La canciller Merkel lleva el ardor europeísta al corazón de Westminster

La canciller alemana se dirige a la Cámara de los Comunes y la de los Lores, donde afirma: “Necesitamos un Reino Unido fuerte en la UE”

Walter Oppenheimer
Londres, El País
La canciller alemana Angela Merkel llevó este jueves su ardor europeísta al corazón de Westminster en un discurso ante las dos Cámaras británicas y un selecto grupo de invitados de la diplomacia, la empresa y la cultura. Sus palabras, plenas de resonancia proeuropea y cálidos augurios sobre el papel central que Reino Unido debería seguir protagonizando en la UE, carecieron, inevitablemente, de la precisión política a corto plazo que algunos deseaban.


Ella misma advirtió del chasco que se iban a llevar quienes esperaban algo más que un mensaje genérico. “Algunos esperan que mi mensaje abra el camino a una reforma fundamental de la arquitectura europea para satisfacer todos los deseos británicos, imaginarios o reales. Me temo que se van a llevar una decepción”, advirtió. “Otros esperan todo lo contrario y creen que voy a lanzar aquí en Londres de forma clara y simple el mensaje de que el resto de Europa no está dispuesta a pagar ningún precio para mantener a Gran Bretaña en la UE. Y me temo que esas esperanzas van a quedar frustradas”, añadió a renglón seguido.

No es que su discurso fuera vacío. Sus palabras, las primeras de un canciller alemán ante las dos Cámaras desde que hablara Willy Brandt en 1970 —también lo hizo el presidente Richard von Weizsächer en 1986— fueron el mensaje europeísta más convincente escuchado en Westminster desde hace muchísimo tiempo. Y tuvieron la habilidad de alabar el papel que ha de seguir jugando Gran Bretaña en Europa sin por ello cerrar (ni abrir de par en par) la puerta a ninguna de las reformas que pretende impulsar Cameron.

El primer ministro desplegó para ella la pompa británica de las grandes ocasiones, sin llegar a la alfombra roja de las visitas de Estado porque, por mucho poder que tenga, Merkel no es un jefe de Estado. Fue, sin embargo, mucho más que una de esas relativamente habituales visitas vespertinas a Downing Street en las que los dos pactan sus cuitas bilaterales con una cena ligera y luego cada uno se va a casa a dormir. Esta vez, la canciller no solo se dirigió a los Comunes y los Lores sino que almorzó con Cameron y tomó el té con la reina. La líder de los conservadores alemanes se vio también con Ed Miliband, laborista, líder de la oposición y quién sabe si primer ministro tras las elecciones de mayo de 2015.

La visita es políticamente muy importante para Cameron porque el éxito de su compromiso doméstico de renegociar el papel de Reino Unido en la UE y presentar luego el resultado de esa reforma a referéndum en 2017 depende en gran medida de lo que Merkel quiera o no quiera darle en la mesa negociadora europea. Por supuesto, no todo depende de la canciller: Cameron debe antes ganar las próximas generales y asegurarse de que sigue estando en Downing Street. Pero las palabras de Merkel no pudieron ir mucho más allá de la retórica porque la canciller ni siquiera sabe aún qué es exactamente lo que quiere reformar Cameron. Por lo tanto, menos sabe aún qué es lo que ella está dispuesta a darle.

Lo que sí dejó claro la canciller es que la negociación no será fácil: “Esto no es un pastel”, dijo. Dio a entender que está dispuesta a transigir en uno de los aspectos clave del debate británico: acabar con un supuesto turismo social para cobrar ayudas del que nadie tiene realmente noticias fehacientes que vayan más allá de la casuística. Prohibir el derecho a recibir ayudas de inmediato ya es posible pero la ley se puede endurecer más si hace falta. Pero de eso al tope anual de llegada de trabajadores que quieren los británicos y acaban de aprobar los suizos hay todo un mundo.

Cameron recibió en ese terreno una mala noticia. El saldo neto de la inmigración aumentó en 154.000 personas entre septiembre de 2012 y septiembre de 2013. Un dato que le puede dar argumentos frente a Europa pero le deja en evidencia ante los electores porque no podrá cumplir la promesa de reducir a 100.000 personas el aumento de la inmigración neta. La subida se debe sobre todo a la llegada de polacos, españoles, italianos y portugueses. La gran paradoja es que lo que debería ser una prueba de que hay movilidad geográfica a nivel comunitario es, para los euroescépticos, una prueba de que Europa no funciona.

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