino, Mahmud Abbas, al recomendarle que no solicitara el ingreso en la Asamblea General de la ONU porque sería una medida “profundamente beligerante”. En noviembre de 2012, Palestina fue aceptada en esa organización como Estado observador no miembro.

Barghouti añade que “pareciera que el señor Blair usa su posición para avanzar sus asuntos privados”, sin entrar en más detalles. Según sus propios datos, las empresas de Blair han ingresado en el último año fiscal cerca de 16 millones de euros y obtuvieron unos beneficios de unos dos millones de euros, aunque no se han dado a conocer sus ingresos personales. Algunos medios, sin embargo, le atribuyen una fortuna personal de 85 millones de euros. No recibe compensación económica alguna por su labor en Oriente Próximo. Su oficina la paga el Cuarteto y su seguridad se le brinda Scotland Yard.

Desde el gobierno israelí, un alto funcionario que prefiere mantener el anonimato, dice a este diario que “Tony Blair ha jugado un papel muy efectivo entre bambalinas, porque entiende que en este momento, el peso y la atención se centran sobre las iniciativas de John Kerry”. Lo cierto es que su labor, definida por los miembros del Cuarteto, no es impulsar negociaciones sino facilitar el desarrollo de las instituciones civiles, económicas y de seguridad en el futuro Estado palestino. Él se atribuye a través de portavoces una serie de logros en los pasados años, como la reducción de puestos de control en zona ocupada o la dinamización de las relaciones económicas entre israelíes y palestinos.

Los negociadores palestinos lo ponen en duda y replican que Blair se atribuye méritos que no son de ningún modo suyos. “Por nuestra parte la evaluación es muy clara. Sentimos que el Cuarteto no tiene ningún logro, y por eso le pedimos a los poderes que lo componen que se planteen un cambio de liderazgo en esta zona”, dice a este diario el negociador palestino Mohamed Shtayeh, que dimitió en noviembre por lo que considera falta de compromiso de Israel con el proceso de paz.

Blair es en Reino Unido tan polémico como lo es en Oriente Próximo. Fue primer ministro entre 1997 y 2007 tras ganar tres elecciones consecutivas sigue estando presente de forma relativamente frecuente en los medios de comunicación, pero su influencia en la política británica es escasísima. Tampoco es que la busque. Suele ser noticia o bien, como estos días, por su supuesto romance –que él niega– con la exmujer del magnate mediático Rupert Murdoch, Wendi Deng; o por los comentarios por el dinero que gana desde que dejó Dowing Street; o por sus siempre polémicas declaraciones en cuestiones como Siria, Irak o terrorismo.

Aunque su legado sigue siendo discutido desde diferentes ópticas, incluida la política doméstica, el nombre de Blair sigue inevitablemente unido a la guerra de Irak. Sigue defendiendo la invasión, que acabó debilitándole políticamente y poniéndole a los pies de los caballos de su gran rival político, Gordon Brown. Él sigue diciendo cada vez que tiene ocasión que la historia le juzgará. Pero los británicos, o al menos la izquierda británica, ya le ha juzgado y condenado por una guerra impopular y que muchos siguen considerando que fue ilegal.

Un informe de 2012 del centro Saban para Oriente Próximo, del instituto norteamericano Brookings, dice que Blair fue elegido enviado del Cuarteto precisamente porque “fue un aliado leal de los esfuerzos de la administración Bush de recabar apoyo internacional para deponer a Saddam Hussein en 2003”. El balance de estos años: “Tony Blair ha ayudado a reforzar el dominio norteamericano sobre este proceso”. El informe, por cierto, se titula, de forma significativa, “El Cuarteto de Oriente Próximo: una Autopsia”.

Hace unos días, un camarero de Londres llamado Twiggy García intentó practicar a Blair lo que definió como “un arresto ciudadano”, aprovechando que el exprimer ministro estaba cenando con un grupo de amigos y familiares en un restaurante de Shoreditch. Blair, obviamente, no hizo caso de las sugerencias de García de que le acompañara a comisaría para responder de las acusaciones de crímenes de guerra y le recomendó que se preocupara más de Siria y menos de Irak.

En los últimos meses, el que fuera creador del Nuevo Laborismo ha opinado sobre muchas cosas. Por ejemplo, cree que los dos bandos enfrentados en la guerra civil siria deberían aceptar que ninguno de ellos conseguirá la victoria. Ha defendido el golpe militar en Egipto y la destitución del presidente Morsi. Ha advertido de que el extremismo religioso estará en la raíz del terrorismo y los conflictos del siglo XXI. Y se ha pronunciado contra la independencia de Escocia.

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