La fiebre del ladrillo estalla en África
El continente tiene una urgente necesidad de infraestructuras, pero faltan fondos
Si no llegan inversores, la presión de una población creciente puede provocar conflictos sociales
Miguel Ángel García Vega, El País
Explota la argamasa en África. Puertos, carreteras, líneas de ferrocarril, viviendas, presas, oleoductos, minas… En la historia del continente nunca se había visto tanta actividad de cal, arena, mortero y ferralla. De Marruecos a Sudáfrica, las hormigoneras giran, el cemento fragua. Cuenta el Banco Africano de Desarrollo (AFDB, por sus siglas en inglés) que el continente necesita 93.000 millones de dólares (68.300 millones de euros) al año en infraestructuras durante la próxima década y que, por ahora, se cubren solo 45.000 millones (33.000 millones de euros). Pese a todo, una riada de dinero fluye por esos países. La consultora Deloitte la ha calculado. Sostiene que, hasta junio del año pasado, han llegado a África 222.767 millones de dólares (163.500 millones de euros) destinados a proyectos de construcción. De hecho, los analistas contabilizan ya 322 desarrollos en marcha que superan los 50 millones de dólares (36,7 millones de euros). No hay duda. “La necesidad de infraestructuras es urgente”, apunta, ahondando en el tiempo, Ebrima Faal, director regional del AFDB.
Pero cuando se abren las compuertas al torrente del dinero también queda un rastro de lodo. Y el continente se hace preguntas. ¿Cómo se compagina este boom con el mundo verde? ¿Agravará el problema del acaparamiento de aguas y tierras por parte de inversores extranjeros? ¿Desplazará a la población agrícola? ¿Fomentará la inequidad? ¿Y si fracasa? Porque si el continente no consigue atraer esa ingente cantidad de capital tendrá un problema serio. Afrontará una enorme presión demográfica procedente de una población que crece con fuerza (en 2030 superará los 1.600 millones de habitantes) y que no podrá recurrir a la construcción ni a la industria, dos de los sectores más intensivos en la generación de empleo. Escenario de libro para la aparición de conflictos y revueltas. “Una bomba social”. Son las tres palabras que emplea Miguel Azevedo, experto en África del banco Citigroup. Ya escribió hace 200 años el filósofo francés Auguste Comte que “la demografía es destino”.
Sin embargo, la economía, que parece bastante más impredecible que las migraciones, tiende a la sociedad puentes quebradizos. “Los africanos, con esa incipiente clase media que se abre camino, deben ser capaces de sobrevivir a sus propias expectativas, que nunca, en su historia, habían sido tan elevadas”, observa Enrique Alcat, profesor del Instituto de Empresa (IE).
Tantas esperanzas hay que el Fondo Monetario Internacional (FMI) calcula que siete de las diez economías que más rápido van a crecer entre 2011 y 2015 serán del continente. Además, la riqueza de la región aumentará durante las próximas dos décadas un 7% al año, superando incluso a China. Pero el éxito también hay que gestionarlo. “A veces un rápido desarrollo económico trae consigo un periodo de desigualdad, donde una pequeña élite se beneficia de forma desproporcionada. Habrá que abordar este riesgo en los países africanos”, avisa André Pottas, socio de Deloitte en África.
España cimenta su récord en la región
Hasta hace poco, el continente africano era para la construcción española una adivinanza envuelta en un misterio dentro de un enigma. Un mercado donde, como mucho, se cerraban dos o tres contratos al año. Esto ha cambiado. El año pasado, la contratación internacional en la región de las constructoras nacionales sumó 1.500 millones de euros, la cifra más elevada de su historia. Pese a que solo representa el 5% del total de la cartera exterior supone, como escribió el dramaturgo alemán Bertolt Brecht, el “principio del comienzo”. “Si bien es un mercado minoritario, cada vez es más fuerte”, describe Julián Núñez, presidente de Seopan, la patronal de las grandes constructoras españolas.
De momento se puede cartografiar esa presencia que revela cómo las compañías van colocando sus piezas en el tablero africano. Por ejemplo, ACS obtiene el 0,8% de su cuenta de resultados en Sudáfrica, mientras que Sacyr —lejos de los problemas que sufre en Panamá con el canal— trabaja en Angola y Argelia. Incluso han encontrado un espacio propio, desgrana Javier Urones, analista de la agencia de Bolsa XTB, compañías más pequeñas, como Grupo San José, que desarrolla viviendas residenciales en la República Democrática del Congo y Mozambique. A su vez, Isolux Corsán, gracias a su negocio de subestaciones eléctricas en Uganda, Kenia, Argelia y Ruanda, consigue el 5% de sus ingresos anuales. Al fin y al cabo, asevera Daniel Pingarrón, experto de la firma bursátil IG Markets, para las constructoras españolas salir fuera, dada la anemia del mercado nacional, es una “necesidad biológica”.
Desde luego resulta imposible contar la historia del boom de las infraestructuras africanas sin entender esa derivada social y analizar cómo incide en sus habitantes. UN-HABIT, la agencia de Naciones Unidas para los asentamientos humanos, ha calculado que en 2030 la población urbana en África superará a la rural. “Durante 2025 tres ciudades del continente (Lagos, El Cairo y Kinshasa) adquirirán la condición de megalópolis. O sea, sobrepasarán los 10 millones de habitantes”, vaticina Tomás Guerrero, investigador de la escuela de negocios EsadeGeo. Por eso, las urbes serán las grandes demandantes de infraestructuras. Y son ellas las que también deberán dar respuesta a los cientos de barriadas marginales que surgen en sus periferias.
Nairobi es buen ejemplo de esa relación entre ladrillo pobre, ladrillo rico e inequidad. En la capital keniana hay una demanda de 150.000 viviendas nuevas al año en el extremo inferior del espectro de precios, pero solo se construyen 30.000. A los constructores les resulta más rentable ir al otro lado de la horquilla. Lógico. El valor de las casas en la zona prime (mejor ubicadas) de Nairobi subió, acorde con la consultora Knight Frank, un 24% en 2012. La mayor revalorización del planeta. Mientras, en Ghana hacen falta 1.600.000 casas de protección pública al año, que serán más de tres millones y medio en 2022. Por ahora, el Gobierno se esfuerza en atraer a unos promotores que tardan en llegar.
Estos números enfrentan la mirada al verdadero reto del enigma africano: el reparto de la riqueza. “Esa es la clave”, incide desde Sudáfrica Gayle Allard, economista del IE. “Aunque mejora, el problema institucional continúa siendo el gran desafío del continente. Donde hay corrupción y mal Gobierno no se distribuye bien la riqueza. Ni en África ni en ningún sitio. El factor determinante para la prosperidad y la equidad a largo plazo es la calidad humana de los gobernantes”. Nadie duda, sin embargo, que el continente ha cambiado. “La región es una historia de crecientes democracias consolidadas. No es tan autoritaria como era antes”, reflexiona Federico Steinberg, investigador de Economía Internacional del Real Instituto Elcano.
De momento, África, fiel al guión, sigue el viejo y clásico recetario del capitalismo occidental. Privatización de empresas públicas, apertura de fronteras comerciales, rebaja de impuestos para atraer la inversión extranjera y refuerzo del sistema legal. La región, como si estuviera sentada en clase de primer curso de libre mercado, analiza lo que le falta para graduarse, y es mucho. Puertos saturados, carreteras intransitables, líneas ferroviarias obsoletas y, sobre todo, la oscuridad.
“La electricidad es el mayor reto de África”, sostiene Miguel Azevedo. Al menos 30 naciones del continente sufren apagones crónicos y hay una media de 8,6 cortes al mes. ¿Consecuencia? Se pierde el 13% de las horas de trabajo, según el Banco Mundial.
Sabedores de esta debilidad, algunos países, señala Mercy Wanbui, experta de Uneca (Comisión Económica para África de Naciones Unidas), se están jugando buena parte de su futuro a la baza de las infraestructuras, otorgándoles un peso significativo en sus presupuestos. Así lo plantean Cabo Verde (44%), Namibia (39%), Uganda (28%) o Sudáfrica (24%). El gran problema que sienten algunos, como Henk Hobbeling, coordinador de la organización Grain, radica en el enfoque. “África necesita inversiones. Sí, pero en su propia gente y en economías locales. Necesita políticas agrarias que permitan a sus poblaciones vivir y comer del campo. En vez de echarles de sus tierras. Necesita políticas para erradicar el hambre y fomentar la producción local, y no gigantescas infraestructuras que la causen”.
Nadie dijo que progresar no escondiera sus trampas y que no fuera un camino, a veces, mal pavimentado, como el que traza la célebre autopista Transafricana. Una radial logística de 54.120 kilómetros que se distribuye a través de nueve corredores. Unidos cartografían de norte a sur el continente. Pero lejos de su valor simbólico, la ruta se encuentra mal conservada y hay tramos que, simplemente, no existen.
Pero no solo sufre el asfalto, también chirrían las traviesas del ferrocarril. Es el medio de transporte menos desarrollado del continente y apenas ha evolucionado desde la época colonial. En 2007 se habían tendido 69.000 kilómetros de vías, una extensión muy reducida y de la que solo 55.000 kilómetros están operativos. “Los Gobiernos africanos tendrán que responder a esta pérdida porque es el medio esencial en el transporte de las materias primas minerales (que extraen gigantes como Rio Tinto o Vale) a los puertos y los centros de procesamiento”, detalla Enrique Alcat.
Como se ve, todo en estas tierras se mueve bajo la ley de los grandes números. Incluso en las contradicciones. A pesar de sus recursos hídricos (5,4 billones de metros cúbicos), unos 300 millones de africanos todavía carecen de acceso al agua potable. A esta clase de retos tratan de dar respuesta iniciativas como el Programa para el Desarrollo de las Infraestructuras en África (PIDA, según sus siglas en inglés). “Hay mucho por hacer y mucho por construir. Pero en África se hallan algunos de los países del mundo más interesantes para el sector de las infraestructuras”, apostilla Pedro Siza, director ejecutivo en Lisboa del bufete Linklaters.
Ahora bien, ¿quién financia todos estos intereses? Los costes de construcción son elevados ya que, por ejemplo, la maquinaria hay que importarla y, además, en contra de la creencia común, el precio de la tierra es alto. Un acre (0,4 hectáreas) en una zona privilegiada de Accra (Ghana) puede costar dos millones de dólares. Por eso, para contestar a la pregunta hay que entender que África deja imágenes nuevas. El capital chino —afirma Deloitte— está construyendo el 12% de todos los proyectos que están en marcha en la región.
Desde hace tiempo, la presencia de China en las infraestructuras del continente es poderosa. El coloso comercial quiere minerales y petróleo. Tanto es así que entre 2009 y 2010 invirtió 14.000 millones de dólares (10.300 millones de euros) en países ricos en esas materias como Nigeria, Angola o Sudán. Esta cifra la aporta el Consorcio de Infraestructuras para África (ICA, por sus siglas en inglés), que además indica que estas firmas no llegan solas. Muchas empresas utilizan el respaldo del propio Gobierno asiático, lo que les confiere músculo financiero y, al mismo tiempo, las dota de un modelo de negocio muy agresivo. Sin embargo, este dominio flaquea. “Nuestros clientes nos cuentan que la presencia china se está desinflando porque la calidad de las infraestructuras no es comparable a la de las constructoras occidentales”, asegura Fernando Vizoso, directivo de Infraestructuras de KPMG.
Sea como fuere, parece complicado que el gigante asiático pierda empuje en un continente “que se encuentra en la misma casilla económica de salida que China hace tres décadas”, sostiene Javier García-Seijas, socio de Infraestructuras de la consultora Ernst & Young. Más bien sucede lo contrario: todos quieren su parte del negocio.
Sandile Hlophe, especialista en transacciones financieras, detalla que en los últimos cinco años el capital riesgo invirtió 12.000 millones de dólares (8.700 millones de euros). Un dinero que procede de pesos pesados de esta industria, como BTG Pactual o Carlyle. Grandes nombres que tienen compañía. Los fondos soberanos (instrumentos de inversión de elevado volumen que usan algunos Estados) árabes invirtieron en 2008 y 2009 más de 4.100 millones de dólares (3.100 millones de euros) en las infraestructuras del continente. Y quieren más presencia. Por eso ruge África. Y lo hace en árabe, chino, inglés. Idiomas con los que se fragua la argamasa económica, ¿de la inequidad?
Si no llegan inversores, la presión de una población creciente puede provocar conflictos sociales
Miguel Ángel García Vega, El País
Explota la argamasa en África. Puertos, carreteras, líneas de ferrocarril, viviendas, presas, oleoductos, minas… En la historia del continente nunca se había visto tanta actividad de cal, arena, mortero y ferralla. De Marruecos a Sudáfrica, las hormigoneras giran, el cemento fragua. Cuenta el Banco Africano de Desarrollo (AFDB, por sus siglas en inglés) que el continente necesita 93.000 millones de dólares (68.300 millones de euros) al año en infraestructuras durante la próxima década y que, por ahora, se cubren solo 45.000 millones (33.000 millones de euros). Pese a todo, una riada de dinero fluye por esos países. La consultora Deloitte la ha calculado. Sostiene que, hasta junio del año pasado, han llegado a África 222.767 millones de dólares (163.500 millones de euros) destinados a proyectos de construcción. De hecho, los analistas contabilizan ya 322 desarrollos en marcha que superan los 50 millones de dólares (36,7 millones de euros). No hay duda. “La necesidad de infraestructuras es urgente”, apunta, ahondando en el tiempo, Ebrima Faal, director regional del AFDB.
Pero cuando se abren las compuertas al torrente del dinero también queda un rastro de lodo. Y el continente se hace preguntas. ¿Cómo se compagina este boom con el mundo verde? ¿Agravará el problema del acaparamiento de aguas y tierras por parte de inversores extranjeros? ¿Desplazará a la población agrícola? ¿Fomentará la inequidad? ¿Y si fracasa? Porque si el continente no consigue atraer esa ingente cantidad de capital tendrá un problema serio. Afrontará una enorme presión demográfica procedente de una población que crece con fuerza (en 2030 superará los 1.600 millones de habitantes) y que no podrá recurrir a la construcción ni a la industria, dos de los sectores más intensivos en la generación de empleo. Escenario de libro para la aparición de conflictos y revueltas. “Una bomba social”. Son las tres palabras que emplea Miguel Azevedo, experto en África del banco Citigroup. Ya escribió hace 200 años el filósofo francés Auguste Comte que “la demografía es destino”.
Sin embargo, la economía, que parece bastante más impredecible que las migraciones, tiende a la sociedad puentes quebradizos. “Los africanos, con esa incipiente clase media que se abre camino, deben ser capaces de sobrevivir a sus propias expectativas, que nunca, en su historia, habían sido tan elevadas”, observa Enrique Alcat, profesor del Instituto de Empresa (IE).
Tantas esperanzas hay que el Fondo Monetario Internacional (FMI) calcula que siete de las diez economías que más rápido van a crecer entre 2011 y 2015 serán del continente. Además, la riqueza de la región aumentará durante las próximas dos décadas un 7% al año, superando incluso a China. Pero el éxito también hay que gestionarlo. “A veces un rápido desarrollo económico trae consigo un periodo de desigualdad, donde una pequeña élite se beneficia de forma desproporcionada. Habrá que abordar este riesgo en los países africanos”, avisa André Pottas, socio de Deloitte en África.
España cimenta su récord en la región
Hasta hace poco, el continente africano era para la construcción española una adivinanza envuelta en un misterio dentro de un enigma. Un mercado donde, como mucho, se cerraban dos o tres contratos al año. Esto ha cambiado. El año pasado, la contratación internacional en la región de las constructoras nacionales sumó 1.500 millones de euros, la cifra más elevada de su historia. Pese a que solo representa el 5% del total de la cartera exterior supone, como escribió el dramaturgo alemán Bertolt Brecht, el “principio del comienzo”. “Si bien es un mercado minoritario, cada vez es más fuerte”, describe Julián Núñez, presidente de Seopan, la patronal de las grandes constructoras españolas.
De momento se puede cartografiar esa presencia que revela cómo las compañías van colocando sus piezas en el tablero africano. Por ejemplo, ACS obtiene el 0,8% de su cuenta de resultados en Sudáfrica, mientras que Sacyr —lejos de los problemas que sufre en Panamá con el canal— trabaja en Angola y Argelia. Incluso han encontrado un espacio propio, desgrana Javier Urones, analista de la agencia de Bolsa XTB, compañías más pequeñas, como Grupo San José, que desarrolla viviendas residenciales en la República Democrática del Congo y Mozambique. A su vez, Isolux Corsán, gracias a su negocio de subestaciones eléctricas en Uganda, Kenia, Argelia y Ruanda, consigue el 5% de sus ingresos anuales. Al fin y al cabo, asevera Daniel Pingarrón, experto de la firma bursátil IG Markets, para las constructoras españolas salir fuera, dada la anemia del mercado nacional, es una “necesidad biológica”.
Desde luego resulta imposible contar la historia del boom de las infraestructuras africanas sin entender esa derivada social y analizar cómo incide en sus habitantes. UN-HABIT, la agencia de Naciones Unidas para los asentamientos humanos, ha calculado que en 2030 la población urbana en África superará a la rural. “Durante 2025 tres ciudades del continente (Lagos, El Cairo y Kinshasa) adquirirán la condición de megalópolis. O sea, sobrepasarán los 10 millones de habitantes”, vaticina Tomás Guerrero, investigador de la escuela de negocios EsadeGeo. Por eso, las urbes serán las grandes demandantes de infraestructuras. Y son ellas las que también deberán dar respuesta a los cientos de barriadas marginales que surgen en sus periferias.
Nairobi es buen ejemplo de esa relación entre ladrillo pobre, ladrillo rico e inequidad. En la capital keniana hay una demanda de 150.000 viviendas nuevas al año en el extremo inferior del espectro de precios, pero solo se construyen 30.000. A los constructores les resulta más rentable ir al otro lado de la horquilla. Lógico. El valor de las casas en la zona prime (mejor ubicadas) de Nairobi subió, acorde con la consultora Knight Frank, un 24% en 2012. La mayor revalorización del planeta. Mientras, en Ghana hacen falta 1.600.000 casas de protección pública al año, que serán más de tres millones y medio en 2022. Por ahora, el Gobierno se esfuerza en atraer a unos promotores que tardan en llegar.
Estos números enfrentan la mirada al verdadero reto del enigma africano: el reparto de la riqueza. “Esa es la clave”, incide desde Sudáfrica Gayle Allard, economista del IE. “Aunque mejora, el problema institucional continúa siendo el gran desafío del continente. Donde hay corrupción y mal Gobierno no se distribuye bien la riqueza. Ni en África ni en ningún sitio. El factor determinante para la prosperidad y la equidad a largo plazo es la calidad humana de los gobernantes”. Nadie duda, sin embargo, que el continente ha cambiado. “La región es una historia de crecientes democracias consolidadas. No es tan autoritaria como era antes”, reflexiona Federico Steinberg, investigador de Economía Internacional del Real Instituto Elcano.
De momento, África, fiel al guión, sigue el viejo y clásico recetario del capitalismo occidental. Privatización de empresas públicas, apertura de fronteras comerciales, rebaja de impuestos para atraer la inversión extranjera y refuerzo del sistema legal. La región, como si estuviera sentada en clase de primer curso de libre mercado, analiza lo que le falta para graduarse, y es mucho. Puertos saturados, carreteras intransitables, líneas ferroviarias obsoletas y, sobre todo, la oscuridad.
“La electricidad es el mayor reto de África”, sostiene Miguel Azevedo. Al menos 30 naciones del continente sufren apagones crónicos y hay una media de 8,6 cortes al mes. ¿Consecuencia? Se pierde el 13% de las horas de trabajo, según el Banco Mundial.
Sabedores de esta debilidad, algunos países, señala Mercy Wanbui, experta de Uneca (Comisión Económica para África de Naciones Unidas), se están jugando buena parte de su futuro a la baza de las infraestructuras, otorgándoles un peso significativo en sus presupuestos. Así lo plantean Cabo Verde (44%), Namibia (39%), Uganda (28%) o Sudáfrica (24%). El gran problema que sienten algunos, como Henk Hobbeling, coordinador de la organización Grain, radica en el enfoque. “África necesita inversiones. Sí, pero en su propia gente y en economías locales. Necesita políticas agrarias que permitan a sus poblaciones vivir y comer del campo. En vez de echarles de sus tierras. Necesita políticas para erradicar el hambre y fomentar la producción local, y no gigantescas infraestructuras que la causen”.
Nadie dijo que progresar no escondiera sus trampas y que no fuera un camino, a veces, mal pavimentado, como el que traza la célebre autopista Transafricana. Una radial logística de 54.120 kilómetros que se distribuye a través de nueve corredores. Unidos cartografían de norte a sur el continente. Pero lejos de su valor simbólico, la ruta se encuentra mal conservada y hay tramos que, simplemente, no existen.
Pero no solo sufre el asfalto, también chirrían las traviesas del ferrocarril. Es el medio de transporte menos desarrollado del continente y apenas ha evolucionado desde la época colonial. En 2007 se habían tendido 69.000 kilómetros de vías, una extensión muy reducida y de la que solo 55.000 kilómetros están operativos. “Los Gobiernos africanos tendrán que responder a esta pérdida porque es el medio esencial en el transporte de las materias primas minerales (que extraen gigantes como Rio Tinto o Vale) a los puertos y los centros de procesamiento”, detalla Enrique Alcat.
Como se ve, todo en estas tierras se mueve bajo la ley de los grandes números. Incluso en las contradicciones. A pesar de sus recursos hídricos (5,4 billones de metros cúbicos), unos 300 millones de africanos todavía carecen de acceso al agua potable. A esta clase de retos tratan de dar respuesta iniciativas como el Programa para el Desarrollo de las Infraestructuras en África (PIDA, según sus siglas en inglés). “Hay mucho por hacer y mucho por construir. Pero en África se hallan algunos de los países del mundo más interesantes para el sector de las infraestructuras”, apostilla Pedro Siza, director ejecutivo en Lisboa del bufete Linklaters.
Ahora bien, ¿quién financia todos estos intereses? Los costes de construcción son elevados ya que, por ejemplo, la maquinaria hay que importarla y, además, en contra de la creencia común, el precio de la tierra es alto. Un acre (0,4 hectáreas) en una zona privilegiada de Accra (Ghana) puede costar dos millones de dólares. Por eso, para contestar a la pregunta hay que entender que África deja imágenes nuevas. El capital chino —afirma Deloitte— está construyendo el 12% de todos los proyectos que están en marcha en la región.
Desde hace tiempo, la presencia de China en las infraestructuras del continente es poderosa. El coloso comercial quiere minerales y petróleo. Tanto es así que entre 2009 y 2010 invirtió 14.000 millones de dólares (10.300 millones de euros) en países ricos en esas materias como Nigeria, Angola o Sudán. Esta cifra la aporta el Consorcio de Infraestructuras para África (ICA, por sus siglas en inglés), que además indica que estas firmas no llegan solas. Muchas empresas utilizan el respaldo del propio Gobierno asiático, lo que les confiere músculo financiero y, al mismo tiempo, las dota de un modelo de negocio muy agresivo. Sin embargo, este dominio flaquea. “Nuestros clientes nos cuentan que la presencia china se está desinflando porque la calidad de las infraestructuras no es comparable a la de las constructoras occidentales”, asegura Fernando Vizoso, directivo de Infraestructuras de KPMG.
Sea como fuere, parece complicado que el gigante asiático pierda empuje en un continente “que se encuentra en la misma casilla económica de salida que China hace tres décadas”, sostiene Javier García-Seijas, socio de Infraestructuras de la consultora Ernst & Young. Más bien sucede lo contrario: todos quieren su parte del negocio.
Sandile Hlophe, especialista en transacciones financieras, detalla que en los últimos cinco años el capital riesgo invirtió 12.000 millones de dólares (8.700 millones de euros). Un dinero que procede de pesos pesados de esta industria, como BTG Pactual o Carlyle. Grandes nombres que tienen compañía. Los fondos soberanos (instrumentos de inversión de elevado volumen que usan algunos Estados) árabes invirtieron en 2008 y 2009 más de 4.100 millones de dólares (3.100 millones de euros) en las infraestructuras del continente. Y quieren más presencia. Por eso ruge África. Y lo hace en árabe, chino, inglés. Idiomas con los que se fragua la argamasa económica, ¿de la inequidad?