Bale, Benzema y Jesé se exhiben y el Madrid se pone líder
El dios de los centrales, divinidad con bigote, tatuajes (amor de madre), cicatrices varias y piernas peludas, debió rugir en el minuto seis. Dorado cometió uno de esos errores que condenan a un central a galeras. Acumuló todos los pecados prohibidos para los de su gremio: se distrajo, estuvo lento, blando, primo y se dejó robar la pelota cuando era el último defensa. Bale aprovechó el regalo sin alterarse. Quien sabe si hasta dijo “thank you”. Plantado frente a Asenjo, no dudó ni un instante. Picó la pelota sin que el balón perdiera velocidad. No debe ser fácil hacer eso; nunca lo sabremos.
El Villarreal trató de reponerse (a Marcelino le costó más) y comenzó a ganar confianza en contacto con el balón. Su capacidad para retomar el hilo fue admirable. Sin embargo, por momentos, nos pareció uno de esos equipos que tiene más amor a la pelota que al gol. Lo hemos visto más veces: la fijación por el estilo acaba por ser más fuerte que la obsesión por marcar. También faltaba Uche, es cierto. Y Cani.
Goles al margen, los primeros minutos estuvieron llenos de anotaciones: Pereira desperdició un pase de Gio (demasiado fácil para lo que gusta), Benzema reclamó un penalti (lo fue), Marcelo se deslomó y en su lugar entró Coentrao. Para que el partido no perdiera ritmo, el portugués se lesionó casi de inmediato. Apenas tuvo tiempo para reencontrarse con Marcelino, para el que jugó en el Zaragoza, concretamente siete minutos (fue vendido en el mercado de invierno).
Entretanto, el Madrid jugaba con destellos tan seguidos que acababan por dar luz de mediodía. Podemos hablar mucho sobre automatismos, coreografía y otras buenas costumbres, pero el resumen es que su barco tiene más cañones por banda. A los 25 minutos, Bale irrumpió en el área del Villarreal como un caballo en una plaza llena de palomas. No sólo encaró a Jaume Costa; le intimidó por completo. Le hizo ver que salirle era malo y cederle metros peor. En esa terrible indefinición se perdió el lateral, que es rapidísimo, aunque no lo pareció en absoluto.
Llegado a la línea de fondo, Bale centró con la derecha como lo hubiera hecho cualquier diestro. Hay pocos zurdos tan zurdos capaces de hacer algo así. Di María recurre a las rabonas en esos trances porque sabe que podría lastimarse o hacerse un nudo. En fin. Benzema, atentísimo, remató en el primer palo y el Madrid tomó más ventaja en el marcador.
En lugar de hacer testamento, el Villarreal redujo distancias con un tanto asombroso, de lateral brasileño. Mario emuló a Carlos Alberto (Brasil del 70) para alcanzar el área desde la suya y patear entre Coentrao y Sergio Ramos. El balón lo agradeció: entró por la escuadra y se sintió realizado. Ya se puede deshinchar tranquilo.
Había partido, pues. Eso creímos. Sin embargo, el Madrid que vuelve de los descansos es todavía mejor que el de los primeros minutos. Ocurrió contra el Atlético y volvió a pasar contra el Villarreal, con el mismo protagonista, Jesé, y prácticamente en una jugada idéntica: Di María le lanzó un frisby y el chico lo agarró con los dientes. Esta vez el remate final añadió una dificultad extra: le obligó a dislocarse el tobillo derecho, tipo Romario, nada grave.
Antes de que nos desdijéramos, Gio volvió a impulsar al Villarreal. Su gol de falta fue una joya: lujoso, infrecuente e inútil. El Madrid no sintió aquello como un problema, sino como un estímulo. En la siguiente contra, Benzema sentenció al visitante con un remate de buen delantero, pleno de intención, colocación y clase. Nos quedó claro: ayer había congreso de musas en la azotea de Karim.
El resto fue un concierto de piano de Modric, el enésimo. En todo lo que funciona bien se encuentra un pelo de su melena rubia. Y abran paso a los de blanco, porque cada vez funcionan más cosas y cada vez aparecen más aliados. El Atlético perdió en Almería y renovó la fiesta cuando se apagaba el jolgorio del Bernabéu. El Madrid ya es líder. Que le echen un galgo.