Real Madrid se irá a la cama líder
El Madrid se acostará líder y, tantas ganas tenía de hacerlo, que el primer sueño se lo echó durante el partido contra el Granada. Buen rival, por cierto, hasta que le flaquearon las fuerzas. Y buen día para rendir tributo al Balón de Oro; Cristiano marcó un gol y fue el inventor del otro. La excelencia es eso: tener un ático en la cima del Everest.
El elogio al Granada es justo y necesario porque estuvo perfecto en la primera mitad. Consiguió congelar el partido, extirparle la pasión y proyectarlo fuera del Bernabéu, a un estadio vacío de algún lugar recóndito. Dije perfecto, pero no es totalmente cierto. El Granada ganó la batalla de la posesión (49%-51%), pero no supo a dónde ir con ese tesoro. Tenía el balón por tenerlo, o por que no lo tuviera el Madrid. El plan era irreprochable de no ser por que el gol le quedaba lejísimos. Cada acercamiento del Granada era tan incierto como lanzar al océano un mensaje en una botella y esperar respuesta en el buzón.
Cuando el Madrid quiso darse cuenta ya tenía escarcha en los hombros. Sin balón, fue incapaz de adquirir el ritmo que le embala. No se había preparado para resolver un acertijo, y el Granada planteaba uno táctico. No bastaba con superar una línea, había que burlar un complejo sistema de ayudas, en el que Iturra se multiplicaba como bombero de urgencia.
Así las cosas, lo relevante se espaciaba. Murillo cortó una contra de Bale con una patada que hubiera arruinado varias docenas de huevos, incluso de corral. El hecho es importante a la hora de juzgar el discreto papel del galés, falto de precisión (imaginen su dolor íntimo) en sus incursiones por la banda derecha y sustituido al descanso. El franco-argelino Brahimi destacó como nadie en esos extraños minutos. Hubo que esperar hasta la segunda parte para adivinarle algún defecto: como todos los genios, es de natural disperso y chupón. Pese a todo, el chico llegará lejos.
Cristiano Ronaldo evitó que la primera parte terminara con pitos. Se agotaba el minuto añadido cuando Modric centró al área y el portugués impactó de chilena, con tal violencia y colocación que el Bernabéu entero levantó los brazos para celebrar el gol; un segundo después entendimos que Roberto se había adelantado a todos ellos para evitarlo. Despierto el público, la ovación para ambos fue general y sincera.
La diferencia entre el fútbol y el ajedrez es que los peones con pantalón corto se cansan. Lo advertimos de regreso del descanso. El plan de Alcaraz, como tantas buenas ideas, se desmoronaba por el agotamiento. El Granada dejó de buscar la pelota para pedir el balón de oxígeno.
Al rato, Cristiano se sacó un gol de la nada: controló en la frontal, se giró, amagó hasta encontrar una rendija y por allí sopló su cerbatana. Lopera decía que veía billetes detrás de los tabiques; Cristiano ve goles. Superpoderes en ambos casos.
El Granada comprendió que aquello era el final de su aventura. Es imposible atracar un banco sin pistola o remontar un río sin remos. En plena aflicción le sorprendió el segundo gol del Madrid. Cristiano, que antes había hecho temblar el larguero, dio sentido a un desmarque de Marcelo y le entregó el balón como si fuera el testigo de una carrera de relevos. El lateral, generoso, prefirió el gol de Benzema al suyo propio y la jugada terminó en una cena entre amigos.
El Madrid duerme líder y algo más que eso: cuesta encontrar a alguien que le quite el sueño.