Renzi resucita a Berlusconi
El líder del PD saca del ostracismo a ‘Il Cavaliere’ a cambio de apoyo para cambiar la ley electoral
Pablo Ordaz
Roma, El País
Desde hace casi dos meses –esto es, desde que fue expulsado del Senado a raíz de su condena definitiva por fraude fiscal—, Silvio Berlusconi no abría la boca. Italia, gobernada por el socialdemócrata Enrico Letta gracias a un frágil acuerdo entre el centroizquierda del Partido Democrático (PD) y un puñado de parlamentarios infieles a Il Cavaliere –el Nuevo Centroderecha (NCD) de Angelino Alfano—, seguía sin superar sus problemas más graves —desempleo, deuda pública, incapacidad política para pactar las reformas más urgentes—, pero se respiraba mejor. El contaminador oficial de la República, el magnate que durante las dos últimas décadas había convertido la política italiana en un continuo y rentable ajuste de cuentas, parecía ya definitivamente desahuciado. A sus 77 años, a punto de ser formalmente inhabilitado para ejercer cargo público, pendiente de descontar su condena prestando servicios sociales y, para más inri, investigado de nuevo por sobornar a los testigos del caso Ruby, Silvio Berlusconi había perdido, al fin, su peligroso aguijón. Y fue entonces, justo entonces, cuando llegó Renzi, Matteo Renzi, y lo invitó una tarde a tomar café.
A nadie se le escapa que Renzi, de 39 años, alcalde de Florencia y —desde hace poco más de un mes— nuevo secretario del PD, es un político heterodoxo, cuyas maneras e ideas exasperan a la izquierda clásica italiana y, por el contrario, son vistas con simpatía por el centro e incluso por la derecha moderada. Pero lo que ni sus detractores más íntimos se esperaban era que Renzi se atreviera a invitar a Berlusconi, la bestia negra de la izquierda, el empresario que tejió relaciones con la Cosa Nostra, el político condenado por fraude fiscal, abuso de poder e inducción a la prostitución de menores, a merendar en la mismísima sede romana del PD. “Cuando me enteré de que Renzi y Berlusconi se iban a reunir en vía del Nazareno”, cuenta Giuseppe Salomè, un irredento comunista de 85 años, “sentí que aquello era una verdadera profanación a históricos dirigentes como Enrico Berlinguer e incluso Aldo Moro. Así que cogí cuatro huevos, me los metí en los bolsillos del abrigo y me fui a la sede del PD con la intención de arrojárselos a Renzi y a Berlusconi. Pensaba que allí me iba a encontrar a centenares de compañeros ferozmente cabreados enfrentándose a centenares de policías…”.
Pero, cuando el viejo militante llegó al lugar de la ofensa, se encontró los viejos cuchillos tiritando bajo el polvo: “¡No éramos ni 50 patéticos manifestantes!”. Al igual que Giuseppe Salomé —quien al final logró estrellar un huevo contra el cristal trasero del coche blindado de Berlusconi—, buena parte del centroizquierda se encuentra entre enfadada, sorprendida y expectante por la extraña alianza suscrita entre Matteo Renzi y Silvio Berlusconi para reformar la ley electoral. Un acuerdo que, independientemente del resultado final, supone de facto la resurrección de Berlusconi, quien por obra y gracia de Renzi ha pasado de ser un político condenado en espera de la ejecución de su sentencia —o de un indulto que el presidente de la República, Giorgio Napolitano, se resiste a concederle— a formar parte, de nuevo, del engranaje político italiano. ¿Merecía la pena resucitar a un muerto —y a qué muerto— y provocar de paso un cisma en el PD? Matteo Renzi lo tiene clarísimo. Y, fiel a su táctica, se defiende atacando: “Me están acusando de haber llevado a Berlusconi a vía del Nazareno los mismos que lo llevaron al palacio Chigi [sede de la presidencia del Gobierno italiano]. Hacemos hoy las reglas junto a Berlusconi para que en el futuro no tengamos que gobernar juntos…”. Aunque, el pasado lunes, el joven secretario del PD logró que la dirección del partido lo respaldara sin ningún voto en contra, la paz duró poco. No solo porque, al día siguiente, el presidente del PD dimitió y se despachó a gusto contra el nuevo líder, sino porque, durante toda la semana, Enrico Letta —primer ministro, del PD— y Matteo Renzi —secretario del PD—se han lanzado a través de la prensa mensajes envenenados. Letta se muestra disconforme con algunos de los puntos del proyecto de ley electoral pactados por Renzi con Berlusconi —por ejemplo, las listas cerradas—, mientras Renzi le responde que, o se respeta el acuerdo en su conjunto, o cae el Gobierno y se convocan nuevas elecciones.
Lo más curioso del asunto —o no, conociendo el paño— es que mientras el centroizquierda se despedaza entre sí como dicta la fuerza de la costumbre, Berlusconi intenta rescatar del armario su descolorido traje de estadista: “He hecho el Gobierno que el presidente Napolitano quería y estoy pactando las reformas que él pedía. Ninguno ha sido más responsable que yo”. Aunque tanto Renzi como Berlusconi han pedido a sus respectivas huestes respeto para el líder contrario —un cese de hostilidades que se mantiene a duras penas—, la izquierda del PD no solo considera una traición la jugada del alcalde de Florencia, sino que está convencida de que, antes o después, Berlusconi engañará a Renzi y hará fracasar la operación. Un paquete de reformas cuyo objetivo fundamental es abolir la actual ley electoral —declarada anticonstitucional— y cambiarla por una que consagre el bipartidismo y evite la ingobernabilidad. Según el principio de acuerdo, el partido que obtenga al menos el 35% de los votos recibirá un “premio de mayoría” del 18%. Y, en el caso de que nadie llegue a ese 35%, habrá una segunda vuelta entre los dos partidos o coaliciones con mejores resultados. A pesar de que buena parte del PD está en contra, Renzi ha pactado con Berlusconi que las listas sigan siendo cerradas.
Aunque las primeras encuestas dicen que la veloz —y audaz— operación de Renzi es bien vista por una buena parte del electorado, a excepción de los votantes del Movimiento 5 Estrellas (M5S) que la consideran “un golpe de Estado” para dejarlos fuera de juego, el proyecto de ley electoral aún tiene que pasar por la aprobación de la Cámara de Diputados y del Senado. Y allí, los llamados francotiradores —parlamentarios que se amparan en el secreto de las votaciones para disparar contra su propio partido— pueden malograr el acuerdo. Será entonces cuando se compruebe si Renzi ha llegado desde Florencia para dirigir Italia o para ser destruido, también él, por el último coletazo de Berlusconi.
Pablo Ordaz
Roma, El País
Desde hace casi dos meses –esto es, desde que fue expulsado del Senado a raíz de su condena definitiva por fraude fiscal—, Silvio Berlusconi no abría la boca. Italia, gobernada por el socialdemócrata Enrico Letta gracias a un frágil acuerdo entre el centroizquierda del Partido Democrático (PD) y un puñado de parlamentarios infieles a Il Cavaliere –el Nuevo Centroderecha (NCD) de Angelino Alfano—, seguía sin superar sus problemas más graves —desempleo, deuda pública, incapacidad política para pactar las reformas más urgentes—, pero se respiraba mejor. El contaminador oficial de la República, el magnate que durante las dos últimas décadas había convertido la política italiana en un continuo y rentable ajuste de cuentas, parecía ya definitivamente desahuciado. A sus 77 años, a punto de ser formalmente inhabilitado para ejercer cargo público, pendiente de descontar su condena prestando servicios sociales y, para más inri, investigado de nuevo por sobornar a los testigos del caso Ruby, Silvio Berlusconi había perdido, al fin, su peligroso aguijón. Y fue entonces, justo entonces, cuando llegó Renzi, Matteo Renzi, y lo invitó una tarde a tomar café.
A nadie se le escapa que Renzi, de 39 años, alcalde de Florencia y —desde hace poco más de un mes— nuevo secretario del PD, es un político heterodoxo, cuyas maneras e ideas exasperan a la izquierda clásica italiana y, por el contrario, son vistas con simpatía por el centro e incluso por la derecha moderada. Pero lo que ni sus detractores más íntimos se esperaban era que Renzi se atreviera a invitar a Berlusconi, la bestia negra de la izquierda, el empresario que tejió relaciones con la Cosa Nostra, el político condenado por fraude fiscal, abuso de poder e inducción a la prostitución de menores, a merendar en la mismísima sede romana del PD. “Cuando me enteré de que Renzi y Berlusconi se iban a reunir en vía del Nazareno”, cuenta Giuseppe Salomè, un irredento comunista de 85 años, “sentí que aquello era una verdadera profanación a históricos dirigentes como Enrico Berlinguer e incluso Aldo Moro. Así que cogí cuatro huevos, me los metí en los bolsillos del abrigo y me fui a la sede del PD con la intención de arrojárselos a Renzi y a Berlusconi. Pensaba que allí me iba a encontrar a centenares de compañeros ferozmente cabreados enfrentándose a centenares de policías…”.
Pero, cuando el viejo militante llegó al lugar de la ofensa, se encontró los viejos cuchillos tiritando bajo el polvo: “¡No éramos ni 50 patéticos manifestantes!”. Al igual que Giuseppe Salomé —quien al final logró estrellar un huevo contra el cristal trasero del coche blindado de Berlusconi—, buena parte del centroizquierda se encuentra entre enfadada, sorprendida y expectante por la extraña alianza suscrita entre Matteo Renzi y Silvio Berlusconi para reformar la ley electoral. Un acuerdo que, independientemente del resultado final, supone de facto la resurrección de Berlusconi, quien por obra y gracia de Renzi ha pasado de ser un político condenado en espera de la ejecución de su sentencia —o de un indulto que el presidente de la República, Giorgio Napolitano, se resiste a concederle— a formar parte, de nuevo, del engranaje político italiano. ¿Merecía la pena resucitar a un muerto —y a qué muerto— y provocar de paso un cisma en el PD? Matteo Renzi lo tiene clarísimo. Y, fiel a su táctica, se defiende atacando: “Me están acusando de haber llevado a Berlusconi a vía del Nazareno los mismos que lo llevaron al palacio Chigi [sede de la presidencia del Gobierno italiano]. Hacemos hoy las reglas junto a Berlusconi para que en el futuro no tengamos que gobernar juntos…”. Aunque, el pasado lunes, el joven secretario del PD logró que la dirección del partido lo respaldara sin ningún voto en contra, la paz duró poco. No solo porque, al día siguiente, el presidente del PD dimitió y se despachó a gusto contra el nuevo líder, sino porque, durante toda la semana, Enrico Letta —primer ministro, del PD— y Matteo Renzi —secretario del PD—se han lanzado a través de la prensa mensajes envenenados. Letta se muestra disconforme con algunos de los puntos del proyecto de ley electoral pactados por Renzi con Berlusconi —por ejemplo, las listas cerradas—, mientras Renzi le responde que, o se respeta el acuerdo en su conjunto, o cae el Gobierno y se convocan nuevas elecciones.
Lo más curioso del asunto —o no, conociendo el paño— es que mientras el centroizquierda se despedaza entre sí como dicta la fuerza de la costumbre, Berlusconi intenta rescatar del armario su descolorido traje de estadista: “He hecho el Gobierno que el presidente Napolitano quería y estoy pactando las reformas que él pedía. Ninguno ha sido más responsable que yo”. Aunque tanto Renzi como Berlusconi han pedido a sus respectivas huestes respeto para el líder contrario —un cese de hostilidades que se mantiene a duras penas—, la izquierda del PD no solo considera una traición la jugada del alcalde de Florencia, sino que está convencida de que, antes o después, Berlusconi engañará a Renzi y hará fracasar la operación. Un paquete de reformas cuyo objetivo fundamental es abolir la actual ley electoral —declarada anticonstitucional— y cambiarla por una que consagre el bipartidismo y evite la ingobernabilidad. Según el principio de acuerdo, el partido que obtenga al menos el 35% de los votos recibirá un “premio de mayoría” del 18%. Y, en el caso de que nadie llegue a ese 35%, habrá una segunda vuelta entre los dos partidos o coaliciones con mejores resultados. A pesar de que buena parte del PD está en contra, Renzi ha pactado con Berlusconi que las listas sigan siendo cerradas.
Aunque las primeras encuestas dicen que la veloz —y audaz— operación de Renzi es bien vista por una buena parte del electorado, a excepción de los votantes del Movimiento 5 Estrellas (M5S) que la consideran “un golpe de Estado” para dejarlos fuera de juego, el proyecto de ley electoral aún tiene que pasar por la aprobación de la Cámara de Diputados y del Senado. Y allí, los llamados francotiradores —parlamentarios que se amparan en el secreto de las votaciones para disparar contra su propio partido— pueden malograr el acuerdo. Será entonces cuando se compruebe si Renzi ha llegado desde Florencia para dirigir Italia o para ser destruido, también él, por el último coletazo de Berlusconi.