Cristiano ya tiene su final
Entre los síntomas más terribles del vértigo está el impulso de arrojarse al vacío. Con la fatalidad sucede igual. Quien se ve atropellado por ella corre el riesgo de zambullirse en su propio infortunio. Eso ha ocurrido con el Atlético en el global de la eliminatoria. Primero fue atacado por la suerte, aquel primer gol de rebote. Es posible que la desgracia terminara ahí y que lo siguiente, incluido el segundo rebote y los penaltis del Calderón, no haya sido más que vértigo y ganas de arrojarse al vacío.
La cosa venía de lejos. Algo en el ser íntimo de los atléticos les recomendaba caer contra el Athletic en cuartos: para guardar fuerzas en Liga y Champions, para evitar el desgaste de una eliminatoria incierta y, de paso, para impedir la revancha del Madrid. Pasaron de ronda, fueron felices y negaron ese pensamiento. Ahora sabemos que era una intuición.
Al Atlético le ha sobrado esta eliminatoria desde todos los puntos de vista. El equipo lo advirtió a mitad de camino. Sólo así se puede explicar que afrontara el partido de vuelta sin un ápice de emoción. No había truco de Simeone. Su alineación era una resignación. Si el Calderón se llenó es porque la gente del es fiel y quería compartir las penas de los votos matrimoniales, en la salud y en la enfermedad. Nadie en su sano juicio acudió a disfrutar; la idea era sufrir en comunidad al relente del Manzanares.
El penalti de Manquillo a los cinco minutos fue el resultado de esa particular ciclogénesis negativa. Probablemente, no pudo evitarlo. Arrolló a Cristiano cuando el delantero ya había tomado ventaja sobre Miranda. Sólo ese consuelo le queda. El portugués aprovechó el castigo y adelantó al Madrid.
Lo mismo vale para Insua. Su penalti fue igual de absurdo, idéntico en la torpeza, sólo justificado desde la posesión infernal. Isco lanzó a Bale con un taconazo espléndido y el argentino le cazó sin pudor. Cristiano volvió a marcar: por el mismo sitio y ante el mismo Aranzubia, que volvió a saltar para saludar al avión.
Llegados a ese punto sin retorno, el partido sólo sirvió para lesionarse. Raúl García fue el mejor representante de la frustración. Primero chutó contra el palo y después se enzarzó en una pelea con Xabi que no les hizo bien a ninguno de los dos. El Madrid sólo compartía con su rival el deseo de salir de allí, y de hacerlo cuanto antes.
El partido, sin embargo, seguía siendo una pistola cargada. Cristiano chocó en un salto con Manquillo y el chico cayó de una manera espeluznante, a punto de romperse el cuello. La noche no podía ser más desagradable, o sí. Camino del vestuario, Cristiano fue alcanzado en la cabeza por un mechero.
Los equipos debieron haber firmado en el descanso una disolución amistosa, pero insistieron en jugar otros 45 minutos. Lo que pasó entonces se me hace borroso. Juraría que Cristiano estrelló un remate contra el pecho de Aranzubia y que el Cebolla estuvo cerca de marcar de rebote, qué ironía. También apunté un milagrito de Iker.
El resumen final coincide con aquella intuición de la afición rojiblanca, con su temor antes de los cuartos: el Madrid está en la final, rebosante de optimismo, y el Atlético se queda con Liga y Champions, pero con el traje hecho jirones y la moral también.